Las profesiones que enfrentan situaciones complejas que requieren solución rápida, sin caer en estados de peligrosa confusión, tienen protocolos: reglas que obedecen a la experiencia. Los cirujanos, en el pabellón, o los pilotos en la cabina del avión, conocen las opciones posibles y la respuesta que debe asociarse a cada una, porque la crisis no es el momento de ensayar soluciones.
En política, el equivalente son las llamadas instituciones, un sistema racionalmente regulado de ejercicio del poder, con competencias delimitadas y conocidas, bajo un régimen de responsabilidades claras. Las instituciones proveen respuesta a una de las mayores demandas de cualquier orden social: certeza, dentro de lo que ello es posible en las distintas dimensiones de la vida humana. Cuando se abandonan las instituciones crece la incertidumbre y con ella el miedo que suele venir acompañado de la violencia.
Por esto, así como lo peor que puede hacer un cirujano es ignorar sus protocolos, lo peor que puede hacer una sociedad en un momento de crisis es abandonar sus instituciones. Esto es lo que los chilenos venimos haciendo desde octubre del 2019, en vez de aplicar las reglas existentes, las sustituimos por otras creadas en el momento; en vez de poner en funcionamiento los órganos permanentes, improvisamos un engendro al que llamamos “Convención”, en cuya elección no se respetaron principios básicos de la democracia, como una persona un voto, y la mayoría de cuyos integrantes, después de haber malgastado recursos y actuado con gran soberbia, se perderán en la noche de los tiempos, sin haber dejado más que uno de los mayores fracasos que registra nuestra historia republicana.
La confusión, que se acrecienta cuando se abandonan las instituciones, se sigue percibiendo, aún después del claro resultado del plebiscito. Los que promovieron la opción derrotada en el plebiscito, en lugar de buscar y asumir sus propias equivocaciones, se han dedicado a argumentar acerca del error que habrían cometido los ocho millones de electores que rechazaron su propuesta. Los titulares de las instituciones, especialmente el Congreso, en lugar de retomar sus atribuciones, parecen empeñados en perseverar en el camino de las reglas y los órganos ad hoc. La izquierda extrema sigue por el único camino que conoce: la revolución; y desde la otra vereda, cierta derecha que se autodenomina “patriota” quiere dar por resuelta la crisis. La política no es entre buenos y malos, como pretende la izquierda, ni tampoco entre patriotas y antipatriotas.
Puede haber convenciones y expertos, pero es hora de que, como dijo el expresidente Lagos, las instituciones funcionen. Cualquier propuesta de nueva Constitución que se someta al voto popular debiera ser primero discutida y aprobada en el Congreso, el camino de órganos alternativos fracasó; volvamos a nuestros protocolos, esa es la manera de salir del estado de alteración de la percepción de la realidad en que nos encontramos, eso que técnicamente se llama delirio. (La Tercera)
Gonzalo Cordero