El presidente de Convergencia Social, Diego Ibáñez, hizo una fugaz aparición liderando una pequeña protesta fuera del Congreso contra la Ley Naín-Retamal —impulsada por su propio gobierno—, a la que denunciaba como un caso de populismo penal (leyes penales poco efectivas o injustas proclamadas bajo una lógica emotivista y simplista de buenos y malos).
La protesta de Ibáñez tiene varias dimensiones de contradicción o ridículo, pero la más importante es la de ver a un octubrista como él alegando contra el populismo, luego de haber proclamado en 2019 que el poder constitucional había vuelto al pueblo y la calle era, por tanto, soberana. “Que la calle mande”, “el que no salta es paco”, etcétera.
¿Nunca pensó Ibáñez que declarar a la calle soberana implicaba legitimar los abusos de las patotas callejeras, incluyendo a las bandas criminales? ¿No sabe él que la ley de la calle, en ausencia de la autoridad estatal, se parece mucho a la de la selva?
Era previsible, para cualquiera que estudie un poco las revueltas, que al momento romántico de idealización de la “primera línea” le iba a seguir uno de carga opuesta. La vida sometida a la arbitrariedad de las patotas es peligrosa e insostenible. Y la reactivación del Leviatán suele no ser un espectáculo delicado ni sutil.
Harto de la reflexión marxista en torno al error anarquista de asociarse con el lumpen en la persecución voluntarista de objetivos revolucionarios tiene que ver justamente con esta previsible dinámica. Ibáñez, un antiguo libertario, podría beneficiarse de leer un panfleto de Engels titulado “Los bakuninistas en acción”, donde se trata este asunto a partir de otro caso cargado de ridículo. (El Mercurio Cartas)
Pablo Ortúzar Madrid
Investigador IES