Aunque aún no está concluida, no resulta injusto decir que no hay comparación posible entre la propuesta constitucional actual y la ofrecida por la Convención. La actual no debilita las instituciones republicanas ni pone en riesgo la separación de poderes o la integridad territorial; no introduce formas diferenciadas de ciudadanía ni, en fin, deja en el limbo ciertos derechos y libertades fundamentales. Tiene además la ventaja de que, pese a lo que seguramente dirían sus detractores de aprobarse, tiene un origen democrático. A ello hay que añadir que, además, los consejeros no han ofrecido el espectáculo de desplantes y prepotencia que vimos en el proceso anterior.
Ahora bien, eso no significa que la propuesta no sea perfectible. En este sentido, seguramente resulte oportuno recordar tanto las razones de la composición del actual Consejo como las condiciones probables para la aprobación del proyecto. Y respecto de lo primero, es muy importante no olvidar que esa composición se debe, fundamentalmente, al rechazo del octubrismo y de todo lo que comporta: celebración de la violencia nihilista, sectarismo y quebrantamiento del orden democrático. Pero, y pese a los empeños del gobierno actual y de los denodados esfuerzos de la centroizquierda por suicidarse, no todo el antioctubrismo es de derecha. Una cosa es querer vivir en paz y bajo el imperio de la ley en una sociedad democrática, y otra ser de derecha. Y como ambas no necesariamente coinciden, es conveniente que los consejeros no olviden que su mayoría puede ser transitoria, como le ocurrió a la izquierda en el proceso anterior; que, por lo mismo, es mejor no ceder a la tentación de constitucionalizar ciertas cuestiones como, por ejemplo, ciertas tradiciones, cuya regulación puede despertar suspicacias, amén de ser innecesaria, dado su firme arraigo en la costumbre. Otro tanto ocurre con cuestiones de la así llamada “agenda valórica”, respecto de las cuales no hay acuerdo ni siquiera dentro de la misma derecha. Eso aconseja regularlas de modo general, dejando su detalle a la ley. En esto también conviene que la propuesta actual se diferencie lo más posible de la anterior, que regulaba preceptivamente estas cuestiones.
Hay quienes creen que en el escenario actual, en el que o nos quedamos con la nueva propuesta o con la Constitución vigente, la derecha no puede sino ganar. Sin embargo, ese es un error al menos por dos razones. Primero, porque lo óptimo sería que aprovechara la oportunidad de ser la arquitecta de la institucionalidad democrática de los próximos cuarenta o cincuenta años; y segundo, porque el triunfo del “En contra” será usado por algunos para empatar con la Convención y tratar de reanimar el octubrismo, sobre todo si los porcentajes de rechazo son parecidos. Por eso, es importante que logre la aprobación del actual proyecto. Si lo consigue, todo lo demás vendrá por añadidura. (El Mercurio)
Felipe Schwember