El Chile de la funa-Francisco José Covarrubias

El Chile de la funa-Francisco José Covarrubias

Compartir

La funa se ha apoderado del Chile actual. Una palabra paradójicamente mapuche (relacionada con lo podrido) que no es otra cosa que la versión local de lo que en otras partes del mundo se conoce como “escrache”, y cuyo origen viene desde el otro lado de la cordillera.

Esta semana, la ministra de la Mujer, Isabel Plá, sufrió una funa mientras era entrevistada en Radio Cooperativa. El intendente del Biobío, Sergio Giacaman, fue objeto de una funa al interior del Teatro Regional que lo obligó a retirarse del lugar. La presidenta de la UDI, Jacqueline van Rysselberghe, fue funada en la madrugada de este lunes, en medio de un vuelo en avión. Algunas semanas antes fue el turno de Insulza, a quien miembros de la “Asamblea de Feministas y Disidentes por la Constituyente” de Arica le gritaron “Pánzer traidor”. Ayer también fue el turno de una funa a Boric en el parque Forestal.

Y así, suma y sigue.

Roxana Miranda, la candidata presidencial del 1%, fue un poco más lejos. Con la representación de una guillotina (que simbolizaba el corte de cabezas de los políticos), exhortó a los pocos asistentes que se congregaban en lo que queda de la Plaza Italia: “Hago un llamado a averiguar las casas de esos parlamentarios que han traicionado el pueblo. Porque nosotros vamos a ir a sus casas”, furiosa con aquellos que votaron en contra de la acusación constitucional contra Piñera.

Pero todavía hay más.

Las universidades han sido objeto de funas a rectores y académicos. En colegios y Liceos ha ocurrido lo mismo. Y en las redes sociales, miles y miles de funas virtuales se han escrito en 140 caracteres y cuya más emblemática de los últimos días fue la de Camila Vallejo (con las fotos de los parlamentarios que “se cuadraron con #ChileVamos”).

Pero sin duda la peor práctica de todas las que hemos conocido se ha dado al interior de la Cámara de Diputados, donde se ha instalado el amedrentamiento por parte de algunos “asesores” de parlamentarios, cuya función principal, o más bien única, parece no ser otra que coaccionar e intimidar a los diputados contrarios. Se trata de una práctica mafiosa, la que, si no se le pone coto luego, no haría parecer extraño que miembros de la Garra Blanca terminen deambulando por los pasillos del Congreso Nacional con el carné de asesor.

El deterioro de la convivencia interna en la Cámara de Diputados y la pérdida de las formas republicanas comenzó bastante antes que la explosión social del 18 de octubre. Pero ahora hemos llegado más lejos. Será difícil controlar las funas en la calle, pero no puede ser difícil controlarlas en los pasillos de Pedro Montt. Solo se requiere voluntad política de la mesa de la Cámara.

¿Acto de protesta o coacción legítima? La práctica de la funa genera en el mundo un gran debate por la delgada línea entre la protesta legítima y el acoso, pero que al hacerse en masa contra una persona no hace más que amedrentar y atemorizar y que termina siendo profundamente antidemocrática.

Funas hacen los colectivos cubanos para extirpar cualquier opinión distinta. Funas hacían los proetarras en España para vaciar las universidades de quienes no eran independentistas. Funas hacían los nazis a los judíos. Las funas no son aceptables. En ninguna de sus formas. Partiendo por la Cámara de Diputados.

Y si bien hoy las funas tienen más olor a izquierda, no son exclusivas de ellas. Se han conocido, por ejemplo, funas a periodistas por parte de quienes consideran que han legitimado la protesta social. Y, probablemente, en el Chile actual un político de izquierda no podría pasearse muy tranquilamente en un “sector de derecha”.

Y si usted, que es de derecha, se encuentra cerca de su casa con Camila Vallejo, ¿qué haría? Y si usted, que es de izquierda, se encuentra cerca de su casa con José Antonio Kast, ¿qué haría? Pues bien, si usted —lector que pertenece al público ilustrado— le dan ganas de decirles unas cuantas cosas (al que probablemente se sumarían otros y se transformaría en funa), ¿qué queda para el resto?

Tenemos que volver a recuperar la capacidad de disentir sin miedo, de circular tranquilamente por las calles; de que la libertad de expresión, la libertad de movimiento y el respeto cívico se vuelvan a poner en valor. Al menos como una aspiración. Al menos como un paradigma.

Y, paradójicamente, la mejor forma que tiene la sociedad de defenderse de las malas prácticas no es más que condenarlas, condenarlas y condenarlas. Un verbo que se ha conjugado poco en estos días. (El Mercurio)

Francisco José Covarrubias

 

Dejar una respuesta