Esta ocurrencia humorística tiene sustento en los múltiples golpes y desestabilizaciones que Washington ha promovido en la historia, especialmente durante la Guerra Fría. Pero el asalto al Capitolio de enero de 2021 dejó en evidencia que EE.UU. no está libre de un golpe de Estado, o de un “autogolpe” —palabra que, en castellano, ahora aparece en reportajes de medios estadounidenses—. Y esto ya no es broma.
Las audiencias en curso del comité de la Cámara de Representantes que investiga el brutal ataque a la sede del Congreso estadounidense, que cobró la vida de cinco personas, han probado que ese hecho inédito en la historia de EE.UU. no se trató de un ataque espontáneo, sino que fue un fallido golpe de Estado, un elaborado plan impulsado por Donald Trump, para frenar la confirmación de la elección presidencial de Joe Biden.
Testimonios ante el comité evidenciaron que Trump no solo no actuó oportunamente para detener la insurrección —mientras contemplaba la violencia de sus seguidores por televisión en su comedor privado de la Casa Blanca, y llamaba a senadores para que objetaran los resultados de la elección—, sino que amenazó a su vicepresidente, Mike Pence, para que anulara los comicios. “Mike Pence no tuvo el coraje para hacer lo que debería haberse hecho”, tuiteó Trump en medio del ataque de la turba al Capitolio. “¡Ahorcar a Pence!” gritaban los seguidores de Trump al irrumpir en el Capitolio. El vicepresidente y sus escoltas del servicio secreto temieron por sus vidas, tanto así que algunos reconocieron en las audiencias haber llamado a sus seres queridos para despedirse.
Según Bob Woodward y Robert Costa, Trump intentó involucrar al Ejército para aferrarse al poder. La directora de la CIA, Gina Haspel, habría expresado al jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Mark Milley, que el país estaba “en camino hacia un golpe de Estado de derecha”. Las audiencias han revelado que Trump, en su desesperación por aferrarse a la Presidencia, ordenó la elaboración de un borrador de orden ejecutiva, que no llegó a concretarse, instruyendo al Pentágono a incautar máquinas de votación y registros electrónicos de la votación presidencial en varios estados. Testigos aseguraron que Trump escuchaba a su estrecho asesor, el exalcalde Rudy Giuliani, quien la noche de la elección presidencial estaba “definitivamente ebrio”.
Una arista reciente de las audiencias del comité muestra que Trump planeó, junto a sus abogados más incondicionales, preparar “electores falsos” que fingiesen haber sido elegidos en las urnas, para así dar la victoria a su candidatura en el Congreso en la sesión del 6 de enero de 2021. La evidencia acumulada por el comité apunta a que la inacción de Trump en el ataque al Capitolio, las presiones sobre su vicepresidente, Pence, y la trama de los “electores falsos” equivaldrían a un “abandono de deberes” por parte del expresidente. Entretanto, el Departamento de Justicia realiza su propia investigación criminal sobre los hechos del 6 de enero.
En medio de esta cadena de revelaciones, el exembajador y exasesor de Seguridad Nacional de Trump John Bolton admitió en CNN —con una sonrisa nerviosa típica de alguien que hace una declaración que conseguirá titulares— que él ha ayudado a organizar golpes de Estado en otros países, como el fallido en Venezuela. Para Bolton, el ataque al Capitolio no habría sido un golpe, porque para eso “se necesita mucho trabajo”, sino una demostración de “Donald Trump cuidando a Donald Trump”.
Trump sigue con su discurso de la “Gran Mentira”, el supuesto fraude que le habría arrebatado la elección presidencial. El desconocimiento trumpiano de los resultados electorales presidenciales de 2020 ha llevado a predicciones pesimistas sobre el futuro de la democracia en EE.UU., incluyendo porque líderes republicanos han minimizado la ocupación violenta de la sede del Capitolio.
Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, académicos de Harvard, argumentan que la mayor amenaza a la democracia de EE.UU. no es la repetición del asalto al Capitolio, sino el posible robo de la próxima elección presidencial. En el liderazgo republicano —sostienen— se ha instalado la idea de que robarse legalmente una elección no será objetado por la base republicana, sino apoyado. Barton Gellman, columnista de The Atlantic, afirma que “el próximo golpe de Estado de Trump ya comenzó”, y que, si el plan que trabajan sus operadores en legislaturas estaduales resulta, los votos no decidirán la presidencia en 2024, porque millones serán anulados y el perdedor será declarado ganador. El golpe de Estado ya no es solo parte de la historia política contemporánea latinoamericana, sino también de la de EE.UU. (El Mercurio)