Eduardo Frei, ex Presidente de la República, ha mostrado, en el último tiempo, más coraje que la medianía de nuestros líderes políticos. Lo vimos en el plebiscito anterior, donde su clara y nítida declaración por el Rechazo sobresalió en medio de abdicaciones y ambigüedades de quienes se plegaron al delirio apruebista. Expresarse hoy por el “A favor” requiere mucho más coraje aún, cuando la mayoría de las encuestas muestran una diferencia favorable a la opción “En contra”. El expresidente Frei ha actuado sin calculadora en mano, quemando su capital político, desde una convicción de que esa opción es mejor para el país. Gestos como esos prácticamente no se ven en la política de hoy, atrapada por el espejismo del twitter, la inmediatez y las encuestas.
Frei ha tenido más grandeza y visión que su partido, la Democracia Cristiana, convertida hoy en una sombra patética de lo que fue, aliada electoralmente con el Partido Comunista, vagón de cola de una izquierda refundacional, un partido del que muchas de sus grandes figuras históricas, si estuvieran vivas, probablemente sentirían vergüenza. ¿Se imagina alguien a Eduardo Frei padre o a Patricio Aylwin llamando a votar Apruebo en el plebiscito anterior? Los dirigentes herederos de esa tradición siguen actuando víctimas de complejos y culpas autoflagelantes que les impiden estar a la altura de la historia. Porque estamos ante momentos históricos: el país viene desde hace tiempo en un declive que se acerca cada vez más a la decadencia. Estamos pagando el costo del actuar de una clase política que, en vez de orientar (ese es el papel de un líder), nos condena al extravío. Los operadores superan hoy en número a los estadistas y los partidos políticos son hoy más pequeños negocios de caudillos locales que grandes mediadores y articuladores de grandes acuerdos, que son lo único que puede sacar al país del pantano en que está hoy.
No habrá grandes acuerdos con los políticos liliputienses que tenemos. Es en ese panorama desolador en que la figura de Frei crece por sobre sus antiguos compañeros de proyecto político, y se instala en la Historia y no en la majamama o “gran jalea” (esta metáfora es de Huidobro) en la que están los que traicionaron su propio pasado. Frei, ya lejos del poder, parece actuar como un estadista y como Presidente, mucho más desde luego que el actual Presidente. Su sobriedad, su sensatez, su sentido común, valores escasos y que añoramos en estos días, y que la República necesita con urgencia, lo levantan como un referente político y moral. Los verdaderos líderes se ven en estas circunstancias. Frei señala lo que la mayoría de nuestros políticos no dicen: que el triunfo del “En contra” es dejar abierta la caja de Pandora, para que salgan otra vez los demonios con su tenaz afán destructivo: “No faltarán quienes buscarán persistir en un tercer intento, lo que podría convertir la búsqueda de una nueva Constitución en una sucesión inagotable de convenciones y consejos que le haría mucho daño al país”, afirma.
Por más que algunos digan ahora que la Constitución del 80 es en realidad la de Lagos (¡nos dijeron lo contrario en el plebiscito anterior!), bien sabemos que ese es un repliegue solo táctico. La campaña del miedo y la mentira, que ha alcanzado grados inverosímiles en la franja del “En contra”, muestra bien que no hay argumentos contundentes para convencernos por esa opción, y como no los hay, solo queda sembrar el miedo y la confusión. Se llama a votar “En contra” más por castigar a la derecha que porque el texto propuesto sea un pésimo texto, como sí lo fue el de la Convención pasada. Digámoslo con todas sus letras: se está votando desde la venganza, no desde la convicción. A Frei no le importa pagar costos si pierde el “A favor”, lo que le importa es el país por sobre toda otra consideración. Un verdadero líder es el que se arriesga por su país: esa debe ser su única lealtad, su único norte. (El Mercurio)
Cristián Warnken