Debemos ser traidores

Debemos ser traidores

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“¿Estamos obligados a ser fieles a nuestros errores, aun sabiendo que con esta fidelidad dañamos a nuestro Yo superior? No, no hay tal ley, no hay obligación de este género: debemos ser traidores, practicar la infidelidad, abandonar constantemente nuestro ideal”. Esta impresionante cita de Nietzsche, del libro “Humano, demasiado humano”, me ha venido a la mente a pocos días del plebiscito de salida, luego de constatar la furia desatada de quienes, desde un púlpito de superioridad moral y política, consideran que ser de centroizquierda y votar “rechazo” a esta Constitución constituye una “alta traición” a los “ideales” y “sueños” colectivos.

En la época de la dictadura se hablaba —para señalar con el dedo a los disidentes— de “alta traición a la patria”. En este caso, la “patria” es la “Utopía” largo tiempo anhelada y a punto de ser —supuestamente— alcanzada en este proceso refundacional constitucional, utopía que podría perderse por culpa de los “herejes”, los “renegados” (ese adjetivo solía usarlo Lenin para marcar a los disidentes). Si viviésemos en la Edad Media, nos habrían llevado a la hoguera sin contemplaciones. Tal vez vivimos una nueva Edad Media, con nuevos fanatismos e integrismos, en la que la religión —en nuestro país— ha sido reemplazada por la política (identitaria en muchos de los casos) y las hogueras son ahora digitales.

La desesperación de nuestros “jueces” ante una posible derrota ha desnudado su peor rostro: el de una intolerancia y un odio que nada auspicioso hace esperar de ellos si lograsen hacerse con el poder total. Afortunadamente, todavía tenemos contrapeso de poderes, libertad de expresión, y si bien ellos han ido logrando un control e influencia en universidades, el mundo cultural y una parte del Estado, aún podemos expresar nuestra disidencia a sus “verdades”. Y hay un pueblo (el chileno) que también es “traidor” a esas verdades, cuando huele cerca la pulsión totalitaria. A los miembros de ese pueblo los llamaron alguna vez “fachos pobres”, cuando no votaron por su candidato. Dicen representar los intereses y anhelos de ese pueblo, pero si este pueblo toma la dirección contraria de “su” utopía, rápidamente harán caer sobre él la denostación y el desprecio. Nietzsche lo dice con claridad fulgurante: ¿por qué tenemos que ser fieles a nuestros errores, en este caso a los errores de nuestro sector? ¿Qué nos obliga a ello? ¿Por qué tendríamos que avalar un mal resultado de la Convención, solo por lealtad? ¿Lealtad a qué?

En ciertos momentos de la historia, hay que ser traidores, practicar la infidelidad para no dañar a ese “Yo superior” del que habla el filósofo alemán. El “Yo superior” en este caso se llama Democracia. Una democracia que nos costó mucho reconquistar y que debemos cuidar de los riesgos de cualquier integrismo o populismo, de izquierda o de derecha. Y existe algo sagrado que estos nuevos inquisidores parecen despreciar: la libertad interior. Cuando se sacrifica la libertad interior por lealtad a la tribu, experimentamos una regresión, que es el caldo de cultivo de los autoritarismos. Así ocurrió con la derecha el 73, que abdicó de toda convicción ética y democrática, y optó por sacrificarlas por un supuesto “orden”. Hoy es el turno de una izquierda radical que no duda en funar, mentir, denostar, y que nos exige que sacrifiquemos nuestro libre albedrío por una Constitución partisana y mal hecha (¿alguien duda a estas alturas de esto?).

Nietzsche también nos enseñó lo necesario que es renunciar a la Verdad. Porque “la” Verdad no existe (menos en política). No nos pidan, entonces, ser leales a algo que no existe. A lo que sí hay que ser leales es a la libertad. Sobre todo la interior. Con ella tendremos que resistir estos días de campaña rudos que quedan, en que nos encontraremos con mucho lodo y guillotinas. Los dueños de la Verdad andan marcando casas y viralizando mentiras. ¡Qué honor ser desleales a ellos! (El Mercurio)

Cristián Warnken