Debatir sobre política exterior le hace bien a Chile

Debatir sobre política exterior le hace bien a Chile

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Razón tiene el canciller Alberto van Klaveren al aseverar que es tradición en Chile que las giras internacionales de sus presidentes se vean envueltas en disputas. Unos las apoyan y justifican, otros las critican y piden suspenderlas. Es parte de la vida en un país democrático. Duro para el gobierno, ingrato para la oposición. Sospecho que la tensión se debe a que fuimos siempre un país apartado y remoto, una isla más bien, cosa que cambió con el paso de nuestra economía proteccionista a una abierta, que buscó afuera mercados y tratados de libre comercio.

Gran parte del éxito de los mejores 30 años de nuestra historia se debe a la conquista de esos mercados para nuestros productos, algo inimaginable en los setenta del siglo pasado, cuando las exportaciones, 90% cobre, ascendían a U$ 1,2 mil millones y la población era más de la mitad de la de hoy. ¡Sólo en los primeros tres meses de este año nuestras exportaciones superaron los $27,1 mil millones!

Por ello las giras de los presidentes chilenos en los últimos decenios se han inscrito en la política de estado orientada hacia la apertura y la globalización, y en ese sentido resulta estimulante ver que el gobierno de Gabriel Boric se pliega a ella, al menos retórica y al parecer conceptualmente, distanciándose por ende de su inicial categórico rechazo por motivos ideológicos, expresado incluso por su subsecretario de comercio exterior. Fue bajo Van Klaveren que la Cancillería volvió a abrazar la globalización y a defender los tratados de libre comercio, lo que no debe olvidarse. En fin, lo cierto es que en este sentido nada es más elocuente que el arribo a otros países de un Mandatario chileno acompañado de representantes de las grandes, medianas y pequeñas empresas que llevan la firme voluntad de convencer a los anfitriones de las bondades de nuestros productos, nuestra estabilidad y el apego de Chile a las reglas y los acuerdos que suscribe.

Pero para que esto resulte es primordial que quienes viajen en la nave presidencial, financiada con recursos de los contribuyentes, lo hagan convencidos de las ventajas que ofrece Chile frente a los competidores y de la necesidad de divulgar esa imagen benéfica para el país. También se debe tener en cuenta que en la era de la comunicación libre e instantánea, quienes nos reciben oficialmente en un aeropuerto distante y tienen interés en Chile, disponen de la información real sobre la situación del país y del rol de los integrantes de la delegación. Lo que se espera es, como se dice, que un Presidente chileno viaje “a dejar bien puesto afuera el nombre de Chile” y no a “lavar trapitos sucios” nacionales. Desviarse de ese principio es un despropósito. Confiemos en que el viaje de Boric a Europa, en el cual los 50 años del 11 de setiembre jugarán un rol en conferencias de prensa y charlas, se ajuste al papel de quien no sólo es jefe de gobierno, sino también de Estado.

En lo que no tiene razón nuestro canciller es en lo de pedir que saquemos de la discusión nacional el tema de las relaciones internacionales. Que la gira europea del Mandatario calce con el escándalo que perjudica -tal vez letalmente- a Revolución Democrática, el aliado más estrecho de Boric en el Frente Amplio, y salpica por ende a todo su gobierno, determina que ambos asuntos terminan entreverados. Es imposible separar un asunto del otro, y lo cierto es que no causa buena impresión que los presidentes salgan de gira en coyunturas nacionales álgidas. Vimos algo similar cuando Boric se fue a la Antártica mientras el país entero sabía que se aproximaba una tormenta atroz, la que al final lo obligó a interrumpir la gira y volver del frío. La gira a Europa de 12 días se parece en cierta medida al viaje al frío: sólo cambian el destino del periplo y la naturaleza de la emergencia. El vuelo del Boeing 767 a Europa causará a muchos en la cúspide de la administración sensación de orfandad.

La petición del canciller de que no se debata sobre política exterior fue imprudente por cuanto integra un gobierno empeñado en imponer una versión sobre la época de la Unidad Popular que divide a los chilenos y también a la propia izquierda, y que ha creado vía decreto la criticada “Comisión asesora contra la desinformación”. Ambas medidas generan desconfianza porque huelen a normación de la información política y en su implementación juega un papel hegemónico el Partido Comunista, cuyos referentes en el poder en América, Europa del Este, África y Asia no han sido sinónimos de respeto a la libertad de información ni expresión. La caída del periodista Patricio Fernández de la comisión para la conmemoración de los 50 años por presión del PC prueban cuán divididos están en esta materia los ánimos en el gobierno. En este sentido la petición del canciller, un defensor de las libertades individuales y la democracia representativa, fluye lamentablemente en la misma línea del gobierno en estos sensibles ámbitos.

A la vez resulta poco convincente la explicación de que la gira no puede suspenderse pues fue programada hace mucho. Según esa lógica, el ex Presidente Piñera no habría podido enfrentar, por imprevistos, ni los efectos del terremoto y tsunami del 2010, ni el rescate ese año de los 33 mineros ni tampoco el estallido social del 2019, que el Frente Amplio apoyó y celebró, ni la pandemia de Covid. Los gobiernos anfitriones siempre entienden cancelaciones por fuerza mayor, pues todos saben que lo más importante para un gobernante son las crisis nacionales que requieren acompañamiento y respuestas urgentes. Con motivo de los disturbios en Francia, por ejemplo, el Rey Carlos III de Inglaterra suspendió su visita a ese país, y el propio presidente Emmanuel Macron canceló en ese marco su visita a Alemania. Si los grandes del mundo se ven obligados a suspender giras a otros grandes, ¿por qué no un país como el nuestro? El viaje del Mandatario coincide con una fase crítica del país y es legítimo que muchos se pregunten si no hubiese sido más atinado postergarlo.

Y en este marco vale también la pena preguntarse si España, un socio estratégico de Chile por razones culturales, históricas, comerciales y de inversión, merece una visita de paso a una cumbre en Bruselas. Además, llama la atención que Boric llegue a España a menos de 10 días de las elecciones generales, algo inusual en las visitas oficiales. Su visita puede ser considerada como respaldo al Presidente del gobierno español, el socialista Pedro Sánchez, quien, de perder, dejaría el poder en semanas. ¿Tiene sentido esto? ¿Tendrá previsto el Presidente un encuentro con el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijoo como lo sostendrá con Yolanda Díaz, Pablo Iglesias o Íñigo Errejón, líderes de la izquierda radical española, inspiradora del Frente Amplio chileno? Si no se reúne con Feijoo y el socialista pierde las elecciones, Boric habrá cometido otro error de cálculo. Si ganara Sánchez, a Boric le traería un crédito. ¿Valdrá la pena arriesgar tanto como Presidente de Chile? ¿No sería mejor visitar España una vez despejado el panorama político español?

Recordemos que Boric partió con todos los vientos regionales a su favor en marzo de 2022. Pero en pocos meses se enemistó con el actual gobierno de Perú, tensó las relaciones con Lula en Brasil, tuvo un zipizape con el Presidente de Colombia, desarrolló tensiones con Fernández de Argentina, y recibió críticas de la tiranía izquierdista de Nicaragua, y una infame andanada de vituperaciones del portavoz de la dictadura bolivariana de Venezuela, a la que, por cierto, Cancillería no respondió. Y esto sin mencionar el faux pas inicial. El 11 de marzo de 2022, con el Rey Felipe VI, que le ofrecerá el almuerzo que ofrece a los mandatarios extranjeros. Será interesante ver si Boric respetará de plano el protocolo de la Casa Real de España o andará a su aire como en La Moneda y los actos oficiales en Chile y otros países.

Como se ve, es entendible por qué el viaje del Presidente Boric a Europa despierta tanta controversia. (El Líbero)

Roberto Ampuero