Los resultados de la Prueba de Acceso a la Educación Superior (PAES) dejaron en evidencia la total y absoluta destrucción de la educación pública. Los liceos emblemáticos literalmente desaparecieron de los 100 mejores puntajes, aumentando aún más la brecha evidente entre la educación pública y la privada.
Sólo tres establecimientos públicos lograron aparecer entre los 100 mejores, el liceo Augusto D’Halmar de Ñuñoa (número 15), el Liceo Bicentenario de Temuco (número 40) y el Colegio de Maipo de Buin (número 88). La caída en los resultados ha sido sistemática desde la aparición del “Movimiento Pingüino”, lo que deja en evidencia la correlación entre la politización y la penetración de la ideología y la pérdida de competitividad. El Instituto Nacional descendió del lugar 9 al 121, el Liceo 1 del 118 al 544, el Liceo de Aplicación del 352 al 944, el Barros Borgoño del 363 al 957 y el Barros Arana del 523 al 883. Un verdadero desastre.
Los protagonistas del movimiento estudiantil, quienes hoy son gobierno culpan al “modelo educativo instaurado en dictadura”, pero lo evidente, eso que se aparece a los sentidos, es que la educación iba mejorando y que el punto de inflexión de caída se sitúa en el 2011.
Es importante, por tanto, intentar comprender qué es lo que pasó. Esos jóvenes del 2011 pedían “educación gratuita y de calidad”. Nunca definieron calidad, ya que eso nunca fue el foco. Era una arremetida ideológica contra el “modelo económico” que al poco tiempo se centró en el lucro. La idea era “eliminar el negocio de la educación”, como si de eso dependiera la calidad, lo que es una gran mentira. Satanizaron el lucro y luego demonizaron la competencia. Prohibieron la selección para eliminar de la ecuación la “meritocracia”. En el afán igualizador, prefirieron sacarle los “patines” a algunos y los dejaron a todos en el charco sin posibilidad de ver las estrellas. Eliminaron el copago, atentando contra lo más básico que es el derecho de los padres a querer contribuir en la educación de sus hijos.
Lo que aquí primó fue la ideología. Nunca se tuvo en mente a los niños, nunca les importó nada y estuvieron dispuestos a sacrificar a generaciones completas para poder controlar el sistema y eliminar lo más posible a los privados y a la libertad. El fin no era educar, sino adoctrinar. Eso es lo que terminó por condenar y desorientar a generaciones completas de “jóvenes soñadores”, que sin real capacidad de pensamiento crítico se compraron el relato de “30 años” y de la “desigualdad” como el gran problema que hay que erradicar a toda costa.
La educación está en crisis como un todo y la educación pública está en estado terminal. El problema de la educación como un todo tiene que ver con lo que intrínsecamente se le pide al sistema, tres objetivos incompatibles entre ellos. Preparar a los alumnos para ser buenos ciudadanos (socialización), conectar a los alumnos con las verdades que debieran conocer (academicismo) y sacar el mayor potencial del interior de cada niño (progresismo). Las tres cosas entre ellas son incompatibles y ese es el drama profundo desde la creación de este sistema endémico y compulsivo que pretendía dar respuestas a la sociedad industrial.
A este drama ya presente desde la creación de los colegios se sumó la ideología que abusando de la socialización prefirió adoctrinar y no educar, ya que abandonó la Verdad y el Bien como norte. Esta instrumentalización para “la causa” del sistema educativo fue liderada en gran medida por el “colegio de Profesores”, entidad gremial que está lejos de representar a los profesores de Chile. Este ente gremial politizado puso los intereses ideológicos y personales por sobre los niños. Los niños quedaron al final. El Estatuto Docente prohíbe despedir a los profesores, aunque sean malos. Los profesores para proteger al gremio, olvidando a los niños, prohíben que alguien que no sea profesor enseñe. La formación docente se concentró en pedagogías, didácticas, evaluación y otras y olvidó la necesidad de saber en forma real de contenidos, de buscar a personas enamoradas de lo que enseñan para despertar el amor por el conocimiento en sus alumnos.
A esto se sumó el fruto de la ideologización en jóvenes que se tornaron “revolucionarios”, que perdieron todo respeto a la autoridad y que se consideraron los “elegidos”. María Música marcó la pauta tirándole un jarro de agua a la ministra de Educación, frente a lo que nadie hizo nada. La violencia, las tomas, consideradas un “derecho”, negaron el derecho de otros a educarse y de las familias a surgir. Son y serán siempre acciones totalitarias en los que una minoría se impone sobre el resto y “pasan máquina”.
Los overoles blancos y las molotov completaron el cóctel frente a una autoridad incapaz de hacer lo que corresponde por el discurso instalado de los que eran parte de esta acción destructora. Sí, son culpables, son responsables de la condena de muchas familias y del desastre país. (El Líbero)
Magdalena Merbilháa