Me disculpo con quienes leen estos comentarios, pues por tercera vez abordaré un tema relativo al golpe militar de 1973. Es probable que esos lectores estén cansados de leer y escuchar sobre la materia pero, ya que fuimos convocados a ello por el gobierno al dedicar un año completo a su conmemoración, me parece necesario despejar todos los temas y exponer sin ambages lo que pensamos y sentimos respecto de ellos.
Nadie puede negar que el gobierno de Estados Unidos intervino en Chile antes y durante el gobierno de Salvador Allende. Ya en 1972 el periodista Jack Anderson reveló los manejos y actuaciones de la transnacional International Telephon and Telgraph (ITT), en complicidad con el gobierno del Presidente Nixon, para apoyar la candidatura de Jorge Alessandri en la elección de 1970 y posteriormente para impedir que el Congreso validara la elección de Salvador Allende. Y poco más tarde, en 1975, la información se hizo oficial cuando la comisión del senado de los Estados Unidos presidida por el senador Frank Church, designada para estudiar las operaciones gubernamentales concernientes a actividades de inteligencia, entregó su informe.
El “Informe Church” puso en evidencia que la CIA había estado detrás del atentado que acabó con la vida del comandante en jefe del Ejército general René Schneider; del financiamiento de la CIA durante todo ese período a El Mercurio; del financiamiento a los camioneros para que realizaran los paros nacionales que pusieron en jaque al gobierno de Allende; del financiamiento al Partido Nacional y a la organización Patria y Libertad.
Esa es la información oficial. Pero siempre se ha dicho también, y la prensa extranjera lo ha repetido infatigablemente, que la CIA no sólo estaba detrás del golpe militar, sino que lo había planificado. Hasta ahora era una de esas leyendas que los medios de comunicación y a veces también algunos académicos que no creen necesario demostrar sus dichos, repetían sin reparar en sus consecuencias. Y tanto se repitió, que una reciente encuesta de Activa-Pulso Ciudadano, dedicada a los 50 años del golpe militar, puso en evidencia que la idea era efectivamente creída por un número significativo de chilenas y chilenos. Según esa encuesta un 30,6% de la población cree que el gobierno de los Estados Unidos, por intermedio de la CIA, es uno de los principales responsables del golpe de Estado. Lo notable es que, según la misma encuesta, sólo un 25,2% incluye entre esos principales responsables a los partidos políticos de derecha y un 39,6 incluye al Presidente Allende y su gobierno. Es decir, Estados Unidos y la CIA, a juicio de las chilenas y chilenos, es por lo menos tan responsable del golpe militar como las organizaciones políticas chilenas.
Las consecuencias que se derivan de esa opinión no dejan de ser importantes. La principal es que, si el golpe de 1973 fue obra del imperialismo yanki, la realidad interna habría tenido poco que ver en ello. La polarización extrema y destructiva que experimentó el país como efecto de las acciones del gobierno y sus seguidores, así como de la reacción de sus opositores, habría sido un dato irrelevante. Significaría, quizás, que de no haber sido por esa intervención extranjera las cosas hubieran sido diferentes: el Presidente Allende habría podido terminar su mandato, completar su programa de gobierno y, tal vez, por qué no, la Unidad Popular habría podido lograr otra victoria en las elecciones de 1976.
La información difundida el pasado 25 de agosto por la prensa chilena, relativa a la decisión del gobierno de los Estados Unidos de desclasificar documentos emitidos los días previos y durante el 11 de septiembre de 1973, hizo abrigar a algunos la esperanza de que por fin quedaría demostrado que había sido la CIA la verdadera orquestadora del golpe.
Sin embargo, no ocurrió así. El documento del 8 de septiembre señala: «Se han recibido varios informes de Chile que indican la posibilidad de un pronto intento de golpe militar». Agrega que todo se centra en la marina y que «no hay evidencia de un plan de golpe coordinado de tres servicios”. Incluso expresa su temor de que “Si los jefes de la marina actúan con la creencia de que automáticamente recibirán apoyo de los otros servicios, podrían encontrarse aislados». El documento desclasificado enviado el 11 mismo, informa a su vez «los planes de los oficiales de la marina para desencadenar una acción militar contra el gobierno de Allende xxxxxxx (texto tachado) cuentan con el apoyo de algunas unidades clave del Ejército xxxxxxx (texto tachado). La Armada también cuenta con el respaldo de la Fuerza Aérea y de la policía nacional». Es decir, la estación de la CIA en Santiago sabía lo que le contaban -voluntaria o mercenariamente- pero estaba lejos de ser la que planificaba y ejecutaba.
El diario mexicano La Jornada publicó el pasado 1 de septiembre un extracto del libro Pinochet Desclasificado. Los archivos secretos de Estados Unidos sobre Chile (Catalonia-Un día en la vida, agosto 2023), de Peter Kornbluh, director del Proyecto sobre Chile del National Security Archive, un autor que nos visitó recientemente y que ha sido extensamente citado por medios locales. En ese extracto, que fue publicado con autorización de la editorial y del autor, se muestran las vacilaciones y dudas que tuvieron distintos organismos del gobierno norteamericano sobre la forma de intervenir en nuestro país y se reitera el reconocimiento de esa intervención, pero nuevamente queda en evidencia que la CIA sabía sobre el mismo sólo lo que los militares chilenos -probablemente alguno de ellos un agente con todas las de ley- querían o podían contarle.
Según el libro de Kornbluth, un memorándum del 17 de abril de 1973 dirigido a Theodore Shackley, director de la División del Hemisferio Occidental de la Agencia, proponía tratar directamente “de desarrollar las condiciones que pudiesen desembocar en una acción militar”. Esto implicaba brindar “respaldo a gran escala” a grupos terroristas como Patria y Libertad o a los “elementos militantes del Partido Nacional”. Se buscaría hacer “cualquier esfuerzo necesario para promover el caos económico, agravar las tensiones políticas y dar pie a un clima de desesperación en el que tanto el PDC como el público en general acaben por desear una intervención militar. Lo ideal sería que con esto se indujese a los militares a tomar el gobierno por entero”. Es decir, todas las malas intenciones del mundo, pero control, ninguno.
A la idea anterior, nos dice Kornbluth, se opuso el Departamento de Estado guiado por el nuevo vicesecretario para Asuntos del Hemisferio Occidental, Jack Kubisch. Lo mismo hizo el embajador Nathaniel Davis, quien sustituyó a Edward Korry a mediados de 1971. Kubisch prefería centrar las operaciones secretas en la victoria de la oposición en las elecciones de 1976.
Kornbluth demuestra en su libro que, tanto en la sede central de la CIA como en el Departamento de Estado, había dudas acerca de la disposición de los militares chilenos a acometer un golpe y que sus dudas se acentuaron luego del “tanquetazo” del 29 de junio, que fue reprimido por el propio Ejército. En fecha tan cercana al golpe como el 31 de agosto, desde Santiago se informó a Washington que el Ejército estaba “unido en torno a la idea de un golpe, y algunos eminentes comandantes de regimientos de Santiago han prometido prestar su apoyo. Se dice que han comenzado a ponerse en marcha iniciativas para hacer efectiva la coordinación entre las tres ramas armadas, aunque aún no se ha fijado una fecha para el atentado golpista”. El 8 de septiembre la estación de la CIA en Santiago informó de la inminencia del golpe, aunque dio como fecha el día 10. El 9 de septiembre el agente Jack Devine, con sede en Santiago, “recibió la llamada de un colaborador que huía del país y que le confió: «Va a efectuarse el día 11»”.
Sólo entonces, según Kornbluth, la CIA conoció el día exacto del golpe militar. Un golpe que según la leyenda que se levantó después, habría sido “planificado” por la propia CIA. Afortunadamente la evidencia desmiente la leyenda. La CIA, ya está dicho, intervino activamente en nuestro país durante ese período, complotando en contra del gobierno de Salvador Allende, pero no en la decisión ni en la ejecución del golpe.
Lo cierto es que el golpe militar del 11 de septiembre de 1973 fue eso: un golpe militar, esto es obra de los militares chilenos, quienes lo decidieron y lo ejecutaron. Sólo a ellos cabe responsabilizar de ese acto y de lo que ocurrió después. Y detrás de ellos, desde luego, la explicación se encuentra en la situación política a que había sido conducido el país por quienes no fueron capaces de resolver sus diferencias por otros medios. Ellos también son responsables. No la CIA. (El Líbero)
Álvaro Briones