Se ha instalado una discusión sobre si el cambio al sistema político que estamos viviendo se debe al estallido social del 18 de octubre, que empujó más allá de lo posible, como lo ven sus partidarios, o el acuerdo de noviembre, que demostró la madurez de una clase política capaz de encontrar un camino institucional, como plantean quienes defienden dicho documento. En una nota publicada en este medio el día de ayer se bautiza a dicha contienda como octubristas vs. noviembristas, acorde a las fechas del calendario del estallido y el acuerdo político.
Aunque hay varios libros escritos, el efecto de lo ocurrido hace dos años podrá calibrarse después del plebiscito de salida. Es efectivo, como le contaron varios participantes del acuerdo de noviembre al autor de esta columna, que estuvo en la conversación de esos días la urgencia de firmar pronto el acuerdo, pues había riesgo serio de una salida no institucional a la crisis, y un probable derrumbe del gobierno del Presidente Piñera. Pero, sin el acuerdo de noviembre tan vilipendiado por algunos, habría sido imposible tocar la Constitución de 1980.
Esta discusión fue álgida y decisiva en la primaria de Apruebo Dignidad. En los últimos momentos, y ante la desesperación, el candidato Jadue apeló a la condición de noviembrista de su contendor y con ello buscar votos en los más exaltados. El efecto fue el contrario, pues al mostrarse Boric como más moderado atrajo votos más allá del horizonte del pacto y, por tanto, obtuvo una victoria sorpresiva.
¿Tendrá este juego del calendario efectos en la elección presidencial y en el rumbo de la Convención Constituyente, o será una discusión para los historiadores? En el pasado, la contienda entre autoflagelantes y autocomplacientes fue decisiva en el rumbo que tomó la Concertación. La victoria de los primeros terminó con aquella coalición exitosa en todo sentido convertida en una mala palabra. De la misma manera, como describe Daniel Mansuy en su libro Nos fuimos quedando en silencio, la discusión sobre el sentido del plebiscito de 1988 desgarró a la derecha en su identidad democrática y, por cierto, a la centroizquierda.
En la Convención, el grupo noviembrista formado por el Colectivo Socialista y el Frente Amplio logró configurar una mayoría para la aprobación de un reglamento razonable. El tercio octubrista que logró armar el PC alrededor suyo instaló los plebiscitos dirimentes; asunto difícil de aplicar, pues requiere una reforma constitucional imposible en el Congreso. Las diatribas en redes sociales entre convencionales de ambos bandos muestran que hay tensiones que seguirán en la etapa de escritura de la Carta Magna
En el caso de la elección presidencial, la discusión se ve más tenue, pero no invisible. Las personas al final del día tendrán en cuenta quién será mejor para administrar la crisis política y económica que estamos viviendo. Deberán elegir entre cambios profundos al modelo, como propone Boric; una agenda de recuperación de la autoridad, como propone José Antonio Kast, o un mar de estabilidad y gobernanza, como el giro que ha hecho Provoste en las últimas semanas. Cuando se despeje la bruma de gases tóxicos en que se ha convertido la contienda, se podría instalar una discusión sobre el nuevo país que debemos construir para hacerse cargo del descontento social que estalló ese día de octubre y el acuerdo posterior entre fuerzas políticas que terminó creando una salida institucional temporal a la crisis. (La Tercera)
Carlos Correa