“Si mi generación va a llegar al poder, yo soy indispensable. ¡Si estos no tienen a otro como yo!”. “Boris, el Brexit va a ser un desastre. Salirse de la UE va a ser imposible, cómo negocian después”. Estas son algunas de las frases que destacan en la entrevista dada a la revista Sábado por el diputado de Revolución Democrática Renato Garín, y que dejan entrever no sólo el tono egocéntrico del personaje, sino también algunos aspectos de la “cultura” del Frente Amplio.
Pese a todas las críticas y burlas que el diputado recibió por sus declaraciones, tras su narcisismo subyace una realidad que parecía entreverse: y es que el Frente Amplio se desconectó del Chile real (o tal vez, nació desconectado). Si las críticas hacia él llueven desde la oposición, es distinto y políticamente relevante que lo diga alguien que lo ve desde dentro. No hay que escarbar mucho para darse cuenta cuáles son las luchas que los frenteamplistas están dando en el Congreso: casi todas centradas en exacerbar la autonomía individual, olvidando los reales pesares de la gran mayoría de los chilenos, como los problemas del sistema de salud, la soledad en la vejez, la pobreza, la desigualdad, etc. Garín lo dice bien claro: “Empezamos a ser unos pendejos que andan viajando, que estamos con los viáticos, con los departamentos en Valparaíso, que los asesores, que los choferes, que los almuerzos. Una vida burguesa, elitista”. Todo esto demuestra que el foco de la “nueva izquierda” se fue empañando con el tiempo.
Por otro lado, Garín deja en evidencia que tanta preparación académica no es suficiente para desempeñarse en un cargo de elección popular tan importante en función de lo que busca ser el Frente Amplio: la renovación de la izquierda. Y es que a pesar de que la gran mayoría de los parlamentarios provienen de colegios particulares y de carreras y universidades de élite ―sin ir más lejos, Giorgio Jackson egresó de ingeniería civil de la Universidad Católica y Gabriel Boric, de derecho en la Universidad de Chile―, a la hora de tomar decisiones políticas claves, fallan rotundamente, como se deduce de la visita que Boric hizo al asesino confeso de un Senador, o yendo al hemiciclo sin una preparación acorde a lo que sus pergaminos obligan (según el relato de Garín, las decisiones políticas del Frente Amplio se toman en “la terraza” y se llega al Congreso después de una noche de carrete pasados a “copete”).
En conclusión, tenemos una “nueva izquierda”, pretenciosa y llena de vicios como los que describe Garín, que llegó a darnos cátedra de la pureza y la política sin mancha, repudiando el legado de la Concertación y sus vaivenes con el neoliberalismo y la cancha rayada por Pinochet. Pero, finalmente, los frenteamplistas parecen tener una doble vida: pura para el Chile real y volcada a sus intereses personales para el ámbito privado, una agenda que hace dudar de donde está el “Chile real”: si en los barrios bohemios de Santiago y Valparaíso, o en las poblaciones y barrios vulnerables de nuestro país.
El Lïbero