El gobierno, a pesar de seguir bien en las encuestas, comienza a sufrir de “maniobrismo”: vive al día, sorteando mal pequeños obstáculos, y sacrificando la estrategia a la táctica, lo cual siempre es también una mala táctica. Una de las razones que lo ha llevado a esto ha sido caer en el juego de la oposición, que se encuentra estratégicamente quebrada, y cuya actividad se ha reducido a reventar petardos mediáticos esperando causar daño. En la medida en que la derecha actúe reactiva e histéricamente cada vez que revienta uno de estos petardos, confundirá sus prioridades políticas al mismo tiempo que perderá el control de la agenda.
Salir del “maniobrismo” exige cambios que dependen de estar en posesión de una estrategia política. Este gobierno tiene la oportunidad de hacer visibles a las víctimas del orden actual en nombre de las cuales debería gobernarse los próximos 20 años, así como las décadas anteriores lo hizo la Concertación en nombre de las víctimas de la dictadura. Esto involucra a sectores de la clase media vulnerable y, por cierto, al núcleo duro de pobreza que nos queda. Mostrar un horizonte que conduzca a la promoción de estos grupos postergados, cosa que la izquierda parece haber renunciado a hacer, es el gran desafío estratégico de Piñera.
Luego, una vez que se sepa a dónde ir, es necesario mapear los puntos de conflicto. A estas alturas son evidentes: la oposición reventará petardos vinculados a la dictadura de Pinochet (porque unifica a la izquierda), a la agenda “valórica” (porque divide a la coalición gobernante) y al crecimiento económico (porque lo juzgan la principal expectativa popular respecto al gobierno). También irá, con cualquier excusa, tras la cabeza de los ministros más importantes.
Los partidos de gobierno deben consensuar respuestas para cada una de estas maniobras, además de blindar a los ministros clave. Lo primero exige elevar la calidad de la discusión interna, para que no sea una guerra de cuñas oportunistas y venenosas. No se trata de prohibir el debate, sino de articularlo bien. Lo segundo también exige preparar a los ministros para enfrentar con eficacia a los medios.
Asegurada la defensa, debe articularse el ataque. Hay temas que descolocan a la oposición. Cada vez que relativizan las violaciones a los derechos humanos en Venezuela o Nicaragua, se hacen daño. Lo mismo cuando defienden el “legado” de Bachelet. O cuando se refugian en la jerga vacía de la “retroexcavadora” y la “superación del neoliberalismo”, mostrando ignorancia o desinterés por la economía. Todo esto los pierde, al igual que la ilusión de volver a articularse a partir de la oposición a Pinochet.
Ya mapeado el horizonte buscado y el campo de maniobras, lo que sigue es tratar de avanzar, eligiendo bien las peleas y evaluando los riesgos y oportunidades, evitando confundir a la opinión pública con las redes sociales.
No estar a la altura de estos desafíos equivale, lamentablemente, a no tener méritos para gobernar, más allá de la total discapacidad del adversario. (La Tercera)
Pablo Ortúzar