Se ha conocido una reseña de un texto de Andrés Allamand sobre el porvenir de la derecha y la necesidad para ese sector político de tener un nuevo relato. Desgraciadamente Allamand sigue forzando el trazo con las ideas del progresismo cuando afirma que este “combat(e) los establecimientos emblemáticos” o bien pretende que “se obligue a (los) hijos a asistir a colegios con insuficientes recursos” y otras afirmaciones de evidente mala fe, sin ánimo de ofender a la fe. El mundo progresista, con mayor o menor pertinencia, no ha hecho sino constatar cosas como que las desigualdades de ingresos han disminuido muy poco y que permanecen entre las mayores del mundo. Y también constatar discriminaciones sociales, de género, de orientación sexual y étnicas que configuran una ausencia generalizada de igualdad de oportunidades en la sociedad chilena.
El privilegio de la cuna o del acceso sigue determinando las historias de vida de la mayoría. Las vidas cotidianas están marcadas por la precariedad de los empleos, el sobreendeudamiento, servicios públicos infra-financiados y discriminaciones constantes. Este es un diagnóstico de falta de oportunidades objetivas, que produce un malestar subjetivo, a pesar de los esfuerzos realizados, los que por tanto deben ampliarse. Y señalar que la falta de avance se debe en gran parte a una democracia limitada. De muestra un botón: el despliegue de una mayoría de derecha en un Tribunal Constitucional militante que no solo se impone sobre los legisladores sino también ahora sobre la Corte Suprema. Inaceptable para cualquier demócrata, como la persistencia de los quorum de aprobación de leyes orgánicas y reformas constitucionales. Dicho sea de paso, el malestar con el gobierno actual, a un año de su exitosa elección y de la división y derrumbe del progresismo, es creciente.
Da la impresión que esta dimensión es lo que preocupa a Andrés Allamand, que aboga por una nueva empatía de la derecha “con la clase media” para asegurar su futuro político. Postula que debiera ser el adalid de la igualdad de oportunidades para seducir a la clase media y llevar la bandera de la “ampliación de oportunidades”.
Lo primero lleva a esta idea torpe de “emparejar la cancha”, a la que entran actores desnutridos a competir con agentes económicos y sociales de gran poder. Con la consecuencia que a la mayoría le va bastante mal. El progresismo y la izquierda son históricamente en esto más creíbles, pues proponen cambiar de cancha. La idea alternativa de la igualdad efectiva de oportunidades (apoyada en una sólida literatura contemporánea en materia de criterios de justicia,) va mucho más allá y propone cambiar la cancha neoliberal del mercado máximo y del Estado mínimo.
Este enfoque postula, en primer lugar, un cambio radical en las condiciones de inicio de la vida y una educación universal, no sexista e inclusiva en vez del elitismo de clase para que al menos la aspiración a la autonomía y al acceso a diferentes posiciones sociales se acompañe de herramientas. En segundo lugar, postula una economía desconcentrada con más bienes públicos, que preserve y amplíe los bienes comunes y una más equitativa y eficiente distribución del ingreso entre trabajo y capital, junto a una redistribución de los riesgos que cubra las principales precariedades de las clases medias y populares (desempleo, enfermedad, accidentes, vejez). A nada de esto ha estado dispuesta la derecha en Chile y ahora busca un sistema de “clase media protegida”. ¿Y los demás qué?
Un verdadero enfoque de seguridad económica tiene, para simplificar, componentes socialdemócratas, pero va más allá y reflexiona hoy sobre lo indispensable de un ingreso básico universal, que empiece con los jóvenes para que puedan formarse adecuadamente y las personas de edad para una vejez digna. Y que en futuras etapas, frente a los cambios que se avecinan en el mundo del trabajo, se extienda al resto de los ciudadanos. Los recursos hoy permiten plantearse este objetivo de igualdad de condiciones básicas de existencia, con la debida prudencia, gradualidad y consideración de nuestra situación de país periférico e inestable. Pero cabe indicar como válido un proceso que amplíe la igualdad efectiva de oportunidades a una esfera de derechos comunes garantizados. Por su parte, la derecha no hace más que ofrecer algo de políticas sociales que no contradigan la concentración del capital, por la sencilla razón de que es su directa representación política. En Chile, llega a niveles extremos, que un par de leyes antimonopolio no va a revertir. Solo lo podrá hacer una regulación apropiada en una economía mixta sostenible y competitiva, basada en el conocimiento y la diversificción productiva. Y desde luego sin Isapres ni AFPs que tengan el monopolio estatal de las cotizaciones ni evaluaciones ambientales de proyectos concebidas para eliminar molestos “lomos de toro”. El economicismo de la derecha y el medioambiente nunca han ido muy de la mano. Allamand no menciona el tema, al menos en el resumen. Dicho sea de paso, ¿alguien se ha preguntado cuantos atropellos adicionales habría sin lomos de toro?
La derecha no es tampoco creíble en el segundo tema, el de “la ampliación de oportunidades” en el mundo económico incierto de hoy. Políticas económicas basadas en choques de oferta desreguladores, con la presunción de que los empresarios invertirían más y crecerían mágicamente el empleo y el bienestar, no son más que quimeras (“economía vudú”). Véase como va la economía en Chile hoy. La política de oferta que importa es la política industrial, como la que permitió aumentar sustancialmenye su prosperidad a diversos países asiáticos, junto a formar a su gente en tecnologías avanzadas y en especializaciones con alto valor agregado, junto a promover masivamente la investigación y desarrollo y la innovación.
En Chile, la obviedad de promover activamente y con sentido estratégico las nuevas energías renovables y la electro-movilidad encuentran, por ejemplo, la oposición de una élite política y económica dogmática e incompetente para una tarea de este tipo, que mantiene el ridículo 0,36% de gasto en I+D sobre el PIB (¿Israel?: 4,5% del PIB; ¿Corea del Sur?: 4,6%).
Es cierto que este dogmatismo también logró ser parte de gobiernos de centro-izquierda, con muy malos resultados en Bachelet I y II. Una recomposición del progresismo tiene como tarea impostergable dejar atrás la penetración de ideas neoliberales y reemplazarlas por las de crear un Estado estratégico competente y activo, que promueva la innovación sostenible y mantenga mercados competitivos donde corresponde, pero restrinja su ámbito de incidencia en la vida social. Y alejado también de la quimera de la centralización económica, que tampoco es una política que conduzca a ninguna parte, en este caso a la prosperidad compartida y sustentable.
La derecha, por último, tampoco tiene mucho que mostrar en su relato sobre la lucha contras las discriminaciones y por los derechos de la mujer, aunque se haya producido la evolución de algunos desde el conservadurismo cerril, porque simplemente no está en su ADN autoritario y patriarcal. Basta recordar su conducta en el tema del aborto por tres causales y tantas otras batallas culturales.
Pero, en definitiva, el texto de Andrés Allamand termina apelando a lo de siempre, a aquello en lo que la derecha si es creíble y competente: azuzar las pulsiones autoritarias de los individuos, sus fobias contra la diferencia y el miedo al desorden. Ese sí es su ADN, y logra resultados, como recientemente en Brasil en una versión muy extrema. De ahí la frase en el texto de Allamand: las personas “están incluso dispuestas a renunciar a sus prerrogativas personales para que las políticas públicas antidelincuencia sean efectivas”. Esto es, debe uno entender, limitar las libertades, incluso a los menores de edad. Otra vez la derecha retratándose a sí misma, aunque haga esfuerzos “de relato” en un sentido contrario. (La Tercera)
Gonzalo Martner