El gobierno llega a la mitad, convertido casi en la negación de sí mismo. Antítesis de todo lo que prometió ser, contracara de un sueño que terminó en ruina. La generación que venía a cambiar el modelo y a enterrar al neoliberalismo, ha debido renunciar a todo, salvo a los privilegios del poder, quizás, lo único que desde siempre realmente importó. Metonimia sublime de lo vivido en estos años es que representantes del PC hoy se inclinen a denunciar como “negacionista” al propio Presidente Boric.
Los sectores que impusieron a la fuerza un proceso constituyente, que querían un Chile plurinacional, sin Senado y con sistemas judiciales indigenistas, se estrellaron contra un muro del 62% de rechazo ciudadano. No fue suficiente; se inició un segundo proceso y las cosas concluyeron de la forma más insólita imaginable: la izquierda votando para mantener la Constitución vigente, la de los cuatro generales. Con ello, la columna vertebral del proyecto político de la generación hoy en el poder terminó bajo tierra.
Pero ha habido cosas aún más insólitas, como la revalorización de Sebastián Piñera. Súbitamente, dejó de ser el responsable político de las violaciones a los DD.HH. ocurridas durante el estallido social, y el genocida que provocó miles de muertes durante la pandemia. Ahora, el expresidente es un demócrata desde la primera hora, a quien Gabriel Boric y sus ministros pedían consejo en medio de emergencias como los recientes incendios en la Quinta Región. Un expresidente homenajeado en su hora final por la actual administración, no el villano al cual iban a perseguir hasta el fin del mundo.
Dos años bastaron para confirmar que el poder hace cambiar de opinión sobre cualquier cosa. Y que esos giros pueden ser, además, exhibidos como una virtud, ejemplos de madurez y de aprendizaje. Mientras, en paralelo, se monta un esquema articulado en fundaciones ideológicamente falsas, cuyo fin es llevarse miles de millones de pesos no se sabe a dónde. Dineros destinados a la gente que vive campamentos y, frente a los cuales, nadie responde. Desaparecen los computadores de las reparticiones públicas. A altas horas de la noche le roban la caja fuerte al ministro. El cuento del tío, se dijo.
Exactamente así terminó el idilio de esta generación, como el cuento del tío. Sin nueva Constitución, con la educación pública en retirada, en un país más violento y segregado. Con un crecimiento económico tendencial que sólo nos asegura que el desarrollo estará cada día más lejos, y donde las tomas y campamentos proliferan como un nuevo modelo de negocio inmobiliario de los narcos y el crimen organizado. Una sociedad que aprendió a conocer los secuestros, el sicariato y los niños acribillados a balazos. “Ajustes de cuentas”, se llaman.
Cuentas de un ocaso político y de una degradación cultural, de las cuales esta generación pasará a ser el más llamativo símbolo. En una sociedad cuyo gran “éxito” ha sido la extraordinaria capacidad para acostumbrarse a todo. (La Tercera)
Max Colodro