Nuestra sociedad vive un momento complejo, en las últimas semanas la Presidenta de la República se ha sentido en la necesidad de decir que no piensa renunciar y que es una persona honrada. El Ministro del Interior, por su parte, ha salido a poner freno a la tesis de que se llame a elecciones anticipadas.
¿Qué puede justificar cada una de esas intervenciones? ¿Qué hizo que se instalara en dos o tres días la posibilidad de una renuncia masiva de autoridades?
Principalmente una cosa, existe la apreciación generalizada que la conducción política del país está en una situación de inestabilidad total. Todos esperamos un cambio de Gabinete pero, a diferencia de lo que ocurría el año pasado, la permanencia de cada Ministro ya no se juega en los trascendidos sobre su relación con la Presidenta, sino de las últimas boletas que aparecieron.
Esta pérdida de la capacidad de gobernar es muy mala y nos coloca ante un vacío de poder y una incertidumbre tal, que a diario se escuchan voces que llaman a la Presidenta a “ejercer su liderazgo”, en una apelación críptica, porque nadie dice claramente en qué consistiría ese liderazgo puesto en acción.
Pero el llamado no sólo es vano e imposible en las actuales circunstancias, sino que encierra implícitamente la fuente de la mayoría de nuestros males políticos.
Los liderazgos no se ejercen, los liderazgos se tienen. O no se tienen. Ahora bien, el que tiene un liderazgo precisamente lo tiene, porque lo ejerce. Aunque suene a juego de palabras. El problema, antes que las boletas, antes que el Fiscal Gajardo, antes que CAVAL, incluso, es que tenemos un sistema político que lleva años renunciando, paso a paso, a cumplir un rol de liderazgo en nuestra sociedad. Hay varios indicios que así lo muestran.
El año 99 Joaquín Lavín en su campaña presidencial (y yo “tengo vela en ese entierro”) decía que “el Presidente es un empleado de la gente”. Frase ingeniosa, pero equívoca, que es la manera elegante de decir que está equivocada. Claro, porque el Presidente responde y sirve a la gente, pero eso es muy distinto de lo que sugiere, que es que el Presidente debe obedecer a la gente.
Hagamos una analogía, en cierto sentido, el médico es un empleado del paciente, pero es el paciente el que obedece al médico. Claro, si no se mejora y no está conforme, el paciente puede cambiar al médico. Pero, esta lógica de la campaña de Lavín, por su éxito, caló fuerte en el mundo político.
Otro síntoma, la importancia que comenzaron a cobrar las encuestas. La del CEPprogresivamente se instaló como nuestro oráculo de Delfos, que se espera tal como esperaban los antiguos las señales de los dioses para decidir su destino. Así, por ejemplo, empezamos a asumir tácitamente que los Ministros peor evaluados son los de peor desempeño. Cuando en realidad, aquí y en todas partes, suele ser al revés, que muchos de los mejor evaluados son los peores, por la sencilla razón que es muy difícil hacer bien el trabajo y dedicarse a ejecutar una campaña de comunicaciones en los medios, que suele llevar a la buena evaluación.
El llamado poder de la calle, es otra señal. Cuando los estudiantes empezaron a marchar el mundo político se paralizó y se puso “al servicio” de sus demandas. ¿Qué piden los manifestantes? Gratuidad. Pues gratuidad tendrán. ¿Qué más? Fin al lucro. Se termina de inmediato. Si la marcha es contra un proyecto, éste queda en las cuerdas. Chile cambió, es la explicación que reciben los inversionistas que preguntan por esa cosa rara y anacrónica que, en otros países, llaman estado de derecho.
Para qué seguir. ¿Qué liderazgo le podemos pedir a la Presidenta si llevamos años celebrando que los políticos renuncien a ejercerlo en el grado más mínimo? ¿Pero si, además, los chilenos la eligieron por su capacidad de escuchar, de sintonizar “con lo que siente el país real”?
Y ahora le venimos a pedir que deje de ser la “mamá” acogedora y le diga a la sociedad que aquí tenemos reglas y que se van a cumplir; que el SII va a ejercer sus atribuciones; que lo que no es delito, no lo es, aunque “la calle” se moleste y lo considere “impresentable” (maravilloso adjetivo este último al que espero dedicar otra columna); que aquí tenemos un problema sistémico de financiamiento de la política y eso no se resuelve dejándose llevar por las consignas de una masa irresponsable que pide linchamientos populares.
No pues, no lo va a hacer ni se lo podemos pedir, porque eso es cambiarle las reglas del juego, porque nadie la eligió porque tuviera las condiciones para hacer eso. En definitiva, porque este país hace ya buenos años que se dedicó a plantar olmos y ahora, que estamos en una crisis, queremos pedirles peras.
En el corto plazo, lo más que podemos aspirar es a que algunas autoridades ejerzan sus atribuciones con la mayor responsabilidad posible y, en el mediano, que como sociedad volvamos a valorar la capacidad de liderar como atributo para ejercer cargos políticos. Si hacemos eso, es posible que en una futura crisis, no necesitemospedirle a nuestras autoridades que “ejerzan su liderazgo”. (El Líbero)