Antenoche Kamala Harris enfrentó a Donald Trump en su primer debate, en un Estados Unidos que lleva años anímicamente deprimido por protestas raciales, políticos geriátricos e incluso un cuasiautogolpe, que ha respondido con entusiasmo a un nuevo tipo de liderazgo: risueño, emocionalmente conectado, optimista.
Si bien todavía no sabemos si Harris llegará a la Casa Blanca, lo cierto es que ya ha dado vuelta el tablero electoral, y también la noción de que el electorado golpeado por pandemias y crisis económicas solo quiere representantes que canalicen su rabia, líderes que prometen restaurar un pasado mítico, en que EE.UU. era todopoderoso y los trabajadores blancos eran privilegiados.
Este populismo, alimentado por la nostalgia, ha contribuido a un entorno político tóxico, donde transar es visto como una debilidad y el extremismo es recompensado. Trump y Vance explotan esta ansiedad económica, las tensiones raciales y la percepción de pérdida de estatus entre la clase trabajadora blanca.
No es un fenómeno únicamente norteamericano, pues en Europa han surgido varios líderes que aparentan estar constantemente enfadados. ¿Es posible que estemos empezando a dar vuelta la página? Y de ser así, ¿habrá algún equivalente chileno de Kamala Harris?
Para responder la pregunta, hay que entender quién es Kamala Harris. En su discurso en la convención nos quedó más claro. Por un lado, es una líder que encarna la promesa de un cambio generacional, con una mirada optimista y un llamado a la unidad. Es alguien comprometido con su historia personal, con su experiencia como hija de inmigrantes, de padres de orígenes muy distintos, de clase media, de abogada y fiscal. Refleja, en otras palabras, muchos aspectos del Estados Unidos actual.
Pero la vicepresidenta también demostró elementos más políticamente astutos. Prácticamente toda la convención del Partido Demócrata, y especialmente el discurso de Harris, señalaron un giro hacia el centro, lo cual, dadas las presiones que se le han puesto al partido desde “la calle”, manifiesta no solamente el pensamiento de la candidata, sino también el realismo y pragmatismo del partido. Saben que con el giro hacia la extrema derecha que ha dado el Partido Republicano se ha creado un vacío en el centro. Por ende, Harris no tiene por qué hacerle caso a su propio flanco más extremo.
Desde el comienzo de su breve campaña presidencial, Harris ha hecho tres cosas extraordinarias.
Primero, ha unido a su partido, insistiendo en que se concentre en el objetivo principal, que es derrotar a Donald Trump. Esto se traduce en hablar de grandes ideas, más que de propuestas específicas. Ello también implica marginar a los sectores más extremos de su partido (en el camino, ha dejado en evidencia que, a pesar de lo ruidosos, no representan a la gran mayoría). Al dejar de lado los extremos, sin abandonar principios progresistas, Harris ha unido a diversos hilos del partido, tejiendo una nueva (o, tal vez, recuperando una antigua) coalición.
Segundo, Harris busca corregir los efectos más negativos de la economía norteamericana, pero no busca reemplazarla. Propone regulaciones nuevas, fortalecer sindicatos, asegurar que la gente pueda costear remedios y ofrecer incentivos tributarios para tener hijos. Continuará con la política impulsada por Biden de invertir en industrias e infraestructura, con un énfasis en energías limpias. Si bien las propuestas están teñidas con un cierto populismo, también apuntan a las principales preocupaciones de los votantes, y les quita fuerza a algunos puntos discursivos de los republicanos, al combinar proteccionismo con la creación de empleos industriales.
Tercero, en cuanto a política exterior, Harris ha adoptado una postura más parecida a la del Partido Republicano tradicional, pre-Trump: una fuerte defensa a la democracia, un espaldarazo irrestricto a las Fuerzas Armadas con un patriotismo sin remordimientos, y apoyo a la seguridad de aliados como Europa, Ucrania e Israel. Nada indica que la exfiscal vacilaría si tuviera que usar la fuerza en defensa de los intereses de su país.
Estos tres ejemplos muestran cómo un fuerte liderazgo puede dar vuelta las fortunas de un partido o coalición: no sobredimensionar el poder de los que gritan más fuerte, proponer políticas realistas que puedan apaciguar las preocupaciones de la clase media en un relativamente corto plazo, no olvidar que el deber del Estado –incluso uno progresista– es salvaguardar el orden y seguridad y, a la vez, mantener claras líneas de política exterior que confirman y apoyan los intereses estratégicos históricos y emergentes.
Finalmente, está el poder simbólico y fuerza del personaje, lo que representa una mujer de color, hija de inmigrantes, de clase media, self-made. Una mujer risueña, pero determinada, una fiscal que perseguía el tipo de delitos por los cuales Donald Trump ha sido encontrado culpable. ¿Existe en la política chilena personajes de este tipo, que desafían el statu quo, que trabajan con las élites pero a la vez las desafían y que, gracias a raza o clase o género, permiten que buena parte de la población se vea reflejada en ella? (El Mostrador)
Robert Funk