Estamos a cinco semanas del plebiscito y el ambiente se ha vuelto virulento. La polarización se ha exacerbado, y la tesis de “la casa común” hoy no es más que la representación de una gran fake news, usada para fomentar el proceso hace dos años. Acusaciones por un lado y otro; exageraciones de un lado y otro; y mentiras de un lado y otro; configuran un escenario del que demoraremos décadas en salir, no muy distinto a lo que ocurrió con el plebiscito del 88.
Doce encuestas siguen mostrando una cómoda ventaja para el Rechazo, pero —al estrecharse las cifras— el nerviosismo ha vuelto a ese sector, y —al proyectar linealmente las rectas— se vislumbra un escenario de llegada particularmente estrecho.
Ni el cómodo triunfo del Apruebo que se esperaba hace un año. Ni el cómodo triunfo del Rechazo que se esperaba hace un mes.
Un Chile nuevamente dividido en dos mitades. Y una mitad (la de la derecha) que incluye a un número relevante de gente emblemática que estaba al otro lado.
En ese escenario ha surgido un jefe de campaña del Apruebo que se llama Gabriel Boric. Si en sus primeros dos meses de Gobierno casi no tenía actividades públicas, ahora tiene varias actividades al día. Y el Gobierno entero está desplegado en campaña. En los últimos días, eso sí, guardando algo más las formas para no dar pie a un chascarro con la Contraloría.
Es que como dijo el PC esta será “la madre de todas las batallas”, y la decisión de Boric es ponerse a la vanguardia de esa batalla. Mal que mal, una derrota en el plebiscito sería mucho más que no tener una nueva Constitución. Sería el fracaso de un proyecto en la puerta del horno.
El problema político radica en que, en caso de ser derrotada su opción, Boric quedará como el rostro de la debacle. Pese a ello, el cálculo realizado hace algunas semanas en La Moneda es que —poniéndose en la primera línea o no— ello ocurrirá. Y, mal que mal, al lado de los convencionales y los políticos del Apruebo, sigue siendo la mejor cara del sector para seducir al electorado.
El problema institucional es que se ha perdido todo pudor de intervencionismo, desplegando una campaña millonaria para “hacer historia”, que paradójicamente no está tan lejos del “somos millones” de la dictadura: una burda forma de informar tendenciosamente en favor de una opción.
Es que “el Gobierno tiene la obligación de informar”, ha dicho incansablemente la vocera. La pregunta es dónde está esa obligación y qué es lo que se tiene informar. Existe una franja televisiva gratuita para que se desplieguen las opciones, por lo que el Gobierno más bien debiera dar garantías de ecuanimidad, e informar fechas y locales. Y poco más. De hecho, una de las pocas cosas que debiera comunicar es que el voto es obligatorio esta vez (ya que mucha gente lo desconoce). Pero el cálculo —correcto o no— es que en la medida que vote más gente, más posibilidades de que triunfe el Rechazo, por lo que el mensaje no ha sido entregado.
Y de la mano con el mensaje, acciones de campaña.
Primero, una agenda acorde a la ciudadanía. En el cajón quedó el indulto a los “presos políticos”. Ahora es legítimo el estado de excepción. Finalmente es necesario querellarse contra Llaitul. Ya no se habla de la refundación de Carabineros.
Segundo, el clientelismo sin eufemismos. Fajos de billetes, disfrazados de un “bono invierno”, a quince días de la elección.
Tercero, los anuncios. En primer lugar, el “copago cero” a los afiliados C y D de Fonasa para atenderse en hospitales. La letra chica es que es la gente que precisamente ha huido del sector público, por lo que el efecto es casi nulo. Pero los ministros aparecieron con un vistoso pin aludiendo al tema. En segundo lugar, el “Gas a precio justo”, la traumática fórmula tantas veces usada en Latinoamérica, que esconde supuestas bajas de precio en enormes pérdidas que son cobradas luego vía impuesto o inflación. El ministro Jackson con un vistoso gorro fucsia propiciando la medida fue el emblema de aquella acción de campaña (¿alguien se imaginaría a Edgardo Boeninger en algo así?).
Mientras tanto, el Presidente, megáfono en mano en la mañana y abrigo en ristre en la tarde, ha decidido que, si bien las dos opciones son legítimas, hay una opción más legítima que otra. Omite de esa forma que él ha sido elegido para gobernar y, por cierto, tiene el derecho de tener una opinión frente a lo que ocurra en el país. Pero al Presidente no lo han elegido para que ejecute una conducta publicitaria, menos si no solo tiene todo un aparataje estatal a su favor, sino que su acción en favor de una opción plebiscitada se confunde con la acción cotidiana de Gobierno.
Es paradójico que el Presidente no sólo haya inaugurado un nuevo estándar de vestimenta informal en su mandato, sino que haya inaugurado un nuevo estándar de comportamiento institucional. Podrá ganar o perder el Apruebo, pero el daño estructural ya está hecho. La corbata, en este caso, será difícil de volver a ponérsela. (El Mercurio)
Francisco José Covarrubias