Es más fácil –y me temo que más efectivo– disparar contra quien interpela que responder desde un aburrido argumento. Para los habitantes actuales de La Moneda, Chile se dividiría no entre visiones de sociedad diferentes, sino entre hermanos y todopoderosos, feministas y guardianes del patriarcado, solidarios y lucradores, ambientalistas y depredadores.
Los atrevidos que afirman lo evidente, que el país crece poco, son “agoreros del pesimismo”. Que sea el gobierno con peor desempeño económico desde 1990 (números, no opiniones) parece importar poco, lo central es desacreditar a las voces que ponen esa evidencia sobre la mesa.
Y como todo es cuestión de voluntad y no de realidad, los antiguos “poderosos de siempre”, contra quienes La Moneda difundía la reforma tributaria del 2014, se convirtieron ahora en “pesimistas ideológicos”. A ellos acusa el Presidente Boric de quejarse por condiciones económicas débiles, leyes laborales que frenan el empleo, una maraña interminable de trámites para concretar un proyecto de inversión y una red de burócratas empecinados en obstruirlos. En cuatro palabras, si de ponerle apellido a los críticos se trata, la respuesta es del mismo autor: “más Narbona y menos Craig”.
La misma línea, recurrir al adjetivo que sintetice en este caso la lucha de clases, sigue el comentario presidencial cuando se decretó prisión preventiva para Luis Hermosilla: “Es bueno que los que se creían poderosos vayan también a la cárcel”. Dicho sea de paso, el esposado era el mismo que hasta antes de ayer fungía como abogado del jefe de sus asesores, en el caso “Convenios”.
Cuando en octubre se le preguntó en un matinal de televisión a la ministra de la Mujer por qué se protegió durante al menos dos días al exsubsecretario Monsalve, pese a que La Moneda sabía de la denuncia por violación, respondió con total naturalidad: “no estamos hablando de un portero de un servicio público”. Fin de la discusión sobre la igualdad ante la ley y el criterio político.
Esta semana, la misma autoridad recurrió al otro extremo de la escala social para responderle al Cardenal Fernando Chomali la obviedad de que la máxima autoridad de los católicos en Chile celebre la postergación del proyecto de aborto sin causales: “Las decisiones no se toman pensando en los deseos de los príncipes de la Iglesia”. Sin rodeos, ¡a poner en su lugar a quien la contradiga!
Etiquetar a los oponentes no es una táctica exclusiva de la izquierda frenteamplista. Para Trump, Biden es un “baboso”, el exdirector del FBI tenía “cara de caballo” y las mujeres que lo han denunciado son unas “cerdas”. De los autores de “derechita cobarde” y otras hierbas ya hemos hablado.
Y Javier Milei metió a toda la política en un cajón que llama “la casta”, acusándola todos los días de “chorra”, exabruptos que una mayoría de argentinos pasan por alto, frente a quien ha logrado lo imposible: domar la inflación más alta del mundo en el 2023.
El caso de Chile, en cambio, es otro. Los pocos logros que se han gestado en estos años responden más a la porfía de la oposición, que a la iniciativa del Gobierno: el fracaso de un proyecto constitucional de temer, usurpaciones, estado de excepción, freno a un alza de impuestos, por ejemplo. Frente a la crítica y a la evidencia convendría mantener bajo control la retórica, nunca a un gobierno debe notársele la rabia y la frustración. (El Mercurio)