Igual que en “Alicia del otro lado del espejo”, Chile es un país donde las cosas siempre pueden terminar exactamente al revés: la izquierda, que estuvo durante décadas obsesionada con demoler la Constitución de Pinochet, hoy concurre a las urnas para ratificarla. Los opositores a la dictadura, los que nunca dejaron de denunciar la ilegitimidad de origen del texto vigente, los que vieron en el estallido social la oportunidad para imponer un proceso que hiciera posible cambiar “el modelo”, hoy irán a votar para mantener vivo el espíritu de Jaime Guzmán.
Pero la singularidad no termina allí. Porque la derecha chilena, los que a su vez llevaban también décadas defendiendo la Constitución actual, ahora votarán por reemplazarla. Porque, después de obtener la hegemonía en el Consejo, los herederos del gremialismo descubrieron que había llegado la hora de enterrar su legado, modernizar el texto consagrando un “Estado social y democrático de derecho”, exactamente aquello que la izquierda siempre quiso y por lo que hoy día votará en contra.
De locos o, quizás, simplemente, Chile siendo fiel a sí mismo. Un país lunático donde ahora la izquierda aspira a mantener lo que siempre quiso cambiar, y la derecha busca reemplazar lo que siempre quiso mantener. Como para despejar dudas de por qué en Chile todo avanza en sentido contrario: la economía deja de crecer; se multiplican por minuto las tomas y los campamentos; los defensores de la educación pública la destruyeron; las poblaciones terminaron en manos de los narcos y del crimen organizado.
Un país que descubrió una mañana que todo lo construido desde el retorno a la democracia no valía ni treinta pesos; que todo debía ser reemplazado y que la Constitución de la dictadura era la madre de todos los males. Pero donde las cosas rápidamente se invierten y terminan en sentido contrario. Como hoy, en que la izquierda va a celebrar si la Constitución de los cuatro generales sobrevive. Y la derecha lamentará si los opositores a Pinochet consiguen mantener vigente el texto que ella siempre defendió.
Luego de cuatro años de proceso constituyente y de ver volar en pedazos la propuesta que más se parecía a lo que “siempre soñó”, la izquierda concurre hoy a las urnas con la esperanza de que su derrota histórica -mantener vigente la Constitución de Pinochet-, la salve de una catástrofe política: ver triunfar un texto generado por una mayoría de derecha y, en particular, republicana. Una izquierda que sigue siendo “marxista” pero ahora en versión Groucho, y que por tanto no tiene vergüenza en hacer exactamente lo contrario a lo que parecían ser sus principios.
Chile, una copia feliz del absurdo, donde comunistas y socialistas votarán hoy igual que Hermógenes Pérez de Arce: buscando mantener a firme el legado de la dictadura, la Constitución de los cuatro generales, del neoliberalismo y del Estado subsidiario. La locura total. (La Tercera)
Max Colodro