Así se titula un reconocido texto de difusión de S. Mukherjee del año 2010. Se refiere al cáncer, una enfermedad que acompaña a nuestra especie (y otras) desde la primera descripción egipcia hace 5.000 años. El nombre fue acuñado por Hipócrates a partir de la similitud que él describió entre la distribución radiada del tumor y el cangrejo.
Se estima que en Chile una de cada tres personas desarrolla algún tipo de cáncer a lo largo de su vida, siendo hoy la primera causa de muerte, sobrepasando a las enfermedades cardiovasculares. Sin embargo, gracias al avance médico, y el haber incluido la mayoría de sus diferentes formas en el AUGE, se ha transformado en una enfermedad crónica con tasas de curación sobre el 50%, sujeto a una condición crucial: llegar a tiempo.
El análisis de esta condición mediante certificados de defunción entrega una mirada estrecha, por cuanto pareciera entregar solo al azar la probabilidad de sufrir cáncer. Esto es incorrecto. La posibilidad de tener o no cáncer está condicionada por factores genéticos, cada vez más precisables, determinantes sociales, hábitos o costumbre modificables, y algunas infecciones. Piénsese, por ejemplo, que la vacunación de niños contra el virus del Papiloma Humano promete eliminar el cáncer de cuello uterino, así como prevenir con la vacuna contra la Hepatitis B reduce drásticamente el de hígado.
Cada año, hay casi 60 mil casos nuevos de cáncer. Los datos indican que la mortalidad prematura es prevenible mediante modificación de factores de riesgo o tratamiento precoz en la mayoría de ellos. Es decir, una política efectiva de diagnóstico precoz (mamografía, Papanicolau, hemorragias ocultas en deposiciones, ecografía de la vesícula, antígeno prostático, etc.) tiene una rentabilidad social enorme. Resulta paradójico que la mayoría de estos chequeos, gratuitos, tengan tan poco uso.
La educación efectiva, por otra parte, que permite modificar factores de riesgo, es la herramienta más efectiva para impedir que se desarrollen algunos tipos de cáncer, en primer lugar. Sin embargo, aquí se topa con el más severo de los determinantes sociales de la salud: el nivel educacional, correlacionado directamente con el nivel de pobreza.
Si fuera posible establecer un programa específico de educación para la salud a nivel de atención primaria, pública o privada, el acento debe estar en los factores altamente relacionados con el desarrollo de cáncer: la epidemia de obesidad, productos del tabaco, consumo exagerado de alcohol.
Todos los análisis económicos concluyen que migrar desde un enfoque curativo tardío a uno preventivo precoz en cáncer, es una inversión, con resultados que superan con creces los costos. Como señala Susan Sontag “la enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más onerosa”. Para las familias, el cáncer trae también la pobreza, y sin una lucha frontal contra sus condicionantes y en post de un diagnóstico precoz, no hay seguridad social, Isapre ni seguro complementario que resista. (La Tercera)
Jaime Mañalich