La toma de decisiones —lo más complejo en un cargo de responsabilidad— diferencia al mero gobernante del estadista. Este último concentra en sí la autoridad del poder legítimo reconocido por la comunidad, y la usa para conseguir los fines que interesan a la nación. Implica ejercer el cargo público sin ideología partidista, y aplicar en tiempos de paz lo que la estrategia y la táctica representan en tiempos de guerra: agrupar todos los elementos de la capacidad nacional para lograr el máximo efecto que la situación exige.
Es un error pensar que un gobernante está condicionado por las circunstancias históricas que le tocaron o por los problemas que heredó. Eso sería determinismo. Un verdadero líder sabe que, si sus acciones han de ser relevantes, debe descubrir oportunidades mirando al futuro y aprendiendo del pasado. Un estadista es capaz de reconocer rápido las causas profundas de los problemas que aquejan a su nación, y conducirla en forma innovadora, no meramente administrativa.
Guardando las grandes diferencias de contexto, los presidentes Trump y Boric llegaron al poder cuando la desconfianza respecto de las autoridades y las instituciones había dejado de ser un tema meramente económico, para convertirse en una gran inseguridad respecto del futuro. Solo un potente liderazgo podría revertir eso, y la pregunta es si el Presidente Trump será el conductor adecuado que el momento histórico requiere. Desgraciadamente, el Presidente Boric ya ha perdido mucho tiempo.
El hombre de Estado, además de tener un claro objetivo, debe inspirar la voluntad colectiva de acción para conseguir los fines al más bajo costo. Eso es fundamental, la eficiencia, la gestión adecuada. Trump y su asesor Elon Musk ya anunciaron, a días de la elección, un enorme recorte de burocracia, a pesar de que EE.UU. tiene solo 15 ministerios (departamentos les llaman) para 335 millones de habitantes; Alemania, 15 ministerios para 83 millones, y Chile, 23 ministerios para solo 20 millones de habitantes. Algo no calza. Y no se ha oído a La Moneda intención alguna de recortar burocracia, sino al revés.
Respecto de Trump, fallaron todos los pronósticos de economistas, banqueros, expertos en inversiones que siguen diciendo que su triunfo lo definió la economía. Yo diría que fue la política: o faltó información, o más bien el gobierno demócrata no quiso ver lo que la gente realmente requiere. No me imagino un resultado tan mayoritario por Trump —siendo él tan criticable por sus conductas— si Kamala Harris no hubiera generado desconfianza, no solo por carecer de un programa económico; además, por insistir en cuotas para minorías de todo tipo, afectando a una gran clase media que no clasifica en ninguno de esos repartos contrarios al significado profundo de la democracia.
Lamento decirlo, porque quisiera que todo gobierno chileno fuera exitoso, pero veo falta de conducción, exceso de ideología y carencia de liderazgo. Necesitamos un estadista que logre inspirar un gran proyecto país público-privado, para recuperar el nivel que Chile con mucho esfuerzo había logrado. (El Mercurio)
Karin Ebensperger