Los chilenos somos propensos a los extremos. Durante la Presidencia de Salvador Allende, el gobierno de la época trató de sustituir al sector privado y al mercado por la acción estatal, la nacionalización de empresas privadas y el control de precios (¿alguien recuerda hoy a la “Dirinco” y a las escaseces que produjo?). La dictadura militar se fue al otro extremo: la deificación del mercado, sin detenerse a pensar que los mercados desregulados no funcionan tan bien como nos dicen los libros de texto más simplones. El péndulo ahora se está moviendo en la dirección opuesta, como si el Estado fuese un deus ex machina que puede, por arte de magia y a cero costo, rectificar todos nuestros males, que, en esta visión, son el producto de la “mercantilización”, la entrega de todos los ámbitos de la vida social al “lucro”, y otras expresiones de parecido talante.
Ni lo uno ni lo otro. El mercado es un mecanismo más efectivo que la acción del Estado para transmitir información desde aquellos que tienen necesidades a los agentes privados que están en condiciones de satisfacerlas. De allí los fracasos rotundos de las economías centralmente planificadas, de las cuales quedan cada vez menos en el mundo.
Pero el mercado no es nada de perfecto. La economía moderna nos enseña que hay muchas razones para que no funcionen bien. Y, además, aquellos que no pueden expresar sus necesidades en poder de compra no tienen ni voz ni voto. Es por estas razones que existe la acción del Estado, tanto para corregir las fallas de los mercados, regular aquellos que no funcionan y mejorar la distribución del ingreso, a través de políticas tributarias y de gasto público.
Pero, frecuentemente, las acciones estatales orientadas a corregir una falla de mercado son peores que la enfermedad. Como el Estado es relativamente torpe en solucionar problemas económicos, la mejor recomendación que se le puede hacer a cualquier gobierno de turno es que escoja bien sus tareas y que sea más parsimonioso que activista.
¿Con qué instrumentos debería el Estado intentar cumplir con su papel en la economía? Este debe ser un asunto pragmático y no ideológico.¿Ayudar a estudiantes sin recursos a través de becas o de la gratuidad total, cara e inequitativa? ¿La provisión pública de servicios hospitalarios o la provisión por entidades auto gestionadas? ¿La construcción y gestión de caminos o puertos por el Estado, o perfeccionar el sistema de concesiones al sector privado? ¿Intentar solucionar los problemas de las bajas pensiones a través de la eliminación del sistema de capitalización individual, reemplazándolo por un sistema estatal de reparto, o mejorar el pilar solidario para que nadie tenga pensiones indignas? Todas las propuestas que se esgrimen a favor de la intervención estatal tiene como sustrato un rechazo radical al “sistema” (que alguien me explique qué significa).
Desde luego, mis preguntas son retóricas. Prefiero soluciones pragmáticas que combinen en forma virtuosa la potencia de los mercados con la acción inteligente del Estado.
Manuel Agosín