“Los caballos tienen mucha suerte, pues, aunque sufren también la guerra, como nosotros, nadie les pide que la suscriban, que aparenten creer en ella. ¡Desdichados, pero libres, caballos!”. La cita es de Louis-Ferdinand Céline en Viaje al fin de la noche, una novela marcada por la Primera Guerra.
Aunque puedan ser equivocados, las guerras tienen motivos —políticos, morales, religiosos— o así al menos las presentan quienes las promueven. Para bien o para mal, las pandemias, pese a sus muertos, a sus limitaciones a la vida diaria y a su destrucción económica, carecen de promotores y de discursos de sentido, no tienen grandilocuencia. A diferencia de una guerra, la pandemia no demanda que la suscribamos.
Más aún, esta pandemia acecha en una sociedad moderna, donde el sentido de la existencia no está dado y donde las instituciones tradicionalmente a cargo de proveer sentido, como la Iglesia y los partidos políticos, se encuentran desfondadas. La oferta de sentido para la tragedia que estamos viviendo es escasa.
Sin embargo, pareciera que la gente tiene vocación por encontrar razones y fines a lo que le toca vivir. Sin ir más lejos, en 2018, según datos de la Encuesta CEP, el 76% de la población consideraba que “todas las cosas buenas y malas pasan por algo que hemos hecho” y solo el 14% creía que “la vida no tiene ningún propósito”.
Esta tendencia a atribuir sentido resuena a concepciones religiosas. Pero, al menos desde la perspectiva de las mismas personas, es más bien una elección. De hecho, tres de cada cuatro personas creen que “la vida solo tiene sentido si uno mismo se lo da”. Es decir, el sentido no se percibe como dado ni tampoco como un sentido colectivo; es un sentido que surge de la voluntad personal. Pero sentido, al fin y al cabo. Tal vez quienes le dan sentido a la vida tengan una capacidad de relacionar cosas que otros no; tal vez, dirá alguien por ahí, sean pesimistas mal informados. Lo cierto es que la misma encuesta muestra que la probabilidad de encontrarle propósito a la vida crece con el nivel de educación, aun cuando lo contrario ocurre con la creencia en Dios.
¿En qué medida encontrará la gente una razón moral o algún fin último a esta pandemia? ¿La considerarán, por ejemplo, una muestra del fracaso de nuestro modo de vida, personal o colectivo, o bien una oportunidad de replantearnos?
En tiempos de sacrificios severos, en que la muerte ronda y en que las cosas que conformaban nuestras vidas, y que apreciamos, están prohibidas y se ven lejanas, por inocentes y simples que sean, cabe preguntarse, ¿desdichados, pero libres, caballos? (El Mercurio)
Loreto Cox