“Díganle al tonto que es forzudo”

“Díganle al tonto que es forzudo”

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Hace ya unos buenos años se utilizaba con frecuencia la alegoría de “díganle al tonto que es forzudo” para estimular la realización de una tarea ingrata por parte de quienes se les consideraba lo suficientemente ingenuos como para que aceptaran asumirla, en el entendido que no se percatarían de la mala intención implícita en el supuesto halago.

La fórmula, por repetida, perdió su efectividad de antaño y, por cierto, los demasiados rendibúes hacia una persona para realizar un trabajo determinado, suele generar sana desconfianza y, desde luego, a los más avispados, hasta cierto desagrado que, dada la condición del pedido, resulta poco gentil rechazar con vehemencia -como se debería- y, por lo general, tiende a aceptarse la roncería con un falso agradecimiento, aunque, en su fuero interno, el “ingenuo” se indigne por aquella falta de respeto a su inteligencia.

Así y todo, en política -una profesión en la que el arte de la convicción y el marullo son parte del arsenal propio, por antonomasia- la aplicación del tradicional juego es aún incauta práctica de muchos que, subsumidos en la propia arrogancia ramplona de quienes han sido colocados en las filas del poder por el aplauso y vitoreo de los votantes, creen que el resto de sus congéneres serán también presa fácil de aquel arrobo que a ellos les provoca su presuntuosa fama.

A mayor abundamiento, en muchos casos, con obvia mala intención, algunos utilizan el sórdido halago como forma de inducir malquerencias al interior de los grupos de pertenencia y provocar así conflictos entre liderazgos que terminen por destronar del puesto apetecido a la persona objeto de sus aversiones ideológicas o de interés.

La reciente renuncia de Felipe Kast a competir como precandidato presidencial de su partido, Evópoli, en la próxima primaria de Chile Vamos, ha puesto en esa línea de posibilidades al Ministro de Hacienda, Ignacio Briones, un profesional que emergió desde la academia y cuya gestión a cargo de la relevante secretaría de Estado ha sido reconocida internacionalmente, no obstante haber tenido que superar internamente duros obstáculos, merced a sus políticas previsoras, contenedoras y moderadas, tanto desde la oposición política, como desde su propio sector.

En medio de una crisis económica que se extendía desde la revuelta del 18-O y que se profundizó con la emergencia sanitaria provocada por la pandemia de coronavirus, Briones ha enfrentado la presión de políticos de todos los colores -más preocupados por su destino electoral que por el sufrimiento real de los ciudadanos- por aumentar el gasto fiscal hasta niveles insostenibles. Ha dado sus batallas anteponiendo siempre en la mesa la racionalidad del mediano y largo plazo y no solo las urgencias de corto plazo que, por más inmediatas, marcarán inevitablemente el destino de los chilenos en los próximos años, luego de las imposiciones del “parlamentarismo de facto”.

Cobijado en la razón y el respeto irrestricto a la Constitución y las leyes, Briones no solo ha relevado la sensatez de los números que avalan sus posturas en defensa de las mejores condiciones de vida para las actuales y futuras generaciones, sino que se ha dado el tiempo para fundamentar política y filosóficamente sus decisiones, apuntadas todas a la protección de la democracia, derechos y libertades de una sociedad abierta y denunciando, con decisión y firmeza, el populismo subyacente en las malas políticas que convergencias circunstanciales en el Congreso han logrado instalar a golpes de mayorías con débiles convicciones.

Pero las claras y coherentes conductas parecen no solo haber indispuesto a Briones con la inefable oposición de izquierda, sino que, también con sectores de centro y derecha que, se supone, deberían coincidir con los principios que el ministro ha declarado con transparencia defender en sus alocuciones ante el parlamento y la ciudadanía, con un temple siempre moderado que abarca el sentido común de un amplio espectro ciudadano.

Así las cosas, han surgido ingeniosos que, mediante el arcaico truco del halago, se disponen a intentar defenestrarlo mediante la evidente y tosca argucia de complacer su ego, proponiéndolo como precandidato a la Presidencia de la República. Una oferta que, desde un comienzo, Briones ha agradecido como “un honor”, pero que ha acompañado con gentil rechazo, al reiterar que está 100% dedicado a sus tareas ministeriales, una en la que, por lo demás, quedan desafíos de relevancia para el sostén de una economía que sea capaz de remontar la dura caída provocada, primero por sectores cuya vocación antidemocrática ha sido expresa, y luego, por la pandemia que ha arrastrado al mundo a una recesión sin precedentes en el último siglo.

La irresponsabilidad de promover su salida “honrosa” mediante el dudoso ascenso de candidatearlo para una primaria presidencial cuyo destino es evidente (tanto por su posición en las encuestas, la menor fuerza de su partido y la dura competencia interna y externa), es, pues, casi tragicómica, si es que en política no se hubieran visto cosas peores. En los hechos, fue esa histórica imprudencia de los luchadores por el poder la que hizo posible la conocida frase de Carl von Clausewitz, de que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”.

Es decir, quienes han estado detrás de la campaña para “promover” a Briones como presidenciable no dimensionan los infaustos efectos que una salida prematura del ministro pudiera tener en el aumento de la ya alta incertidumbre económica que afecta al país, tal como, por lo demás, lo han advertido economistas, empresarios y políticos sensatos. Pero, en nuestra inmadura política democrática estas consideraciones no son evaluables, porque de lo que se trata es de imponer una determinada convicción, sin importar las consecuencias. “Poder que no se ejerce, no es poder”.

La “elevación” de Briones podría hasta ser explicable desde la izquierda, porque con ello, logran deshacerse de un ejecutor cuerdo, maduro, técnica y políticamente capaz de enfrentar sus embates. Pero resulta incomprensible que tal empuje provenga desde su propio sector.

Es cierto, pudiera ser que, en la derecha, producto de las propias virtudes expuestas, Briones sea visto como un candidato interesante y rescatable. Pero aun así, si la intención fuera sana, falla la memoria del sector, porque la historia ha enseñado a la derecha que insistir en ministros de Hacienda como candidatos no ha traído buenos resultados.

Y si quienes actúan con pérfida intención esperan que un cambio de ministro les permita facilitar la materialización de sus deseos en lo económico -con mano más blanda o más dura-, habría que recordarles que, en el caso de la actual administración, las decisiones en este ámbito, y en particular, en este, son siempre compartidas con el Presidente, que es la última corte. Es decir, para cambiar el curso del navío no basta golpear a quien sostiene el timón -y si lo hace será por poco tiempo- sino a quien traza la ruta en los mapas, un esfuerzo que, por lo demás, no tuvo éxito en 2019.

Sería pues, de profunda sabiduría que quienes impulsan la torpe campaña detengan su acción, tanto porque humillan la inteligencia de Briones, como porque los objetivos perseguidos por ella no tienen destino. (NP)

Adso de Melk

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