Todos los ojos están puestos en las elecciones en Venezuela. Mañana un dictador concurrirá a las urnas y todo indica que saldrá derrotado.
En medio de múltiples trampas, acoso a la oposición, detenciones arbitrarias y un grotesco uso de los recursos fiscales, Nicolás Maduro se enfrenta a un escenario completamente adverso. Algo que no estaba en los registros.
El régimen, acostumbrado a las trampas, se había quedado tranquilo al inhabilitar a la líder de la oposición María Corina Machado, pero nunca imaginó que —en una jugada política brillante— ella siguió siendo candidata de facto; con un representante sin carisma, sin trayectoria política, pero decente.
Tras las traumáticas protestas de los venezolanos el año 2019, de alguna manera el país se fue cubanizando, y ello implicó que —por una parte— muchos se fueran (la cifra llega ya a 8 millones de personas) y el resto simplemente tratara de adaptarse a las condiciones existentes. Ya no había más fuerza, ya no había más recursos, ya no había más esperanzas.
La impresionante valentía de María Corina Machado, una mujer llena de energía, carisma y liderazgo, ha vuelto a despertar a los venezolanos. Se trata probablemente de la última oportunidad para recuperar la libertad. Y todos lo saben.
Como bien nos dice Platón en La República, el tirano siempre sonríe inicialmente y promete las soluciones a los problemas existentes. Y ese fue Chávez en 1998. Al poco tiempo, tal como lo había dicho el filósofo, terminó convertido en un autócrata. El país fue saqueado. El país fue arrasado. Las libertades se extinguieron. Y la corrupción se instaló.
La segunda parte es más burda, porque Nicolás Maduro es en sí mismo burdo. Lleno de frases absurdas (como decir que Venezuela será la potencia mundial), lleno de supuestos complots de la oposición, lleno de molinos de viento enemigos. Sus intervenciones son simplemente una caricatura, tal como el “súper bigote” que usa para hacer proselitismo en los niños.
Como siempre, la “revolución” fue una cantinela y el fracaso de ella —como siempre— también fue culpa de alguien (en este caso, Estados Unidos). Invocando a próceres como Bolívar y Chávez han buscado crear una especie de religión laica, que no es más que (siguiendo la lógica marxista) opio para el pueblo.
Venezuela se ha transformado en un lastre para la izquierda latinoamericana. En todas las elecciones, en todos los países de la región, Venezuela es el protagonista. Los candidatos de ese sector, llenos de complicaciones, tienen que dar explicaciones y decir que no quieren ser Venezuela. Argenzuela, Chilezuela, Ecuadorzuela, Paraguayzuela han sido expresiones que han terminado dificultando la llegada de la izquierda al poder.
Pero al mismo tiempo, Venezuela se ha convertido en una especie de faro de lo que no hay que hacer. Del fracaso de la izquierda marxista. De la mentira de las “revoluciones”. Del fracaso, finalmente, de las utopías. Si cae Maduro, será una gran noticia para los venezolanos, pero será también la pérdida de una gran advertencia para el resto de la región.
Chile no ha estado indiferente al proceso bolivariano. Parte de la izquierda miró con mucha simpatía el proceso venezolano, tal como lo hizo con el proceso cubano. Algunos se han ido desencantando y al menos el Presidente Boric ha tenido una consistencia (que no ha tenido con Cuba) para criticar a ese país.
Si la oposición gana, como muestran todas las encuestas serias, es una gran incógnita qué ocurrirá después. ¿Entregará Maduro el poder? ¿Qué ocurrirá en los 5 meses antes de que la oposición asuma? ¿Qué nueva trampa harán para evitar la entrega de la banda presidencial (tal como lo hicieron en 2017 creando una asamblea paralela dado que tenían minoría)? ¿Qué rol jugarán las Fuerzas Armadas? ¿Y qué rol jugarán los Presidentes de izquierda de la región, incluido Gabriel Boric?
En el hipotético caso de que se reconociera el triunfo, y que asumiera Edmundo González, Venezuela podría vivir un fenómeno inédito de una “contra migración”. Por el contrario, si es que esta última oportunidad se pierde, la región se verá expuesta a una nueva ola migratoria enorme, cuyas consecuencias simplemente son impredecibles.
Tal vez, no queda más que recordar a Alexis de Tocqueville: en una revolución, como en una novela, la parte más difícil de inventar es el final. (El Mercurio)
Francisco José Covarrubias