El abrazo del oso

El abrazo del oso

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Están los abrazos buenos. Esos sentidos, cariñosos, llenos de entusiasmo y pasión. Pero también están los que ahogan, incomodan, acosan. A esos se los llama el abrazo del oso.

Quizás por coincidencia de nombre, algo así puede suceder con el relato que rodea el Oscar que ganó el corto animado, Historia de un Oso. Se trata de una hazaña de proporciones, porque obtener este premio requiere de mucho talento, pero también de mucho dinero. Y los chilenos tenían abundancia de lo primero, pero casi nada de lo segundo. Para producirlo, consiguieron 40 mil dólares, que es lo que cuesta un segundo de grabación en una típica mega producción de Hollywood. Pese a ello, el Oso dejó fuera de competencia a gigantes como el estudio Disney/Pixar, algo que no estaba en los planes de nadie.

Hay dos formas de mirar esto. La primera es darnos un gran abrazo, saltar, gritar, rendirse ante este suceso extraordinario. Gozar este espacio de romanticismo, que nos dice que, aunque sean en contadas ocasiones, el talento y las ganas pueden vencer al dinero y el poder. Una sensación que nos remonta a los años setenta en California, donde dos chicos con pinta de hippies, Steven Jobs y Stephen Wozniak, instalaron un taller en el garaje de la casa para desarrollar el Apple I. Para ello vendieron un viejo Volkswagen y una calculadora.

Sí, son historias que conmueven, entusiasman, pero que tienen un problema. Son excepcionales. Por cada una de ellas, hay millones de otras que no resultaron. Por eso existe una Apple. Por eso Chile ha ganado solo un Oscar. Por eso, pensar que esto es una tendencia, que ahora sí vamos por el camino del éxito, es una equivocación. Es un claro ejemplo del abrazo de oso.

Porque si a consecuencia de esta hazaña -o locura como dijo el director del corto-, sacamos conclusiones de política pública, como que no es necesario dar un apoyo más sistemático a este tipo de aventuras, entonces la pega de los que vienen se hace imposible. Pedirles a otros jóvenes y no tan jóvenes que emulen la hazaña del oso, es una locura de proporciones.

Mucho se habla en Chile de que se necesitan innovadores, que hay que romper con la inercia de un país que depende de cosas como el cobre, pero poco se hace al respecto. A nivel de Gobierno, pero también a nivel de las empresas, donde hay pocos incentivos para premiar aquellos que desafían el pensamiento común. Para qué hablar de nuestro sistema educacional, que en general tiende a castigar la creatividad, con sistemas de enseñanza repetitivos, tediosos, predecibles. Donde memorizar vale más que pensar.

Bueno, la Historia de un Oso, muestra que, pese a todo, hay chilenos con talento de categoría mundial. Lo dramático es que la mayor parte de ellos no llega a puerto por falta de apoyo, fundamentalmente financiero. Entonces, la conclusión es que apostar por ellos no es una locura, pero hay que hacerlo bien. Con convicción y recursos. De lo contrario, el triunfo que tuvimos, en vez de entusiasmar, solo servirá para ahogar el sueño de muchos jóvenes y seguiremos siendo un país que vive de hazañas. De esas que marcan hitos, pero no cambian las tendencias fundamentales.

Andrés Benítez

La Tercera

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