El lento declive-Karin Ebensperger

El lento declive-Karin Ebensperger

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La decadencia empieza en las pequeñas cosas. Si a un niño se le permite relajarse en su presentación personal, en su lenguaje, en su higiene, en el trato a sus padres y profesores, a la larga ese menoscabo aparentemente formal le afectará en el fondo: en su ánimo, en su autoestima, en sus futuros compromisos laborales y en su relación con los demás.

Lo mismo sucede con las comunidades. Si en una zona de la ciudad, como hoy en el centro de Santiago, se descuida la limpieza, el orden; si se permite el rayado de muros y la proliferación de comercio ilegal, a la larga se irá perdiendo el respeto a la ley y a los códigos básicos de la convivencia.

En estudios sociales en EE.UU., como el de James Wilson y George Kelling, se concluye que el delito aumenta en las zonas donde la suciedad, el desorden y la desidia de las autoridades son mayores. Cuando se rompen fachadas, se rayan monumentos y edificios públicos y privados, y eso parece no importarle a la autoridad, que no controla ni sanciona, se multiplican los delitos; porque se transmite una idea de desinterés y permisividad que va menoscabando la convivencia.

Cuando calles, plazas y espacios públicos están descuidados, las familias dejan de ir y las pandillas y delincuentes los van ocupando, creando el caldo de cultivo para el narcotráfico y las bandas criminales. Los delitos graves los suelen cometer quienes se iniciaron rompiendo pequeños códigos de convivencia y de respeto a las normas.

Los chilenos nos estamos relajando demasiado. El ambiente decadente —o respetuoso— en que se formen los niños determinará profundamente sus mentes y, por ende, nuestra vida en sociedad. Hoy aumentan las tomas de colegios, la agresividad en la calle y en las redes sociales, y, lo que es peor, crece la sensación de desidia de las autoridades frente a la violencia, a los ataques a la propiedad, al terrorismo en La Araucanía, deshonrando así sus cargos.

El ambiente influye en la conducta humana: las personas sometidas a un entorno deteriorado sufren más agresiones y tienen más tendencia a volverse agresivas, o resignarse a ser maltratadas. Según diversos estudios de comportamiento, no es la pobreza la fuente de la criminalidad —como algunos sostienen—, sino la permisividad, la negligencia y sobre todo: la irresponsabilidad de autoridades que actúan con absurdo relajo frente a graves agresiones, sabiendo que ellas están muy bien resguardadas por sus altos cargos, pero dejando en el desamparo a todos los demás. No hacer cumplir las normas del Estado de Derecho es la peor forma de desigualdad. (El Mercurio)

Karin Ebensperger

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