La polémica desatada por las declaraciones de la candidata presidencial del Partido Comunista, Jeannette Jara, en torno a la naturaleza democrática del régimen cubano, ha desnudado una verdad incómoda: la ambigüedad moral que persiste en sectores de la izquierda chilena respecto de los estándares universales de la democracia. No se trata únicamente de una controversia semántica, sino de una confrontación entre concepciones antagónicas del poder, la libertad y la legitimidad.
Sus palabras generaron reacciones desde las oposiciones y el oficialismo. Veamos estas últimas. Jaime Quintana, quien en febrero señaló que había que “fijar criterios con respecto a las candidaturas”, a propósito de la posibilidad que Jadue fuera el candidato del PC, ahora afirmó que “siempre hemos creído en la democracia y en los derechos humanos, convicción que el régimen cubano no comparte”. La presidenta socialista dijo que en Cuba “no hay estándares democráticos”. El presidente radical manifestó que tenía una “diferente apreciación del régimen cubano”. Y el presidente del Partido Liberal señaló que “los derechos humanos y la democracia se defienden siempre”. Entre los candidatos presidenciales, Carolina Tohá reaccionó diciendo que “Cuba no cumple ninguno de los requisitos de una democracia” y Gonzalo Winter dijo que en Cuba “no es posible ser oposición”.
Lo que tienen en común estas intervenciones —a pesar de que a primera vista puedan parecer en clara oposición a Jara— es que ninguna entra en fricción con ella y omiten calificar al régimen cubano como dictadura. Son, más bien, opiniones cuidadosamente matizadas que delatan una inercia ideológica que las vincula. Esta resistencia a denominar las cosas simplemente como lo que son, no es un mero accidente discursivo, sino que oculta una sibilina simpatía, una admiración nostálgica por la Revolución Cubana -pese a sus múltiples y sistemáticas violaciones a los derechos humanos- que los ubica simbólicamente tras esa recordada imagen de Michelle Bachelet apresurándose al encuentro con Fidel Castro, lo que revela la reverencia que aún suscita el castrismo en amplios sectores de la izquierda chilena.
Es una actitud que encierra una suerte de romanticismo político que convierte la represión cubana en sacrificio, la falta de pluralismo en cohesión social y el caudillismo dinástico en continuidad revolucionaria. Este doble estándar de la izquierda plantea interrogantes sobre la madurez política de un sector que, mientras gobierna bajo una constitución democrática, exhibe una indulgencia inquietante con un modelo que reniega del pluralismo, la alternancia y la libertad de expresión.
Al introducir esta temática en el debate público, lejos de aislar al PC, Jeannette Jara ha generado una convergencia tácita. La izquierda oficialista, al no desmarcarse categóricamente, termina suscribiendo una visión complaciente con el autoritarismo siempre que éste se ejerza desde trincheras ideológicas afines. La crítica a las dictaduras de derecha es vehemente y legítima; la crítica a las de izquierda, en cambio, se diluye entre eufemismos y una ambigüedad que roza la hipocresía, pues todos parecen sonreír en sigilo ante los recuerdos de juventud que les evocan Cuba y el color verde olivo.
Recordemos que en 2022 Daniel Jadue pudo haber sido presidente con el apoyo de todos esos partidos si le hubiera ganado la primaria a Boric. Así también, todos ellos habitaron el palacio de gobierno junto a Jara, Vallejo y Cataldo sin expresar ninguna incomodidad. Todos están dispuestos a votar por Jara si gana las primarias y, para ser más claros todavía, ellos redactaron el primer proyecto constitucional que tenía un claro eco chavista. Ese proyecto los une y, como ha dejado en claro la presidenta del Frente Amplio, para ellos está lejos de morir, a pesar del categórico rechazo que sufrió el 4 de septiembre de 2022.
En definitiva, lo que Jara hizo fue activar un dispositivo de identidad, una clave compartida entre actores políticos que, aunque públicamente exhiban matices, en lo esencial reconocen un legado común. Su declaración funciona como un recordatorio: en el imaginario de buena parte de la izquierda chilena, Cuba no es una dictadura, sino que sigue siendo un faro. Y eso, es una declaración de principios tan elocuente como peligrosa. (El Líbero)
Jorge Jaraquemada