El envejecimiento progresivo, y rápido en algunos casos, de la población ha sido ya reconocido como un problema de creciente gravedad. Algunos extremistas han planteado la idea de acelerar el desaparecimiento de los viejos, los que contribuyen al gasto, pero no al producto, de las naciones.
El aumento del número, y de la proporción, de mayores de 65 o 70 años es un hecho. Y la solución al problema no es su desaparición, sino su transformación en un aporte adicional a la generación de ideas, bienes y servicios en cada país. Contribuir a esta transformación es urgente, al menos en Chile. Las estimaciones más cuidadosas (INE) señalan que, en poco más de una década, la población mayor de 65 años excederá aquella menor de 15 años, presionando sobre la demanda de seguridad, servicios de salud y apoyo solidario.
La sociedad en nuestro país no está preparada para enfrentar la situación. En realidad, no falta mucho para que la disponibilidad de bienes y servicios deba basarse en los esfuerzos de apenas un tercio de la población o poco más, ya que un tercio será de edad avanzada y casi otro tanto no tendrá la edad para incorporarse a la fuerza de trabajo o se mantendrá fuera de ella en su proceso de formación. Afianzar la disponibilidad de bienes y servicios en un tercio o algo más de la población requeriría de aumentos de productividad, o niveles de inversión inalcanzables en poco tiempo.
Es imposible abordar seriamente el problema de envejecimiento progresivo sin considerar medidas que extiendan las posibilidades de trabajo de los mayores. Y la mayor parte de nuestras normas y costumbres contiene elementos que los alejan de la fuerza de trabajo, ya sea por la rigidez de los horarios laborales y las jornadas, las dificultades de movilización, las demoras excesivas en la atención de salud y muchos otros aspectos, incluyendo la inseguridad ya abismante en nuestras calles y aun en nuestras propias casas.
La tasa de crecimiento de la población, al aumentar, generaría un grado mucho más lento de envejecimiento. Pero este enfoque, dada la cultura predominante, solo podría basarse en la inmigración, ya que parece consolidada una tendencia a disminuir el número de hijos en cada familia o a constituir familias que simplemente no los tengan.
Este es un problema que ya está con nosotros. No se resuelve con reformas previsionales, las que son necesarias para aliviar la situación de los mayores, pero no reducen la seriedad de las dificultades que cada vez es más necesario enfrentar. Por eso debiera ser ya una preocupación seria de nuestras universidades y, especialmente, de nuestras autoridades. Diseñar políticas de largo plazo tal vez no sea atractivo para autoridades que deben ceder sus cargos cada cuatro años. Pero es un requerimiento impostergable. Y no solo en razón del respeto a la dignidad de cada persona, sino por una necesidad nacional de abastecimiento de bienes y servicios. (El Mercurio)
Carlos Massad