Yo también soy liberal, y, al contrario de Alvaro Fisher y Francisco Covarrubias, no puedo estar a favor de la legalización del aborto. Estoy en contra, en razón de los fundamentos mismos de la teoría liberal que afirma los derechos inalienables del ser humano, de los cuales, por cierto, el derecho a la vida es el primero.
Es por ello que, a mi juicio, el único punto que debe ser objeto de discusión es si una criatura en su vida uterina es o no persona humana. Desde el punto de vista filosófico, no tengo la menor duda de que a partir de la concepción existe un ser único, distinto, irrepetible, con una carga genética específica, que no requiere de ninguna intervención adicional para crecer de embrión a persona, salvo el cuidado que la madre le otorga durante nueve meses .
Tengo la impresión de que los articulistas en cuestión sí aceptan que se trata de un ser humano, pero argumentan que la vida no es un derecho absoluto e inalienable, por cuanto con el consentimiento social se puede matar, por ejemplo, en defensa propia o en caso de guerra. Como alguien más ya ha señalado, sin embargo, en esos casos existe una agresión previa que la justifica. La fundamentación de la posición de los autores, por ello, es otra, y sería «la autonomía de las personas para conducir su vida como ellas elijan, siempre y cuando no perjudiquen a terceros». Pero si los autores ya han aceptado que la criatura en el útero sería persona, ello claramente los transforma en «terceros perjudicados». Es más, si el derecho a la autonomía individual justifica el aborto en tres causales, ¿por qué no puede apelarse a la autonomía individual de la mujer para abortar hasta las 38 semanas después (como en EE.UU.) y por cualquier otra causal que, a juicio de la mujer, atente contra su autonomía? ¿Y qué hacemos con el atentado contra la autonomía de la mujer que implica la crianza de los hijos una vez nacidos?
Otra contradicción llama la atención: es indiscutible, como dicen, que el aborto existe y ha existido siempre, pero, en lógica, de allí no fluye que deba ser legalizado: existe el robo, el homicidio y una serie de delitos, y el hecho de que ocurran no justifica su legalización.
Pero desde mi punto de vista, lo interesante de la posición adoptada por Álvaro Fischer y Francisco Covarrubias es que, primero, coloca en el centro de la discusión qué significa ser liberal y, segundo, realza el dilema central del liberalismo, que es su relación con la moral. El liberalismo clásico, Smith, Burke, Locke y otros ponen el énfasis en la importancia de la libertad individual en materias sociales, económicas y políticas, pero reconocen que las libertades de unos pueden entrar en conflicto con las libertades de otros, y admiten, por eso, que necesariamente debe ser limitada; no tienen acuerdo respecto de cuánto debe ser limitada, pero insisten, al mismo tiempo, en que la libertad debe ser maximizada. Ninguno de ellos -en su mayoría, filósofos morales- descarta la relación entre la aceptación de ciertas reglas morales compartidas y la posibilidad de ser libres, pues en la ausencia de consensos morales mínimos, la alternativa es la coerción. Burke sostenía que los hombres pueden ser libres en la misma proporción en que son capaces de controlar sus bajas pasiones. De acuerdo al ethos de los pensadores liberales clásicos, el individuo libre tenía responsabilidades igual que derechos, deberes igual que privilegios. El «self interest» (interés propio) de Adam Smith, al contrario de lo que muchas veces se piensa, no equivale a «selfishness» (egoísmo), incluye el interés por los otros y se justifica porque promueve el interés general.
Existe, por cierto, una corriente más bien posmoderna, muy en boga en nuestro país, que identifica el liberalismo principalmente con la autonomía moral del individuo, sin referencia a ningún criterio objetivo del bien o el mal, en el cual la autorrealización, la autoexpresión, la autosatisfacción, derivan de un yo que parece no tener referencia alguna a ningún propósito o persona fuera de sí mismo, llegando a una suerte de narcisismo que se opone a depender de nadie y rechaza cualquier responsabilidad por otros.
¿Somos los seres humanos solamente átomos aislados, individuos que compiten, o necesitamos también cooperar para realizarnos como seres humanos? Hayek diría que la lógica de la competencia es insustituible en grandes sociedades impersonales donde ningún individuo tiene los conocimientos para identificar la mejor forma de cooperación entre sus integrantes. Pero dice también que si esa lógica se impone en el ámbito de las relaciones personales y familiares, se destruiría la civilización.