Editorial NP: Pandemia, prioridades e información

Editorial NP: Pandemia, prioridades e información

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La conjugación de circunstancias infaustas que han afectado la vida de los chilenos desde la intensificación de una sequía de más de una década, hasta la guerra comercial sino-norteamericana, el “estallido” social y la pandemia de coronavirus, ha estimulado una amplia discusión ciudadana respecto de las formas en que el gobierno debería conducir las políticas públicas de manera que los bienes que están puestos en riesgo -salud y bienestar económico- se protejan del mejor, más eficaz y más eficiente modo posible.

Aunque, por cierto, no parece pertinente oponer la defensa del derecho a la vida y la protección de la salud frente a la pandemia, con la indispensable mantención de una actividad económica básica que permita el acceso de los ciudadanos a los bienes y servicios mínimos para sobrevivir a la plaga, en los hechos, las estrategias que han sido puestas en marcha en diversas naciones -también en Chile- han consistido en un grueso llamado al “aislamiento social”, el que ha sido impuesto decretando cuarentenas generales y/o locales que obligan a las personas a permanecer en sus hogares, limitando su libertad de desplazamiento, de modo de evitar una aceleración de los contagios -en la medida que su transmisión se produce por contacto entre enfermo y sano o de éste con objetos tocados por el primero- para un virus respecto del cual no hay vacuna ni remedio conocido y que amenaza con infectar al 60% o 70% de la población mundial.

Desde luego, de aquel potencial de contagiados, hasta ahora el comportamiento epidemiológico del Covid19 muestra que un relevante 80% u 85% es asintomático o que sus efectos no superan los de las molestias de un resfriado común, aunque también hay cerca de un 15% que enferma gravemente (especialmente personas de tercera edad o con dolencias crónicas) y que obliga no solo a su hospitalización, sino al uso de infraestructura especializada, como ventiladores mecánicos, los que, como es obvio, ningún país del mundo tiene suficientes en stocks, si es que, de dicho 15% de eventuales internados en las redes de salud, solo 5% -como ha sido la curva- se agrava a punto de muerte, pues se trataría de una cantidad que a nivel mundial es impracticable.

Es decir, si el número de contagiados sintomáticos graves aleatorios -y es la razón por la que se insiste en el llamado “aplanamiento de la curva”- se acumula en pocos días ante una red de salud nacional debido al aumento logarítmico de infectados presintomáticos o asintomáticos en libre circulación, no hay sistema que resista la presión, como lo demuestran los casos de Italia, España y recientemente Estados Unidos, todos países que reaccionaron tardíamente al “aislamiento social”, incluso, en algunos casos, desvirtuándolo, dados sus devastadores efectos sobre la actividad económica -que es social por naturaleza- y que termina oponiendo, en la práctica, ambos valores de modo irreconciliable.

Desde luego, la supuesta contradicción ha estimulado reacciones de líderes y autoridades nacionales y locales que demuestran la índole de programación de la especie en materias de sobrevivencia y que están en la base de la más que milenaria discusión religiosa,  filosófica y política sobre el bien y el mal, o la disposición del ser humano al egoísmo o la colaboración, o a su lucha por la sobrevivencia, la procreación y creación, y/o el disciplinamiento social de los pulsos individuales más profundos radicados en nuestra biología.

Más allá de percepciones religiosas, posturas filosóficas o políticas, las ciencias biológicas prueban hoy que la especie humana es portadora de ambos “instintos” crudos y que su uso y formas depende de los entornos y/u objetivos en los que la acción de las personas se explica e inserta. La infinita plasticidad del lenguaje dará cuenta -antes o después- de las racionalizaciones pertinentes que den marco ético a dicha conducta, la que será respectivamente aceptada o repudiada por quienes forman parte del relato binario en los que protagonistas y antagonistas de las decisiones de poder respecto de la crisis están atados dialécticamente.

La generación de las confianzas mínimas que requiere la vida en sociedad exige de un acuerdo en el que la incertidumbre que suscita el comportamiento oportunista del estado de naturaleza sea superada por la mayor certeza de conductas dictadas por la razón -entendidas como equidad- y una moral -costumbres- reconocida, acatada, previsible y estable. Como la confianza que se deposita en el animal adiestrado, versus la que no se le otorga al silvestre, sin aquella, la civitas no es posible y los vínculos al interior del grupo humano estarán debilitados por el temor al ataque sorpresa, la traición o trasgresión de acuerdos y contratos. En tal caso no hay ciudad, ciudadanía, ni democracia, sino dictadura, esclavitud y tiranía.

Cuál es o ha sido la conducta de los chilenos frente a las múltiples crisis y desafíos que el país ha enfrentado: ¿aquella respuesta que masivamente, desde sus encierros hogareños, entregaron hasta el sábado millones de conciudadanos que quisieron seguir colaborando con la Teletón, logrando una meta difícil de prever en un entorno de escasez económica, crisis social, política y cultural; o la de esa serie de dirigentes políticos, alcaldes, líderes sociales, estudiantiles y opinantes de redes sociales que promovieron y/o hasta apoyaron inhumanas reacciones de supervivencia como la negativa a participar en la lucha contra el Covid19 en hospitales públicos por razones de seguridad o el bloqueo del paso a ancianos o con enfermedades crónicas que buscaban refugio respecto de áreas de mayor densidad viral, para proteger las suyas?.

¿Es entonces Chile un país solidario o egoísta?, ¿Es un país asociativo o individualista? Por cierto, Chile es una generalización lingüística muy amplia y, desde luego, sus habitantes presentan ambas caras -y muchas intermedias- porque la especie tiene en su panoplia las herramientas para sobrevivir que, alternativa o conjuntamente, le proporcionan las actitudes egoístas o de solidaridad en sus respectivos espacios; o el cooperar o actuar individualmente, en los pertinentes momentos. La libertad de usar tales instrumentos corresponde a cada cual y se esperaría que ciudadanos juiciosos e inteligentes supieran discernir cuándo y cómo usarlos, cumpliendo, empero, con los contratos que nos vinculan como hijos de un mismo suelo nacional y no de una heredad vecinal o comunal dirigida con la mano cerril de un señor feudal cuya voluntad es ley.

Distintas a sociedades autoritarias, las democracias liberales son un acuerdo social adulto que no exige del otro -al modo de religiones o sectas- de un conjunto de edictos y conductas morales que se ajustan en todo ámbito y momento a los que profesa el líder o casta dominante, sino que, entendida como el consenso de individuos libres, que libremente se han asociado para conseguir objetivos comunes, los términos del contrato que suscriben sus ciudadanos son convenidos mayoritariamente, buscando una equidad fundada en el mérito, la mayor libertad e intercambios sin letra chica, y que todos, voluntariamente, concurren a cumplirlo, tanto conscientes del propio egoísmo, como por la esperanza de que la solidaridad que hoy ofrece, mañana redituará, eventualmente, tornando aquel egoísmo en acción cooperativa.

Tal vez la decisión más compleja que el Gobierno haya debido adoptar durante el mes de ataque del coronavirus haya sido, precisamente, mantener, en medio de públicas y fuertes presiones de diversos sectores de interés, el delicado equilibrio diario entre la protección de la salud de los chilenos, la restricción de sus libertades y la necesidad de que la economía nacional siga proveyendo a los ciudadanos de los bienes y servicios que requieren, tanto mientras dure la pandemia, como luego de ella, cuando la actividad se regularice y las presiones de demanda y debilidades de oferta comiencen a generar dificultades inflacionarias por las caídas de producción internas y externas, así como por el alto tipo de cambio, producto de un cobre a muy bajo precio.

La mala calificación de la labor del Presidente en materia de lucha contra el coronavirus de algunas encuestas evidencia la fuerte dispersión actual de liderazgos y las divergentes estrategias que se expresan públicamente para enfrentar la amenaza pandémica y que inciden en la opinión ciudadana, hecho que, si bien es esperable en democracias liberales, refleja también la madurez o inmadurez política de sectores cuyos raciocinios pueden ser ensombrecidos por pulsiones político-ideológicas, al buscar réditos partidistas más que soluciones al crítico momento social.

Como se sabe, para este mes que parte e inicios de mayo próximo, los especialistas esperan los peores momentos de la pandemia en la región, así como los más duros resultados en materia número de contagios y muertes. Es de esperar que, al menos en este lapso, en vez de que la natural ansiedad creciente tienda a incentivar una explosión de polémicas, ideas, tácticas y estrategias propias de tiempos de discusión democrática normal, aumentando así la sensación emocional de caos y descoordinación, las élites políticas, sociales y técnicas converjan auto-disciplinadamente en una estrategia común que, como en el caso de las cuarentenas o cordones sanitarios, o del abastecimiento de mascarillas, guantes y/o ventiladores mecánicos, se han ido asumiendo y mejorando, al aprovechar, pragmáticamente, tanto la solidaridad interna como internacional, así como el ingenio, creatividad y capacidad emprendedora de los chilenos, muchos de los cuales, en pocas semanas, han presentado soluciones innovadoras a cada una de las falencias anotadas, haciendo posible que Chile muestre una evolución pandémica con bajos niveles de víctimas proporcionales. Una conducta ciudadana como esa no es esperable en sociedades en las que el poder central se concentra en pocas manos y se limita la libertad de información y emprendimiento de sus ciudadanos, poniendo barreras a su crecimiento y madurez.

El esperado inicio de la normalización que pudiera venir a contar del próximo mes de mayo debería encontrarnos ya con una economía que, no obstante haber sufrido los embates de una megasequía, una revuelta social de proporciones, guerra comercial entre los principales socios comerciales del país y una de las pandemias mas graves de los últimos 100 años, debería estar levantándose, tras una caída del Producto Interno Bruto (PIB) que se estima superará a la de 2008, pero que, con una mezcla de inteligente egoísmo y solidaridad, de cooperación e individualismo, de cuidadosa potestas y autodisciplina podremos volver a superar como, por lo demás, Chile ha superado otros tantos desafíos a su sólida y resiliente voluntad de progreso, paz y libertades.

El aumento de información y conocimiento que han logrado recaudar los sistemas de Big Data nacionales y mundiales, así como el intensivo uso de las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones a que el aislamiento social ha dado pie a nivel global, están abriendo una nueva fase de gobernanza de las crisis de diverso tipo que, como la del coronavirus, pudiera haber sido aún más eficazmente gestionada, si el país hubiera contado con la información individual y grupal de sociedades de Oriente que permiten generar información y deducir patrones que diseccionan con mayor detalle las conductas sociales, no obstante el temor de que tal gestión de datos pueda ser utilizados con propósitos de dominación política.

Al mismo tiempo, según sea la cultura democrática de sus élites, ayudan a administrar decisiones para una más equitativa protección de derechos, algunos, como hemos visto, aparentemente contrapuestos, pero cuya oposición no es sino resultado de los escasos niveles de información que impiden discriminar en detalle áreas de operación correctas, eficientes y más eficaces, pero que las nuevas fuerzas productivas de la sociedad de la información están posibilitando cada vez más.

La sociedad del conocimiento que, en los albores del siglo XXI se expande con dinamismo y mayor rapidez, permitirá, más temprano que tarde, acciones de gobernanza mucho menos invasivas que las que se han debido aplicar frente a la amenaza del Covid19 oponiendo valores conjugables, durante este prolongado ocaso de la edad del petróleo y la fuerza bruta centralizada industrial y los inicios de una nueva era de energías limpias, y de producción, gestión y distribución descentralizada, telemática y ciberinformada para la incontable oferta y demanda de bienes y servicios reales y virtuales que posibilitarán las sociedades libres de los próximos años.(NP)

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