A dos semanas exactas del plebiscito del próximo día 17, parece que ya no habrá un debate público que merezca llamarse tal sobre el tema. Y se trata probablemente del máximo evento que pueda atestiguar nuestra convivencia cívica (¿puede haber algo socialmente más importante que la definición de las normas que regirán la convivencia social?).
Preguntas acerca del texto constitucional plebiscitado tales como ¿es legítimo?, ¿es ecuánime? ¿es correcto? ¿va a contribuir a mejorar nuestras relaciones, nuestro país? no aparecieron en las encuestas -que ya acabaron- ni en los debates televisivos ni en la franja. El plebiscito parece haberse convertido exclusivamente en una contienda electoral, en la que los votos “a favor” o “en contra” se computan como preferencias a los partidos del oficialismo o de la oposición y, por ello, los polemistas, y particularmente los partidarios del “en contra”, parecen dedicados a obtener voluntades favorables a su opción con cualquier argumento. Esto lleva a convertir los debates en una competencia de agudezas cuando no lisa y llanamente de mentiras, en las que nadie parece tener tiempo para explicar los verdaderos contenidos del proyecto presentado (he leído que como en lo de agudezas destaca el exministro Francisco Vidal, en su comando consideran la posibilidad de una participación más directa suya en la campaña).
El fenómeno resulta comprensible si se examina la experiencia de los últimos años de por lo menos una parte de la coalición de gobierno. Para ellos, y específicamente para los partidos del Frente Amplio, la preocupación por causas particulares -los estudiantes (no la educación), el medio ambiente, los pueblos originarios, la sexualidad libre, los animales- parecieron importar más que la promoción de una justicia o una igualdad general. En nombre de diversidades (algunas reales, otras inventadas con mucha imaginación), esa izquierda se alejó de los objetivos que habían orientado las luchas de la izquierda tradicional y los trabajadores y las trabajadoras prácticamente desaparecieron de los textos y de los gritos callejeros. El fenómeno explica la adhesión incondicional de esa izquierda extrema al proyecto que elaboró la Convención Constitucional el año pasado, a la que lograron arrastrar, en la mayoría de los casos a regañadientes, a la izquierda democrática. Un proyecto que, por caprichoso y absurdo, fue rechazado por una mayoría incontestable de la población.
Entre las diversas voces que se han levantado desde esa izquierda identitaria antes que social, se han llegado a escuchar algunas que se oponen al crecimiento económico. Se acusa a ese crecimiento de ser culpable de delitos que van desde la destrucción de la naturaleza hasta un consumismo corruptor de los “buenos” hábitos de una sociedad ideal. Ese sentimiento se refleja en la indiferencia que muestran los partidarios del En contra a los efectos económicos que tendría el rechazo al proyecto constitucional que se plebiscitará en dos semanas más. Un rechazo que sólo estaría poniendo en evidencia la incapacidad de nuestra sociedad para definir un marco jurídico estable a nuestras relaciones sociales y a las leyes que en esas condiciones podrían elaborarse. Es decir, el peor ambiente que podrían enfrentar los inversionistas.
Y esa situación se refleja en nuestra economía. Como ha mostrado el Banco Central en su informe sobre la evolución de la actividad económica durante el tercer trimestre del presente año, la formación bruta de capital en nuestro país no ha dejado de disminuir desde el tercer trimestre del año pasado y el tercer trimestre de este año mostró una baja de 8%. Entre los componentes de esta última reducción destaca la disminución de la formación bruta de capital fijo, que mostró una caída de 4,1%, “en línea con una menor inversión en maquinaria y equipo”, según señala el Banco.
¿Significa esto que los inversionistas han dejado de invertir? No: sólo significa que han dejado de invertir en Chile. Los inversionistas, chilenos y extranjeros, nunca dejan de invertir, porque el capital nunca debe dejar de crecer. Un capitalista que no está en constante movimiento para incrementar su capital no merece el nombre de tal. Y la integración de la economía mundial ofrece, hoy, múltiples posibilidades para esos movimientos. Muchas veces un simple clic en un computador permite transferir enormes sumas de dinero a bolsas de valores o a Bancos de otros países, en donde el capital seguirá incrementándose. Desde luego no es eso lo que queremos para nuestro país. Queremos que capitales nacionales y foráneos vengan a nuestra economía para ser invertidos productivamente, para incrementar la “formación bruta de capital fijo” en el lenguaje técnico del Banco Central.
A la larga, la disminución de la inversión inevitablemente ha de traducirse en una reducción del producto (el PIB chileno tuvo un crecimiento de apenas un 0,6% en comparación con el año anterior durante el trimestre analizado por el Banco Central) y esa reducción, finalmente, se habrá de traducir en desempleo y disminución de la calidad de vida de las trabajadoras y trabajadores chilenos. Según el Instituto Nacional de Estadística, las ocupaciones de más baja calificación -las que reciben más bajos salarios- han reducido su empleo en un 16% en comparación con los meses previos a marzo de 2020, es decir antes de la diminución provocada por la pandemia.
Por ello, cuando se llama a votar A favor y se clama por la necesidad de dotar de seguridad jurídica a los inversionistas para que vuelvan a invertir en nuestro país, no se está abogando por el bienestar del capital o de los capitalistas, se está pensando en las trabajadoras y trabajadores de Chile y específicamente en aquellos de menores ingresos. Si no se supera la incertidumbre jurídica y se mantienen las bajas tasas de inversión y de crecimiento, serán ellos los primeros en sufrir consecuencias que comienzan por el desempleo y terminan en un incremento de la pobreza.
Pero estos temas, lamentablemente, quedaron fuera del análisis del proyecto constitucional que será plebiscitado. En cambio, eso sí, pudimos disfrutar de un festival de agudezas. (El Líbero)
Álvaro Briones