Escribo con gran preocupación tras los violentos atentados cometidos nuevamente este lunes en diversas ciudades a lo largo de Chile y tras los saqueos e incendios intencionales que han continuado. Me pregunto cuánto costará volver a levantar nuestro país y a nuestra gente. Me pregunto también cómo fue que sucedió que políticos y medios de comunicación dieran tan rápidamente vuelta la hoja de la aterradora violencia vivida el fin de semana del 18 de octubre pasado, iniciada mediante sendos ataques terroristas organizados a la red de Metro. ¿Perdón, dijo terrorismo? Sí. ¿Le parece violento hablar de terrorismo? Bueno a mí lo que me parece violento e intolerable es que continuemos usando, sin pudor alguno, eufemismos y contradicciones manifiestas en el lenguaje para referirnos a hechos de violencia extrema como “tomas pacíficas” o “incidentes aislados”.
Luego de que inexplicablemente se pasara rápida revista al ataque terrorista a la red de Metro, vino la acelerada exigencia de medidas concretas, de resultados inmediatos para abordar una demanda compleja y sobre la que sí cabía hacer una buena reflexión. Pero no. Muy propio de estos tiempos, los primeros en llegar a la mesa fueron las demandas y la inmediatez. El Partido Socialista y el Frente Amplio simplemente se restaron, como si el problema les fuera ajeno o no fueran parte del establishment que está en esferas de poder. Ah, y cómo olvidarla, también llegó a la mesa la necesidad de efectuar un cambio radical al “modelo” y a la Constitución. Es que ella no se pierde ninguna invitación. Para cada desafío social siempre aparece como la solución de todos los males. ¿Habrá algo así cree usted?
Curiosamente, en aquello en lo que sí nos correspondía exigir, y mucho del Estado, pues solo en él recae el uso de la fuerza legítima para mantener el orden público (condición esencial para la democracia), nos extraviamos. La condena a la violencia estuvo y está lejos de ser clara y transversal. Y cómo iba a serlo si ya habíamos tolerado el llamado a evadir sin escandalizarnos y varios honorables llamaban a la “desobediencia civil”, convocatoria muy violenta por lo demás, pero respecto de la cual muchos comunicadores, políticos y participantes en el debate público la dejaron en la vereda de lo aceptable. ¡Inaudito! Desorientados, no solo no se cuadraron con una idea tan básica, sino que además criticaron una y otra vez las medidas adoptadas para intentar resguardar el orden. A ello se suma ahora el Partido Comunista, que intenta acusar constitucionalmente al Presidente de la República buscando desestabilizar la institucionalidad.
Pero usted me dirá: ¿Acaso no ha leído las declaraciones en Twitter de diversos políticos rechazando la violencia? Me pregunto si con eso se dan por pagados. NO sirve. No sirve si no concurren a hacerse cargo de los miles de pequeños emprendedores que, en sus distritos, quedaron desolados, sin poder pagar a sus trabajadores a fin de mes y sin poder levantarse; y cuando no dimensionan cuán difícil se les volvió la vida a miles de chilenos, que ya eran vulnerables o de clase media, para llegar a sus trabajos (los que aún los tengan), para mandar a sus niños al colegio, para abastecerse de alimentos y bienes de primera necesidad. No sirve cuando hacen del Congreso un circo que alimenta egos y cuando se siguen promoviendo múltiples manifestaciones que terminan siempre en hechos de violencia. ¡No sirve tampoco que los políticos hagan de todo menos buena política! Es hora de comenzar a abordar el desafío, respaldando la legítima acción de las fuerzas de orden para así poder canalizar, a través de la institucionalidad de la democracia representativa, las soluciones. Los parlamentarios deben reivindicar su rol y no renegar de él cediendo espacio al asambleísmo. Deben defender sin complejos los elementos que sirven de base a la democracia. Hay muchos parlamentarios que no buscan la polarización que otros quieren instalar. Que están disponibles para escuchar y solucionar y que quieren hacer política para buscar consensos y sostenerlos. Son aquellos que, sin ser complacientes, respaldan una y mil veces el camino construido, con plena conciencia de los desafíos. Es hora de mostrar con gran valentía que para satisfacer las necesidades de la clase media y de los más vulnerables no hay atajos, que es un proceso y que cualquier solución que reduzca la complejidad de los fenómenos solo contribuirá al descontento. ¡La clase media sabe de eso, si es la vida misma! Humildemente los convoco a reivindicar la institucionalidad, el rol del parlamento y el Estado de Derecho. (El Mercurio)
Natalia González