Michelle Bachelet se reivindicó. Después de meses de silencio, de un tardío viaje y de malas declaraciones tras su visita a Venezuela, presentó un informe lapidario. Sin ambages. Sin tapujos. Dijo lo que todos sabíamos. Lo que tantas veces se ha denunciado. Nada nuevo. Pero al menos lo dijo. Y eso es un gran paso.
Las alertas se habían encendido tras su viaje de hace un par de semanas, donde hubo matices, un cuidado tono y bastantes empates. Si bien es cierto que hay violaciones a los derechos humanos, también han muerto policías señaló, dejando de lado la doctrina de que las violaciones a los derechos humanos las cometen los agentes del Estado. Incluso hubo tiempo para un inapropiado chiste, en un país que vive una tragedia (“solo me llaman “alta” en el Alto Comisionado, porque yo soy bajita”).
Paradójicamente, la alocución realizada al partir en el aeropuerto Maiquetía rememoraba —sin quererlo— la dictadura de Pinochet, cuando se solía decir que “había muertos de los dos lados”. Por eso, sus primeras declaraciones no solo fueron criticadas duramente por un decadente Miguel Bosé (algún día deberemos saber de dónde surgió tanta tirria del cantante a la expresidenta), sino que por personas más bien de izquierda con alto compromiso por los derechos humanos como José Miguel Vivanco, Felipe González o Luis Almagro.
Así, había temor de que la doctrina del “si bien es cierto, no es menos cierto” se apoderara del informe. Pero nada de aquello ocurrió. Más bien todo lo contrario. El documento es lapidario y llama a adoptar de inmediato medidas específicas “para detener y remediar las graves vulneraciones de derechos económicos, sociales, civiles, políticos y culturales que se han documentado en el país”.
Hoy son muchos en la izquierda chilena quienes prefieren callar ante la dictadura de Maduro. Los menos lo defienden. Daniel Jadue es el más emblemático, quien no solo fue a legitimar la última elección, sino que destacó una y otra vez la alegría de los venezolanos de vivir en el chavismo. Los diputados del Frente Amplio Diego Ibáñez, Claudia Mix y el senador Navarro hicieron lo propio. Pero quedan pocos. La mayoría prefiere simplemente mirar el techo.
Así, el rol que juega Venezuela en el continente latinoamericano tiene tres dimensiones.
Por una parte, para la izquierda latinoamericana, Maduro será cada vez más contraproducente. Genera una cuña entre los demócratas y los totalitarios, e incomoda a todos. Mal que mal, Maduro impidió el triunfo de Haddad en Brasil, de Petro en Colombia, de Mendoza en Perú. Y es claro que “Chilezuela” le aportó un par de puntos a Piñera. En Uruguay, Maduro ayudará a la pérdida de poder del Frente Amplio. Y si Macri tiene alguna opción de reelegirse, será básicamente por el miedo a Venezuela. Es decir, si hay alguien que debiera estar interesado en terminar con el gobierno de Maduro, debiera ser la propia izquierda.
Por contraparte, la gran ganadora es Michelle Bachelet. Y eso tiene una repercusión mundial, pero también local. La sorpresa generada por su duro informe la eleva a una categoría de estadista que sin duda tiene efectos. Y en momentos en que la oposición chilena sufre de la más absoluta ausencia de liderazgos, la alta comisionada aparece como la solución perfecta para aunarlos a todos. Lo único que falta es lograr convencerla…
El tercer elemento es la propia Venezuela. ¿Tiene salida? La respuesta parece cada vez más clara que no. Las fuerzas armadas están capturadas y cualquier intervención militar internacional sería contraproducente. Al mismo tiempo, es evidente que el “diálogo” con la oposición no es más que una farsa para ganar tiempo. Así, el caso venezolano ha llegado a un punto muerto donde ni siquiera la presión de los ciudadanos es posible, a sabida cuenta que los más desesperados han huido y quienes se han quedado, o están buscando la forma de sobrevivir, o temen ser vistos como opositores.
Se podrá discutir si la justificación moral de matar a un tirano, el tiranicidio, es legítima (el escolástico Juan de Mariana lo consideraba como un derecho natural de las personas), pero tampoco es esperable que ello ocurra. Así las cosas es posible que en Venezuela tengamos chavismo para rato. Mal que mal, Obiang lleva 40 años al mando en Nueva Guinea, Biya 37 en Camerún, Museveni 33 en Uganda. Y así hay muchos ejemplos más. Algunos tienen más prosperidad que otros. Todos tienen en común las fuertes restricciones a la libertad y los atentados a los derechos humanos.
Lamentablemente, cada día que pasa parece ratificarse que hemos perdido definitivamente a Venezuela. Pero al menos, el jueves pasado, el mundo ha sido testigo de cómo hemos vuelto a recuperar a Bachelet.
El Mercurio