Si el presidente del PC, Lautaro Carmona, afirma que “tenemos que preguntarnos por qué la población no comprendió los avances que logramos” —en referencia a la estrepitosa derrota de la candidata Hassler—, vamos a ayudarlo con la respuesta.
Hassler, refresquemos la memoria del timonel comunista, ingresó a las JJ.CC. justamente en la etapa de masivas manifestaciones estudiantiles —siempre acompañadas de la violencia en sus márgenes—, “habitó” un cargo de concejala por Santiago desde 2016, criticó abiertamente el modo en que el alcalde derechista de la época enfrentó a los encantadores overoles blancos y, por supuesto, se opuso a Aula Segura y, en concreto, a la revisión de las mochilas de los alumnos. Ya como alcaldesa, en su discurso acusó reiteradamente al edil anterior de haber criminalizado a las comunidades educativas (claro, todavía no estallaban baños enteros al interior de esos santuarios del amor) y concluyó que las confianzas se habían roto por las respuestas violentas del anterior alcalde (cuando se recuperaron, los alumnos pudieron entrar los acelerantes… con toda confianza). Por supuesto, fue denunciada públicamente por un rector, y por diputados ante Contraloría, por sugerir o mandar que no se utilizara la normativa de Aula Segura.
Entonces, producida la dramática explosión —y a pocos días de la votación—, Hassler pidió “que se investigue a la brevedad y que se aplique todo el rigor de la ley”. Demasiado tarde: la confianza en la alcaldesa estaba tan rota como destrozado había quedado el dramático baño aquel.
Y esa pérdida de confianza vale también, en gran medida, para explicar la derrota de Emilia Ríos en Ñuñoa. Fue en uno de los feudos del retroprogresismo donde en estos últimos años el Frente Amplio aplicó de la manera más grotesca la doctrina Eyzaguirre sobre los patines.
El Liceo Augusto D’Halmar, el mejor establecimiento municipal del país, tuvo cuatro directores en tres meses, entre diciembre de 2022 y febrero de 2023. Jaime Andrade, su cabeza durante 28 años, fue removido. “Yo no cumplía los parámetros ideológicos que ellos deseaban”, sentenció desde su sabiduría. Poco después, una de las directoras siguientes, Sonia Iribarren, se autodespidió y demandó a la corporación educacional (presidida por la alcaldesa Ríos) por vulneración de derechos fundamentales, daño moral y lucro cesante, entre otros cargos. Con Andrade se llegó a un acuerdo de 50 millones; con Iribarren, de otros 28. Ya se sabe, bajar de los patines no es barato.
¿Pensaban de verdad estas alcaldesas retroprogresistas que la alimentación de la violencia escolar, la desprotección de los estudiantes más esforzados, la eliminación de la excelencia y el gasto de recursos escasos en millonarios acuerdos no iban a generar un decisivo rechazo de gran parte de los electores de sus comunas? ¿Seguían creyendo que el común de los mortales desayuna ideología, almuerza ideología y come ideología, como ellos? ¿No han reparado en la importancia que tiene para la gente de sentido común la seria y segura educación de sus hijos?
Había una época en que la Comisión de Control y Cuadros del PC se hacía cargo de torpezas como la de Hassler, y las calificaba de desviacionismo izquierdista (al Frente Amplio no se le pida tanto). Pero ahora parece que el presidente comunista es el llamado a expresar perplejidad por la prensa, y que la causante de una derrota tan llamativa solo tuvo que aguantar por largo período al interventor Barraza como pulga en el oído.
Pero esas cosas qué les van a importar a los electores. Lo que querían era algo mucho más claro y directo; querían alguien que recuperara aulas seguras. Y votaron en consecuencia. (El Mercurio)
Gonzalo Rojas