Entre todos los problemas y desafíos que enfrenta Chile -desde el fin del ciclo de precios favorables del cobre hasta el creciente descontento con la clase política y empresarial- el mayor problema que explica la paralización que reina en el país es la falta de liderazgo presidencial. Porque la Presidenta Bachelet lleva casi un año a la defensiva y ha sido incapaz de asumir en propiedad como líder de la Nueva Mayoría, Chile se comporta como un avión sin piloto. Ya que hay creciente turbulencia y la tripulación está cada día más propensa a enfrascarse en conflictos partidistas, comprensiblemente crece el nerviosismo entre los pasajeros del avión. Aunque no se puede hacer nada para terminar con la turbulencia externa, las cosas irían mucho mejor si hubiera un piloto al control del timón.
En 2006, la Presidenta Michelle Bachelet asumió el poder en un contexto económico favorable y heredando la alta aprobación generada por la exitosa gestión que había realizado el Presidente Lagos. Si bien al poco andar el gobierno de Bachelet tropezó con el Transantiago y con los conflictos laborales con subcontratistas de Codelco, en general su gobierno tuvo un desempeño exitoso. La crisis subprime de 2008 coronó de gloria la política de responsabilidad fiscal que había impulsado el ministro de Hacienda Andrés Velasco y ayudó a transformar a Bachelet en la Presidenta más popular en la historia reciente de Chile.
Si bien hubiera tenido sentido que Bachelet optara por retirarse de la política después de ese exitoso primer período, la ex Mandataria decidió volver a buscar nuevamente la presidencia. Pero en vez de demostrar que aprendió lecciones de sus primeros cuatro años, Bachelet llegó con un preocupante aire refundacional. Prometiendo transformar el sistema tributario, educacional, laboral, de salud y, para no ser menos, hasta la propia Constitución, la Presidenta pareció olvidar que sus reformas exitosas fueron aquellas consensuadas y graduales. En su segundo período, Bachelet decidió impulsar reformas tan fundacionales y radicales como el Transantiago. Demostrando nula capacidad para aprender de sus errores -y habiendo parecido olvidar su vocecita interior que le advertía contra la radical transformación que implicaba poner en marcha el Transantiago- Bachelet puso en marcha a la vez varios Transantiagos en su segundo período.
Pese a que recién vamos a mitad de camino en su cuatrienio, al menos dos de esos nuevos Transantiagos están ya en crisis. La reforma tributaria impulsada aceleradamente en 2014 debe ser revisada. Pero como no hay claridad respecto a cuáles son los objetivos de la reforma (financiar la educación superior gratuita o poner en marcha una economía detenida), resulta difícil que los parlamentarios se pongan de acuerdo sobre cómo para reunir más dinero para el fisco o promover la actividad económica. La reforma laboral está estancada en el Congreso por la incapacidad del gobierno de construir consensos. Por un lado, los senadores moderados del PDC bloquean los aspectos más radicales de la reforma y, por otro, la CUT y los partidos izquierdistas de la NM se niegan a un acuerdo que haga viable a la reforma en el Congreso. Como no hay un líder que pueda mediar y forjar un acuerdo, la reforma sigue estancada en el Senado, generando una costosa incertidumbre que contribuye a mantener frenada la economía.
Aunque el gobierno celebra su reforma educacional -en especial la gratuidad en educación superior- los efectos negativos de esta reforma ya se empiezan a ver. Las familias de menos ingresos tienen ahora incentivos muy atractivos para ocultar sus ingresos, entrar a la economía informal o artificiosamente producir supuestos quiebres familiares que reduzcan los ingresos oficiales de la familia y permitan a los hijos acceder a la gratuidad. Como no hay ley que regule la gratuidad (estableciendo límites de años del beneficio, edad de los postulantes u otros requisitos), la apurada implementación de la gratuidad resultará en evidentes injusticias que dejarán a postulantes meritorios fuera y beneficiará a algunos que en realidad no debieran ser beneficiados.
Como el gobierno ha sido incapaz de hacer bien la reforma tributaria, de liderar una negociación para sacar adelante la reforma laboral y de diseñar adecuadamente la reforma educacional que permita el acceso a educación de calidad a los que más la necesitan; resulta fácil predecir que La Moneda será igualmente inepta para impulsar la nueva Constitución. Esto no quiere decir que no haya nueva Constitución -siempre podemos contar con los votos de la derecha que querrá hacer una mala reforma menos mala-. Pero sí que la nueva constitución tendrá el mismo sello de improvisación y dogmatismo que las otras reformas que ha impulsado el gobierno.
De todos los males que hoy afectan a Chile, el más dañino es la falta de un piloto que sea capaz de tomar el control del timón y dirigir al país en estos momentos de turbulencia internacional.