Eugenio Tironi afirmó recientemente en una entrevista que el gobierno de Boric “va a dejar un país más reconciliado”, que tendrá un legado “más parecido al de Aylwin que al de Allende”. Una comparación de ese tenor no pasó desapercibida, especialmente entre quienes tienen en el democratacristiano a uno de los gobernantes más destacados -sino el que más- desde la recuperación de la democracia en 1990.
Pero en su afirmación parece haber más wishful thinking que buenas razones para sostenerla. Para su comparación Tironi esboza una idea más que discutible: que a ambos gobernantes les tocó “reencauzar al país por el camino de las reformas graduales en democracia”. Lo que es admirablemente cierto en el caso de Aylwin, no resulta fácil de admitir en el caso de Boric, y por una razón evidente.
Si acaso el país terminara este mandato presidencial más reconciliado -aceptemos ese supuesto por un momento-, ¿se podría considerar eso un genuino legado del Presidente Boric o más bien el mandato que le impuso el electorado cuando en septiembre de 2022 rechazó categóricamente la propuesta constitucional que el actual gobernante apoyó sin reservas?
Desde luego, de reformas graduales no había casi nada en el texto elaborado por la Convención Constitucional. De haber gobernado con las disruptivas disposiciones de esa carta fundamental lo más probable es que la discordia en el país hubiera crecido a niveles que el país no ha conocido desde la recuperación de la democracia. Ni hablar de una reconciliación entre los chilenos al calor de esa propuesta refundacional y divisiva. “Cualquier resultado va a ser mejor que una Constitución escrita por cuatro generales”, dijo, convencido el Mandatario cuando asumió el gobierno en 2022, sin imaginar que gobernaría la totalidad de su mandato a su amparo. Por cierto, una contundente mayoría de electores no estuvo de acuerdo con esa convicción presidencial, y optó por mantenerla vigente -como sabemos, no una, sino que dos veces.
Las ideas del fallido texto constitucional, que el Presidente hizo suyas abiertamente, no son consistentes con la autoría y liderazgo político que exige el tipo de legado que le supone Tironi en su entrevista. No es que no vaya a haber ninguno, por supuesto, pero no parece que el de Boric vaya a asemejarse al de Aylwin, esto es, que haya ejercido un liderazgo político para impulsar al país a una reconciliación. Su decidido compromiso con la malograda propuesta de la Convención Constitucional desvirtúa esa suposición, a lo que habría que agregar su falta de conexión con una mayoría del país (como lo muestran consistentemente la mayoría de las encuestas).
Por otra parte, en ese primer gobierno histórico que siguió a la dictadura hubo un despliegue de extraordinario talento político del Presidente Aylwin y de sus colaboradores (el propio Tironi fue parte de ellos), que por una u otra causa ha brillado por su ausencia en este periodo gubernamental. ¿Puede argüirse un legado del tipo que el sociólogo le atribuye a Boric -ni más ni menos que un país más reconciliado-, cuando se carece de la vocación para alcanzarlo? ¿O ha sido más bien que, forzado por las circunstancias, el gobierno ha debido aplacar sus aspiraciones refundacionales y modificado sobre la marcha sus prioridades, entre las cuales no figuraban, por ejemplo, el crecimiento económico y la seguridad ciudadana?
Pepe Auth se refiere a este proceso que ha experimentado el gobierno y el propio Mandatario como una mutación política, una que hasta se puede alabar por el agudo pragmatismo que le ha dado forma. Esa drástica reconfiguración, con idas y venidas, con avances y retrocesos, como es esperable en una transformación forzada como la que ha vivido Boric y sus principales colaboradores, es precisamente la razón por la cual no tiene mayor asidero suponerle un legado similar o cercano al de Aylwin.
En cambio, su legado podría -debería- ser otro y no menos valioso: la reforma del sistema político que el país requiere con la mayor urgencia. Todavía le queda tiempo al gobierno para intentarlo. (El Líbero)
Claudio Hohmann