El aspecto más llamativo de lo que le acaba de ocurrir al ministro del Interior es su repetición. Acontecimientos similares a los de Burgos ocurrieron entre la Presidenta Bachelet y otros dos ministros de su primera administración (Zaldívar y Velasco).
¿Cuál es la causa de esa repetición?
Por supuesto ella puede atribuirse a características de la personalidad de la Presidenta que se han subrayado infinidad de veces. La Presidenta Bachelet, por razones biográficas, sería extremadamente desconfiada y cuidadosa, hasta el escrúpulo, de su propio poder. La explicación es atractiva y plausible; pero lleva a un callejón sin salida. Después de todo, si el problema es la personalidad de la Presidenta, entonces no tiene solución, desde que nadie puede renunciar a sí mismo.
Pero hay explicaciones alternativas a esa.
La literatura enseña que cuando un acontecimiento se repite, es porque hay algo subyacente que lo produce. Freud, por ejemplo, creyó que detrás de la compulsión de repetición (la tendencia a revivir el acontecimiento traumático en sueños, por ejemplo) habría un esfuerzo por controlar simbólicamente los efectos de una pérdida. Hegel por su parte, según recuerda Zizek, cree que la repetición es una muestra de la necesidad simbólica de algo. Cuando algo se repite en la historia, enseña Hegel, sería una muestra de que se ha transformado en necesario.
Hegel (en las Lecciones sobre la filosofía de la historia universal ) ejemplifica con César. César acumuló un poder que entró en abierta contradicción con la república y por ello fue asesinado, entre otros, por Bruto. Su muerte, sin embargo, no salvó a la república, sino que acabó dando paso a Augusto, el primer César. El César persona se repitió en el César título. Lo que explicaría esa repetición es que el cesarismo ya era necesario en la época de César, sólo que necesitaba su muerte para triunfar. La repetición sería así fruto de la necesidad. ¿Qué necesidad simbólica es la que arroja la repetición de los desaires que la Presidenta Bachelet ha infligido a tres de sus ministros del Interior?
Esa necesidad -hasta ahora soterrada y muda- no puede ser otra que la necesidad de ruptura entre la izquierda y la decé. No se trata, por supuesto, de una necesidad objetiva, sino de una necesidad simbólica que se ha ido instalando poco a poco en la izquierda y que, conforme avanza, adquiere casi el estatuto de una necesidad objetiva. La repetición del maltrato a los ministros democratacristianos instalados en La Moneda sería la expresión de esa necesidad.
Y es que a una parte muy importante de la izquierda la decé simplemente le incomoda, le parece un lastre en los procesos de cambio que se ha empeñado en impulsar. Las apreciaciones críticas hacia la reforma educacional se le antojan simples complicidades de intereses entre la decé y los grupos que profitarían del actual sistema educativo; la cautela frente al proceso constituyente y el cambio constitucional, una oposición disfrazada de prudencia; la defensa del proceso modernizador de la Concertación, una simple defensa del mercado; sus dudas frente al aborto, un tosco conservadurismo, y así. La decé y ciertos sectores de la izquierda miran al pasado y sus miradas van paralelas, sin cruzarse nunca. Miran al futuro y ven (cuando ven, porque no es claro que la decé logre ver algo) cosas radicalmente distintas. Y una coalición que no se encuentra ni en el pasado ni en el futuro no es, simplemente, una coalición.
Ese radical desencuentro no es, por supuesto, el fruto de ninguna necesidad histórica objetiva (del mismo modo que el cesarismo que siguió a César tampoco lo fue) sino el resultado de una necesidad simbólica que se ha ido instalando en la cultura política de la izquierda, la que, para sus adentros, siempre ha sabido que la decé es una buena compañera de ruta; pero, ya se sabe, los compañeros de ruta acaban cuando las rutas divergen. Y eso está ocurriendo entre la izquierda y la decé.
Los desaires, la desconfianza, la incomodidad de la Presidenta Bachelet con esos tres ministros del Interior y en especial con Burgos (cuyo espíritu decé, a diferencia de Pérez Yoma, no logra ser apagado por ningún pragmatismo o sentido del poder) no es así fruto de un rasgo psicológico, sino la expresión de que la distancia entre el proyecto de la izquierda y el espíritu de la decé (espíritu, porque proyecto no tiene) está adquiriendo la urgencia de una necesidad histórica.