El guerrillero y el caballero

El guerrillero y el caballero

Compartir

La novela de Dickens “Historia de dos ciudades” (libro que descubrí de niño en la biblioteca de mi abuelo) transcurre entre la pacífica vida en la reformista Londres y la violenta vida en la revolucionaria París. Parafraseando esa historia se publicó el libro “A tale of twoeconomies” (Neil Monnery), que cuenta la historia y vidas paralelas de Hong Kong (HK) y Sir John Cowperthwaitey de Cuba y el Che Guevara.

Todos conocemos al Che Guevara guerrillero, pero pocos saben que también fue el arquitecto de la economía cubana y encargado de transformarla en socialista. Fue ministro de Industria, presidente del Banco Nacional de Cuba y miembro del Directorio Nacional económico. El Che prometió que gracias a que la economía la organizaría el Estado, que se estatizarían las empresas, se expropiaría la propiedad privada y que se programaría y diversificaría la producción, se terminaría con el desempleo, con la dependencia del azúcar y los cubanos serían más ricos y más iguales que los norteamericanos.

A Sir John, en cambio, no lo conoce nadie. Fue el funcionario británico designado para hacerse cargo de la economía de HK después de la Segunda Guerra Mundial. HK había sido bombardeada y saqueada de su infraestructura industrial por los japoneses, estaba repleta de inmigrantes escapando del comunismo y debía ponerse de pie. Sir John tenía objetivos más modestos que Guevara: él buscaba proveer de trabajo, techo y comida a millones de refugiados y víctimas de la guerra. Mientras el Che creía que había que expropiar riqueza y ajusticiar enemigos, Sir John buscaba crear riqueza y proveer justicia.

Salvo en ser islas, no se parecían en nada más. Cuba, una nación soberana de 100.000 km{+2}, vecina de EE.UU. (el mercado más grande del mundo); con una población educada y con tierras cultivables. El Che explicaba: “Tenemos una ubicación geográfica y una naturaleza exuberante que nos permiten un extraordinario desarrollo. Tenemos riquezas minerales no exploradas. Por ejemplo, tenemos la segunda reserva más grande del mundo de níquel. Tenemos una extraordinaria fuente de riqueza en el azúcar y la capacidad de convertir el azúcar de caña en una industria química azucarera que será la fuente de una riqueza inagotable”.

HK, en cambio, era una colonia inglesa aislada de la madre patria; vecina de la China pobre de Mao (que era más una amenaza invasora que un socio comercial), con una superficie de solo 1.100 km{+2}, no tenía recursos naturales ni tierra agrícola; era deficitaria en agua potable y sus únicos activos eran una bahía apta para un puerto y una población dispuesta a esforzarse. Mientras en Cuba había mucho que expropiar, en HK no había nada.

Sir John hoy sería denostado por neoliberal. Era partidario de los impuestos bajos, del libre comercio, del orden y respeto a la ley y al derecho de propiedad, del control de la inflación y de un Estado regulador y no competidor, debiendo focalizar su esfuerzo en los más pobres. El Che creía en el poder del Estado, del partido y la revolución; Sir John, en el poder del mercado, de las personas y su libertad.

El resultado es elocuente. El año 97, cuando la corona británica entrega HK a China, HK liberal está entre los países más ricos del mundo; la Cuba socialista, entre los más pobres; HK exportaba productos y Cuba exportaba gente. Y a nuestros héroes el destino les deparó lo que sembraron. El Che murió joven y ajusticiado y Sir John murió jubilado y dedicado al golf. Ningún revolucionario pondrá la foto de Sir John en una polera, pero muchas personas humildes le ponen flores en su tumba.

Chile se debate entre el reformismo londinense y la revolución parisina, entre el socialismo cubano y el liberalismo de HK y entre la inteligencia y austeridad de Sir John y el carisma y extravagancia del Che. Dickens, al inicio de su novela, no pudo expresarlo mejor:

“Eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos, era el siglo de la locura, era el siglo de la razón, era la edad de la fe, era la edad de la incredulidad, era la época de la luz, era la época de las tinieblas, era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación, lo teníamos todo, no teníamos nada, íbamos directos al Cielo, íbamos de cabeza al Infierno…”. (El Mercurio)

Gerardo Varela

Dejar una respuesta