Entre las variadas interrogantes que provocó el resultado del referéndum británico sobre la permanencia en la Unión Europea, hay una todavía sin respuesta: si el cosmopolitismo progresista repite hasta el cansancio que corre de la mano de la historia y que, por lo mismo, nada puede detenerlo, ¿cómo se explica el triunfo del Brexit?
En repetidas ocasiones, las ideologías cosmopolitas han dado por muerto al nacionalismo, solo para ser desmentidas una y otra vez por la porfiada realidad. Después de la Primera Guerra Mundial, las fuerzas socialistas vieron la oportunidad de la revolución proletaria y actuaron en países como Alemania y Hungría, solo para ser derrotadas por brotes nacionalistas que condujeron al planeta a una catástrofe mayor. Tras el fin de la Guerra Fría, el optimismo liberal llevó a postular el fin de la historia merced al triunfo universal de la democracia y el capitalismo; pero, de nuevo, el nacionalismo resurgió por todos los rincones del orbe. Ahora, uno de los símbolos más potentes del cosmopolitismo, el proyecto de la Unión Europea, ha recibido un mazazo en Gran Bretaña, en una nueva demostración de que las noticias sobre la muerte del nacionalismo han sido exageradas.
El resurgimiento nacionalista -la “primavera del pueblo”, como lo denomina Marine Le Pen, del Frente Nacional francés- parece vinculada al desconcierto actual. Hay quienes creen que éste se debe a la crisis económica por la que atraviesa una Europa incapaz de entregar certeza en torno a la integración monetaria y de proteger sus fronteras. Pero esa es una explicación poco convincente, como quedó claro con la derrota del “Bremain”, que basó su campaña en un conjunto de amenazas terroríficas sobre las supuestas consecuencias económicas que tendría alejarse de la UE. Que el electorado británico no creyera o prefiriera ignorar las advertencias de los profetas del desastre dice mucho acerca de la profundidad de la insatisfacción con el proyecto europeo y el poder que ha adquirido la burocracia de Bruselas, y también sobre la brecha abierta entre quienes toman decisiones y las preocupaciones cotidianas de la ciudadanía.
Enfrentados a la incertidumbre, muchos en Europa han hecho lo que haría cualquiera que se siente amenazado: volver a lo conocido, al lugar que acoge… a la nación. Hace cuatro décadas, el politólogo Harold Isaacs describió cómo los kikuyu, en Kenia, se comprometían a nunca dejar la “casa de Muumbi”, la madre progenitora en cuyo seno eran criados y nacían todos los miembros de esa tribu. Isaacs explicaba así que los pueblos de todas partes estaban volviendo a tribalizarse, impulsados por“nuevas presiones políticas que renuevan, incentivan e incluso explotan su separación”. Con su votación sobre el Brexit, los británicos han escogido volver a su versión de la casa de Muumbi.
De poco sirven las invocaciones vacías al “curso de la historia” si las necesidades e inquietudes básicas de las personas no son atendidas por la ciega soberbia de una élite burocrática autorreferente que no siente, escucha ni ve la ansiedad de una porción creciente de los europeos.
Fuente: Edición Original La Tercera
Fotografía: La Tercera