Las declaraciones son cada día más extrañas. Basta que un periodista, sin mediar provocación, se imagine preguntas tan raras como, ¿usted piensa retirarse de la política?, ¿ha oído usted que la Presidenta va a renunciar?,¿usted comparte la propuesta de disolver anticipado el Congreso?, para que se haga de titulares estruendosos sobre los más peregrinos temas que, sospecho, no estaban en la pauta previa de los entrevistados.
Por otra parte, las estrategias judiciales llevan a empresarios sindicados por la opinión pública, e incluso por sus pares de directorios como partícipes de estos financiamientos irregulares, a declarar con pose de esfinge, desconocer absolutamente de ellos, y si alguien dentro de la empresa es culpable, ese no es él. Como guinda de esta torta, la Presidenta, que había hecho doctrina de “a mi no me pautea nadie”, recibe pauteos cada vez más impertinentes y poco amables de columnistas, ex ministros, dirigentes partidarios, sobre lo que debe declarar de su hijo, de que hasta cuándo esperará para cambiar un gabinete con vías de agua abiertas por todos lados, etc.
De lo deteriorado que aparece todo, mi optimismo me lleva a pensar que esta crisis truculenta sobre el financiamiento de la política podría estar acercándose a una salida. En la política y la empresa hay más personas inteligentes y serias de lo que la gente ha llegado a creer, y confío que reaccionarán ante este aquelarre loco, e irresolución asombrosa que lo están tumbando todo. Apostaría que hay gente laboriosa trabajando, consciente que los plazos se acabaron.
Sin embargo, cuando Penta y Caval estén en el pasado y la política haya salido de esta tormenta de arena que la ahoga y ciega, quedará aún sin resolver el problema de fondo que vivimos. La incomunicación entre política, empresa y ciudadanía, que expresan los rechazos mayoritarios de esta última a los dos primeros y a las reformas emprendidas por el gobierno. Penta y Caval sólo agudizaron el desencuentro de la sociedad con la política, que venía de antes, cuando los que votaron por reformas concluyeron que las presentadas por el gobierno no eran las suyas y que las decisiones económicas las pagaban ellos y no “los ricos”, como se les había dicho.
Se han hecho estridentes dos preguntas que comenzaron a fraguarse en 2014 y que la política ya no puede eludir:
¿Las mayorías institucionales seguirán intentando imponer a las mayorías sociales reformas que no son las suyas, o van a escucharlas? ¿Se sentarán a la mesa, política y empresa, para terminar con una incomunicación e incomprensión que ha aportado serio deterioro a la economía de todos?
Imponiendo como hasta ahora, la política no puede revertir la mala opinión ciudadana sobre ella y tampoco la mediocridad de nuestra economía, que dificulto pueda satisfacerle a la clase media sus sentidas demandas permanentes de estabilidad y prosperidad, menos con el escenario externo proyectado.
La gente quiere reformas; las suyas. Hoy la primera reforma que exige es que empresa y política no sigan siendo como son. (La Tercera)