Durante el siglo XX los denominados partidos “centro” fueron importantes para el funcionamiento de la democracia. El Partido Radical, en la década de los años cuarenta, y posteriormente la Democracia Cristiana, tuvieron la capacidad de gobernar Chile. No obstante, las divisiones internas, desaciertos y un cierto sesgo autodestructivo y personalista de sus dirigentes hacen de estas colectividades hoy en día fuerzas en decadencia, desde el punto de vista electoral.
Hay que tener en consideración, en todo caso, que esta clasificación de centro responde al sistema de partidos en el sentido tradicional, es decir que existiría un posicionamiento de derecha, centro e izquierda, una cuestión de discutida validez.
¿En qué habría consistido la posición denominada de “centro”? La mejor forma de ejemplificar aquello es desplazarnos a la mitología griega, específicamente a Dédalo e Ícaro. En síntesis, “Dédalo construyó dos pares de alas. Utilizando cera, pegó plumas a las alas y estas a sus hombros y a los de su hijo. Antes de emprender el vuelo, Dédalo advirtió a Ícaro que no volase muy alto porque el sol derretiría la cera de sus alas ni demasiado bajo porque la espuma del mar mojaría sus alas y podría caer”.
Pareciera ser que en la actualidad estas posiciones políticas -que podríamos denominarlas de centro- están vacías ya que la clase política esta polarizada por proyectos que hasta ahora parecen excluyentes y, además, el resultado del domingo pasado nos mostró un sistema de partidos muy fragmentado, con una representación en la Cámara de Diputados de 21 colectividades, algunas de las cuales dejarán de tener existencia legal.
El desencanto hacia los partidos políticos que ha desembocado en una falta de credibilidad profunda, acompañado por un proceso de desapego hacia las instituciones democráticas y unido a la conflictividad social, constituye un síntoma de crisis política.
Las elecciones nos mostraron a algunos partidos sin ideas (organizaciones sin sustancia programática y/o desconectados de sus electores) y algunas ideas sin partidos (intereses y conflictos que no encuentran una canalización mediante los partidos), con los consiguientes riesgos para el juego político.
Es probable que los ciudadanos hayan persistido en sus habituales dificultades para distinguir propuestas de los diferentes partidos, enfocándose la disputa en los candidatos al margen de los partidos. Un mero recorrido por la propaganda electoral nos demostró la nula identificación de candidatos con partidos políticos.
En este sentido, la lógica clientelar y las pulsiones personalistas dificultan, ciertamente, la oferta programática de las colectividades políticas y afectan a los ciudadanos su posibilidad de sufragar y distinguir por criterios programáticos.
La fragmentación del sistema de partidos y los altos grados de polarización política -especialmente en la elite- son elementos que nos indican que, por una parte, el viejo concepto de centro ya no tiene cabida y que existirían diversas y variadas posiciones políticas atomizadas, sea por intereses específicos y/o adhesiones personalistas, que complejizarán la construcción de mayorías y su perduración en el tiempo. (La Tercera)
Tomás Duval