“Desgraciado país, hoy se ha perdido cuanto se ha trabajado para su mejoramiento”, esas fueron las palabras de Diego Portales poco antes de su brutal asesinato en manos de militares, una mañana de junio de 1837. Y se las habría dicho a Eugenio Necochea después de ser apresado y engrillado. Todo aquel que quiera entender la historia de Chile, se encontrará necesariamente con la figura de Portales, figura arquetípica que resucita cada cierto tiempo y vuelve a “penarnos”. Cuando el desorden y la inestabilidad e incertidumbre nos acechan como país, pareciera que Portales tiene algo que decirnos.
Le escuché a un alumno muy politizado esta afirmación hace un tiempo: “Portales es un fascista” (sic): abundan los que hacen caricaturas facilistas de esta compleja personalidad, llena de luces y sombras. Ese es el problema de algunos profesores y divulgadores de historia que, más que hacer historia, moralizan sobre el pasado. Abunda la tendencia a construir relatos simplistas sobre nuestra historia: o se romantiza o se demoniza, hay pocos claroscuros. Le dije a ese joven: “¿sabías que un historiador liberal, Vicuña Mackenna, escribió algunas de las páginas más entusiastas sobre el personaje que tu profesor presenta como un fascista? ¿Sabías que el Presidente Balmaceda se reconocía heredero de la tradición política de Portales?”. Me mira con cara de espanto… Balmaceda dijo que Portales “puso término a la anarquía y a la desorganización administrativa, y al desquiciamiento político producido bajo las Constituciones de 1822 y 1828”. Le digo también que escuché a Nicanor Parra muchas veces hablar con mucho interés sobre él. Obviamente que el antipoeta no habría hecho un panegírico o hagiografía de Portales (que de santo no tenía nada), pero tampoco una caricatura demonizadora.
Falta una obra de teatro, una novela, un monólogo que indague en los recovecos de la personalidad de este deslenguado cuyas cartas son en sí mismas un material literario extraordinario. Y está el viejo debate: ¿Portales, falsificación histórica o estadista que ayudó a armar un país en momentos en que todo en América Latina parecía caminar hacia la anarquía? Le escucho decir a Joaquín Trujillo que siempre estaremos condenados a elegir en Chile entre Andrés Bello o Portales. Él, claro está, se inclina por Bello, hombre de las letras y de la ley (y de la poesía). Se ha dicho que Portales no tenía mucha instrucción, no era al parecer un gran lector (un humanista como Bello), pero nadie puede negar que tuvo intuiciones fulgurantes, como el profetizar que Estados Unidos nos podía convertir en su patio trasero.
Estoy terminando de leer el libro “Diego Portales y la tradición política portaliana”, de Gonzalo Arenas, un estudio muy interesante que aporta luces sobre la trascendencia de Portales en la historiografía y la política. En este estudio se perfila un Portales más allá de lo anecdótico, un estadista que, sin escribir una sola línea (aparte de sus cartas), habría dejado, más que meras intuiciones, un legado político todavía vigente, como la idea de un gobierno robusto, con autoridad y eficacia, y un Estado que sea también una fuerza moral, no solo un ente que hace cumplir la ley. Después de ver lo que pasa con el Estado convertido en botín, uno entiende ese escepticismo portaliano respecto de la creencia de que una Constitución pueda hacernos mejores si no hay virtudes republicanas asentadas.
La ironía y el humor portaliano rozaban lo desopilante, cultivaba la diatriba punzante que está hoy en completa retirada (en tiempos de lo políticamente correcto) si no fuera por un exministro socialista que acaba de decir de su propio gobierno una pachotada sin pelos en la lengua, como las que solía decir Portales. Portales suele hablar a través de emisarios impensados, bisabuelo de la atávica pasión por el orden. ¿Será porque el fantasma siente que nos estamos convirtiendo en un “desgraciado país”? (El Mercurio)
Cristián Warnken