Este será un año en que el Gobierno estará en búsqueda del “legado” de su gestión. Ello requerirá una buena dosis de imaginación y narrativa. Pero mientras los expertos en relato estén ocupados en tan elevada tarea, quienes aspiran a ser presidente o presidenta de la República harían bien en mirar algo bastante más concreto: el legado fiscal.
¿Con qué Hacienda pública se encontrarán?
Para el año que recién pasó, el déficit primario —la diferencia entre ingresos y gastos antes del pago de intereses de la deuda— se conocerá de modo definitivo en febrero, cuando todo el mundo esté de vacaciones. Atendidas las últimas cifras disponibles, muy probablemente se ubicará en algo más del 2% del producto. Si a ello se suman los intereses, el déficit total se empinará a cerca del 3,5%.
Para el período 2026-2030, el nuevo gobierno se enfrentará con vencimientos de deuda por 50.000 millones de dólares, que deberá refinanciar con nuevo endeudamiento —una bicicleta macroeconómica—. El mercado internacional no luce especialmente propicio para ello, con títulos de deuda del Tesoro Americano asentándose en tasas de interés decididamente elevadas en comparación con las históricas. Como referencia, los primeros días de enero de este año, el Gobierno de Chile emitió un bono en dólares que resultó en una tasa del 5,7%, que se compara con una de 3,13% para bonos en dólares emitidos hace 10 años, que vencen el 2025. Los nuevos financiamientos, entonces, devengarán un interés cercano al 5,7% en dólares o quizá más, lo que se compara con un costo financiero del stock de la deuda soberana de Chile —el saldo de todas las deudas aún vigentes— del orden de un 3% real (corregida por inflación).
Se dirá que no corresponde comparar peras con manzanas, porque una cosa es el costo financiero medido en pesos de valor constante, o en UF, del 3%, y otra el medido en dólares, que hoy asciende al 5,7%. Pero en los tiempos que corren, las peras empiezan a parecerse peligrosamente a las manzanas. Vamos a ello.
En otra época, cuando Chile crecía vigorosamente, la UF se apreciaba tendencialmente respecto del dólar, excepto en períodos acotados de coyunturas desfavorables. Entonces, sí ocurría que un costo financiero en dólares equivalía a un menor costo financiero en UF —las peras eran peras y las manzanas, manzanas—. Pero desde 2014 en adelante, junto con esfumarse el crecimiento vigoroso, se esfumó también la apreciación tendencial de la UF respecto del dólar (la coincidencia no es casual). En efecto, en este período, si bien el valor de la UF respecto del dólar fluctúa, no se observa tendencia alguna. Así, una tasa del 5,7% en dólares se empieza a parecer peligrosamente a una carga esperada en UF de igual magnitud —la pera se volvió manzana— augurando un aumento significativo en el costo del nuevo endeudamiento del país, en comparación con el pasado.
Por otra parte, el déficit primario, con excepción del anormal año 2022, que se vio beneficiado por una recaudación muy por sobre la normal después de la también anormal expansión económica de 2021, viene moviéndose entre 1% y 2% del producto durante los últimos 10 años al menos.
¿Es sostenible ese déficit crónico? No es sostenible si la tasa de interés de la deuda supera a la del crecimiento de la economía. Bajo tal condición, la deuda sobre producto crece sin límite. Por desgracia, eso es precisamente lo que viene pasando en Chile desde hace 10 años y algo más.
En efecto, en los últimos 10 años, con un déficit primario crónico de 1% a 2% del producto, la deuda sobre producto subió del 15% al actual 42%, tendencia especialmente pronunciada a consecuencia de un costo financiero del 3% que supera al crecimiento del 2%. Este “cóctel” (déficit primario + tasa de interés mayor que tasa de crecimiento) expande sin límite la deuda sobre producto. La actual administración ha hecho cierto alarde de que durante este gobierno la deuda sobre producto crecerá a menor ritmo que el de gobiernos anteriores. Olvidándonos por un momento que ello se basa en proyecciones ya obsoletas, la afirmación se nutre de una ilusión contable. La contención de la deuda bruta se ha logrado, en buena medida, a costa de vender activos financieros para financiar gasto —algo así como vender el auto para pagar la cuenta del supermercado—, lo que tiene un efecto por una única vez en lo que al crecimiento de la deuda sobre producto se refiere, mientras persista el déficit primario.
De lo anterior se sigue que el futuro gobierno, si ha de poner coto al crecimiento de la deuda con respecto al producto, tendrá que partir retirando del cóctel el déficit primario. Ello obligará a buscar unos 6.600 millones de dólares en reducción de gastos o en más impuestos (dos puntos del PIB).
Pero más impuestos no ayudarán a resolver el problema de crecimiento que, hemos visto, debe elevarse urgentemente para que supere el costo financiero de la deuda, que ya no será 3% sino una cifra bastante mayor —la otra parte del cóctel—. Esto último obliga a reducir radicalmente la tasa de impuesto corporativo, que tiene a Chile en el lugar 36 de los 38 países que sigue la OCDE en su ranking de competitividad por este concepto. Una reducción del impuesto corporativo al 20% —nivel que tenía antes de la reforma tributaria de 2014— significará ajustes de gastos por otros 3.300 millones de dólares.
Sumando una cosa con la otra, se obtiene un ineludible ajuste de gasto fiscal de casi 10.000 millones de dólares para el próximo gobierno (6.600 + 3.300). Pero esa cuenta es sin considerar el reciente acuerdo político por pensiones que, de llevarse a cabo, requerirá en régimen recursos fiscales adicionales por 4.600 millones de dólares, esto es, 1,4 puntos del PIB.
Cuento corto, el “legado fiscal” es un agujero del porte de 14.500 millones de dólares.
¿Cómo le podríamos llamar a ese legado? Se diría que le queda perfecta la famosa frase de Luis XV. ¿No la recuerda? Pregúntele a Chat GPT. (El Mercurio)
Jorge Quiroz