Producto de los debates se han dado una serie de careos entre candidatos, sobre actuaciones o dichos del pasado que hoy parecen desquiciados, destemplados o, al menos, desafortunados. Se trata de algazaras que han enredado a todos los candidatos —salvo al compañero Artés y, por cierto, a Parisi, el candidato fantasma— pero que han complicado con mayor profundidad al candidato del Frente Amplio y el Partido Comunista, Gabriel Boric, paradójicamente el candidato más joven y, por tanto, que ha tenido menos tiempo para contradicciones vitales.
En la mayoría, sino en todos los careos, Boric ha respondido una y otra vez que cometió un error y que se arrepiente. Así, entre otros casos, se arrepiente de haber visitado a Palma Salamanca en Francia. Se arrepiente, también, de haberse mofado en un video de la muerte de Jaime Guzmán. Se arrepiente, al mismo tiempo, de aquella vez en que prometió defender “el legado del FPMR”. Se arrepiente, al parecer, de haber dicho que el Frente Amplio está más a la izquierda del PC. Se arrepiente, y así lo dijo en su momento, de haber votado a favor de la ley antisaqueos impulsada por el Gobierno del Presidente Piñera. Se arrepiente, finalmente, de haber apoyado a Maduro, como lo hizo varias veces por Twitter. “Fuerza Maduro carajo” reza uno de esos posteos de los cuales ahora parece desdecirse.
Esta actitud de decir algo y al poco tiempo desdecirse, parece ser un rasgo definitorio en Boric. Y eso es algo sumamente preocupante. Ser flexible y darse cuenta de los errores cometidos es una virtud. Pero si se vuelve una constante, se transforma en un defecto. Quien vive continuamente arrepintiéndose de lo obrado genera poca confianza hacia el futuro y pierde uno de los atributos más necesarios para gobernar: la credibilidad.
El problema no es, por tanto, los arrepentimientos que ya nos ha sacado en cara el candidato Boric; es lo que viene para adelante. ¿Cómo puede aspirar a gobernar un país, si en La Moneda no hay margen para arrepentirse de las actuaciones? Eso nos lleva a la pregunta del millón: ¿se habrá arrepentido ya de haber dicho, hace justo un año atrás, que no tiene la experiencia suficiente para ser Presidente de la República? Quizás estoy siendo demasiado obtuso, y sus remordimientos se basan en la presión de terceros. Así que cambio la pregunta: ¿se habrá arrepentido, alguna vez, de haber puesto su firma en el acuerdo del 15 de noviembre de 2019, en el que participaron casi todas las fuerzas democráticas con representación en el Congreso, salvo el PC y otros partidos de izquierda? Ojalá que no. O bien, ¿se habrá arrepentido de haber votado en contra de la solicitud de extradición del Comandante Emilio, cuando aún estaba en México? Ojalá que sí. Este es un dato que ha pasado completamente ignorado, pero no por aquello tiene menos gravedad: en 2017, la Cámara de Diputados acordó solicitar la extradición del terrorista del FPMR, condenado como autor material del crimen del senador Guzmán. Sólo dos diputados se opusieron: Hugo Gutiérrez y el mismo Boric. Si ahora le preguntamos lo que opina, creo que ya sabemos la respuesta: “cometí un error”.
Al final del día, tener líderes políticos que continuamente se arrepientan de sus actos es sumamente complejo, sobre todo si aspiran ni más ni menos que a presidir la República. Acá hay dos alternativas: o su arrepentimiento es genuino, lo que daría lugar a pensar que se trata de un sujeto que actúa no por la razón, sino traicionado por la pasión, y que sólo después calcula el peso de sus acciones. O bien, su arrepentimiento no es genuino, sino que se debe sólo a la intimidación del medio, sus pares, o la opinión pública, lo que sería incluso peor. Pero, tranquilidad, yo estimo que es lo primero. Yo creo que su arrepentimiento —cada vez— es genuino, y que actúa primero con la guata y después con la cabeza. No me cabe otra explicación cuando, en aquel recordado video, le pasan una polera con la cara de Jaime Guzmán ensangrentada y el diputado señala “bueeeeena”, muerto de la risa. Eso no es orquestado. Eso no es para la galería. Ese es Gabriel al desnudo, hablando desde la guata. Que después entre en razón, y se arrepienta, no es más que un mal consuelo. Porque si llega a La Moneda, tendrá que gobernar con la guata, tanto como con la cabeza. (El Líbero)
Roberto Munita