Los sistemas de seguridad social se generalizaron en los países desarrollados de la época a fines del siglo 19 y comienzos del siglo 20, como respuesta a la miseria en la vejez. En todo el mundo y en todas las épocas ha existido una masa crítica de personas que no prevé que dejará de trabajar. Quizás eso sea parte de la naturaleza humana. El desamparo de los viejos sin previsión se traduce en un problema político mayor y, finalmente, el Estado debe hacerse cargo. Así nació y se desarrolló la seguridad social. En Chile, la seguridad social moderna se inició en 1924, con la creación de la Caja del Seguro Obrero Obligatorio y la Caja de Previsión de Empleados Particulares.
La seguridad social en las economías de mercado encontró un ambiente ideal después de la Segunda Guerra Mundial. El período 1945-1970 es, por lejos, el de mayor crecimiento económico en la historia mundial. También es el período de mayor crecimiento de la población, en gran parte debido al “baby boom” (la generación de nacidos entre 1946 y 1965). Así, la masa salarial (salarios y empleados) crecía velozmente para financiar las pensiones de una masa relativamente reducida de personas mayores. Pero la situación actual es la opuesta: el crecimiento es más reducido, los baby boomers tienen entre 54 y 73 años, y la tasa de natalidad ha caído velozmente. La relación adultos mayores/población en edad de trabajar ha ido tornando insostenibles los sistemas de reparto. Y, en la última década, la rentabilidad de los activos financieros ha sido, por lejos, la más baja de los últimos 70 años, lo que tampoco es bueno para los sistemas de capitalización individual.
¿Qué significa todo eso? Que si los jóvenes actuales cotizan igual que sus padres tendrán peores pensiones. Urge, entonces, pensar en una combinación adecuada de aumento de la tasa de cotización previsional, aumento de la edad de jubilación y, por sobre todo, una mayor densidad de cotizaciones durante la vida de trabajo. A muchos se les olvida que el significado de la palabra “previsión” es la acción de disponer lo conveniente para atender a contingencias o necesidades previsibles. Como la pobreza en la vejez.
Pero siempre será más fácil construir cantos de sirena que atentan en contra del objetivo único de un sistema de pensiones. Justo cuando se discute elevar la tasa de cotización, con el consiguiente aumento de los costos laborales, se propone reducir la jornada de trabajo a 40 horas semanales, con un costo, en términos de costos laborales que es el doble del aumento de las cotizaciones. Y mientras se discute todo eso, otros creativos proponen que los fondos de pensiones puedan usarse para pagar créditos hipotecarios. O sea, pensiones aún peores. Como si las políticas de largo plazo fueran un juguete.
El cuento termina mal, como el de la gallina de los huevos de oro. Hicieron una cazuela exquisita con ella y después se quedaron sin nada.
Manuel Marfán/La Tercera