Se dice por ahí que el año que agoniza fue uno de contrastes. Que comenzó con el penoso momento de unidad nacional que nos entregó la trágica muerte de Sebastián Piñera, pero siguió, entre otros ejemplos del cambio en el humor nacional, con las controversias y las dificultades para llegar a acuerdos sobre temas tan urgentes como una reforma al sistema de pensiones. Y así, como esa, existen muchas otras evidencias que nos hablan de la diferencia entre lo que se proclama públicamente como buena intención o espíritu constructivo y la mezquina realidad de los hechos y las acciones.
Pero para mí, por encima de cualquier otra cosa, este fue el año en que las chilenas y chilenos terminamos de perder la inocencia.
Quizás hasta el año pasado podíamos seguir pensando que Chile era diferente. ¿A qué? Al resto de América Latina, desde luego. Al resto del mundo quizás. Que aquí entre nosotros no ocurrían casos y cosas que a diario la prensa nos mostraba como la dura realidad de otros lugares. Que aquí se respetaban las instituciones, que quizás había algún que otro funcionario que practicaba el “amiguismo” o que como la Lola Puñales de la copla era “amigo de hacer favores”, pero nunca la corrupción en gran escala, casi como cultura nacional, de otros países. Y por supuesto, la seguridad de que, aunque entre nosotros anduviéramos a veces como perros y gatos (con el perdón de los perros y los gatos, pero es una metáfora, ya saben), llegado el momento que alguien de afuera se metía con uno de nosotros se metía con todos, porque nosotros somos chilenos y chilenas y amamos a nuestro país y amar a nuestro país significa amar a nuestra gente… aunque nos peleemos.
Éramos unos inocentes a los que nos gustaban esas fábulas. Cuentos para niñas y niños. Porque la realidad era y es que, entre nosotros, aquí en nuestro país, la naturaleza humana se impone como en cualquier otro lugar y no somos diferentes a nadie.
Así fue como terminamos por darnos por enterados de algo que se sabía, pero no se decía o que quizás sabían bien algunos y otros (de puro mal pensados que éramos) sólo suponíamos: que en las “altas esferas” del poder económico y político de nuestro país existen intrigas, se cometen abusos y se perpetran delitos como en cualquier otra parte. Que lo hayamos terminado por saber es, quizás, lo único que tenemos que agradecerle a Luis Hermosilla.
¿Por qué se supo ahora y no lo supimos antes? Quizás porque la inocencia se pierde cuando avanza la democracia con sus contenidos de transparencia y justicia. Quizás antes, cuando sin duda también ocurrían esas cosas, no lo llegábamos a saber porque los poderosos eran más poderosos que ahora y siempre encontraban alguna mano amiga tendida que ayudaba a taparlo todo. Y Hermosilla estaba situado en el tope de la tabla, se tuteaba con ministros y era buscado por todo aquel que necesitaba que algo sucediera.
Pero no sólo en las alturas. Hacia abajo en esa tabla también se cocían habas. El llamado “caso fundaciones” es un buen ejemplo de ello, quizás por su notoriedad, pero pocos saben que hoy suman decenas los alcaldes que están cumpliendo condena, experimentan prisión preventiva o están siendo investigados por delitos comprobados o presuntos. Y el arco político que ellos cubren es tan amplio que va del Partido Comunista a la UDI.
También pensábamos que las chilenas y chilenos dedicados al servicio público y en particular aquellos que exponían sus vidas para proteger las nuestras, no podían sino ser unos santos. Hasta que supimos de unos bomberos de la Conaf que se dedicaban a iniciar los incendios que ellos mismos iban luego a combatir… porque así ganaban horas extraordinarias. El último incendio que provocaron, en Viña del Mar y Valparaíso, tuvo dimensiones gigantescas y causó pérdidas y dolor humano en la misma proporción. Cuesta mucho imaginar una actitud más perversa y mezquina, pero lo cierto es que ocurrió y que quienes la perpetraron eran tan chilenos como cualquiera de nosotros.
Hasta no hace mucho, por otra parte, éramos capaces de reaccionar unidos en defensa de nuestra soberanía en cualquier circunstancia. Así entendíamos el patriotismo y así se practicó cuando un Presidente de la República demócrata cristiano, que había sido adversario del general Pinochet, apoyado en la eficaz acción de su ministro de Relaciones Exteriores socialista, también tenaz adversario del general, lograron el regreso de éste a Chile luego de ser detenido en Londres y haber estado muy cerca de ser enviado a España para ser juzgado allí. Hoy, sin embargo, cuando el ministro de un país vecino no sólo se refiere a los asuntos internos de nuestro país, sino que habla del Presidente de nuestra República en términos despectivos -términos que luego fueron reiterados y exagerados por su propio Presidente- se oyeron voces en Chile, como la de José Antonio Kast, que no sólo no rechazaron esas palabras groseras e insolentes, sino que se manifestaron coincidentes con ellas.
Sí, no cabe duda de que 2024 nos quitó algunas vendas de los ojos. ¿Será para mejor? Probablemente, pues siempre será mejor conocernos tal como somos y no vivir en ese estado de inocencia que probablemente más que inocencia sólo era autoengaño. (El Líbero)
Álvaro Briones