Sólo recordemos lo que fue la reforma tributaria. Partió con un vergonzoso fast track de entrada al Congreso. Si bien existía consenso en mejorar el esquema y aumentar la recaudación para invertir en educación pública de calidad, el proyecto de la Nueva Mayoría se veía mejor en el papel. Se llegó a un acuerdo, pero en vez de triunfar la simpleza tributaria, terminamos con mayor complejidad e incertidumbre. Parimos una guagua que dará que hablar cuando crezca. Por de pronto, ya veremos qué sucede con el prometido aumento de los 8.000 millones de dólares en recaudación.
En educación la situación parece ser peor. El proyecto, si hubo, se veía mejor al unísono de las marchas. Pareciera que los cantos libertarios en su acepción sesentera fueron la fuente de inspiración. Pero nuevamente surgió la dura realidad. La retroexcavadora chocó con lo que piensa la gente. Y con lo que cree y valora. Posiblemente saldrá otro engendro de improvisación e incertidumbre.
En este intenso proceso, la izquierda ha abusado con sorprendente astucia del concepto de gradualidad. Pero para ellos es sólo una cuenta regresiva. No es un período de tiempo para aprender, probar y mejorar. Es la arremetida contracultural. El cronómetro de los tres No —no al lucro, no a la selección y no al copago— ya desplazó a la calidad en educación. Piensan que la gente todavía no entiende. Y se acostumbrarán. Total, ya pasó con el Transantiago.
Ahora viene la reforma laboral. Al parecer ganará la CUT, que representa a sólo el 9% de los trabajadores y posee poder político. Y un poderoso lobby. Se protegerá el trabajo de algunos, pero, ¿se promoverá el empleo de jóvenes y mujeres?
Quienes creen que todo se ha hecho mal en los últimos 30 años, miran atrás con rabia. Y hacia adelante, con ansiedad e ilusión. Quienes creen que todo se está haciendo mal, miran atrás con nostalgia. Y para adelante, con preocupación e inquietud. Cunde un agobiante pesimismo por el ayer y el mañana. Una explosiva combinación. (La Segunda)