Llamados a un «acuerdo nacional», críticas por la lentitud de la reconstrucción tras los incendios en la Región de Valparaíso, e incluso, los efectos del eventual cierre de la siderúrgica Huachipato. Esas son parte de las intervenciones que distintas autoridades eclesiásticas de la Iglesia Católica han hecho en el último tiempo frente a la contingencia del país.
Se trata de acciones que, para los entendidos en teología o derecho canónico, son parte de un «resurgimiento» o una «nueva etapa» de una iglesia que, de cierto modo, prefirió por algunos años recogerse; guardar silencio; matizar -mas no abandonar- sus intervenciones públicas basadas en su doctrina social.
Y es que la historia reciente de la Iglesia Católica ha estado marcada por situaciones que inevitablemente mancharon su quehacer. El caso Karadima se convirtió en uno de los más polémicos de principios de la primera década de los 2000, cuando Juan Carlos Cruz, José Andrés Murillo y James Hamilton deciden, en 2009, denunciarlo ante la justicia eclesiástica por los abusos que sufrió por parte del ex párroco de El Bosque, en Providencia.
La denuncia marcó una caída libre para la iglesia. En medio de la investigación por los abusos de Karadima a varios aspirantes al sacerdocio, surgió el «caso encubrimiento». Uno de los nombres involucrados fue el del entonces obispo de la diócesis de Osorno, Juan Barros. En tanto, en 2018, las acusaciones apuntaron también al entonces arzobispo de Santiago, Francisco Javier Errázuriz. Ese año hubo un punto de inflexión para una crisis que sólo crecía en la iglesia católica chilena.
Y es que la presencia de Barros en las actividades oficiales que realizó el Papa Francisco cuando vino a Chile reavivó la polémica, pese a la férrea defensa del Pontífice, quien terminó por encargar la elaboración de un informe al arzobispo de Malta, Charles J. Scicluna para escuchar los testimonios de las víctimas.
Tras ello, Francisco decidió tomar acción y convocó un encuentro con 33 obispos chilenos en El Vaticano, precisamente, para abordar los abusos sexuales, de conciencia y poder que se denunciaban y investigaban. Varias voces coincidían en que aquella cita marcaría «un antes y un después».
En efecto, la urgencia de dar «señales», llevó a que todos los convocados al encuentro episcopal presentaran su renuncia. Pero aquello no bastó. Si bien Karadima fue expulsado de la iglesia católica, hubo una sensación de impunidad puesto que el ex párroco -fallecido en 2021- nunca tuvo condena desde la justicia penal.
Asimismo, la sensación de «encubrimiento» se expandió a todos los aspectos de la iglesia; como un mal sistémico.
EL «DESPLOME» DE LA CONFIANZA Y EL SIGNO DEL SILENCIO
El 2019, año de estallido social, la Iglesia Católica sufrió los embates de la violencia. Para aquellos que la cometían, atacar las iglesias y todos los símbolos asociados a ésta, tenían el mismo peso que atacar el Metro o saquear un supermercado. La iglesia, que décadas antes había sido una suerte de refugio o acompañamiento, tenía ahora una abismal distancia con la sociedad.
El año anterior ya se constataba el desapego de la sociedad con la «institución» que encarnaba la iglesia. La encuesta CEP de diciembre de 2018 mostró una brusca caída registró el porcentaje de chilenos que que se declaraban católicos: pasó de un 69% en 2008 a un 55% en 2018, mientras que la confianza en la Iglesia Católica, cayó del 51% a un 13% en 10 años.
El entonces coordinador del programa de opinión pública del CEP habló de un «desplome» de la confianza. En tanto, al ser consultado sobre el efecto de los casos de abusos sexuales en esta percepción, González agregó que «hay estudios internacionales que hacen ese vínculo y existe (…) no es que la gente haya dejado de creer, sino que hay una desconfianza creciente en las iglesias«, explicó.
Quien también conoce de cerca este proceso es Juan Pablo Faundez, académico de Teología de la PUCV y abogado canonista. Según su diagnóstico, la iglesia vivió su propio «estallido» a raíz de los abusos que salieron a la luz, «lo que además coincidió con la visita del Papa Francisco, la carta que le envía a Chile y la renuncia de todos los obispos, generó un efecto traumático«.
Luego de eso, vino el silencio de la iglesia. Y eso, en parte, «fue signo de que se tomó la profundidad de lo que todo lo ocurrido significaba», precisa.
Faúndez formó parte, como abogado canónico, de Consejo Diocesano para Prevención y Acompañamiento de Víctimas, convocado en julio 2018 por Monseñor Pedro Ossandón, administrador apostólico de la Diócesis de Valparaíso. Esto, dice, también fue «una señal» de las acciones de la feligresía y de la propia jerarquía de la iglesia para «acallar pero también para superar esa etapa».
EL ROL DE CHOMALÍ
Faúndez plantea que poco a poco, la Iglesia Católica ha ido tomando un «reposicionamiento de un rol público, como lo dice la doctrina social de la iglesia, desde muchos ámbitos: la vida política, temas internacionales, y otros de distinta índole».
En efecto, reconoce que «fue tardío, porque hubo eventos como el estallido social donde fuimos más que nada los laicos los que hablamos», mientras que las altas autoridades de la iglesia tomaron «un rol más observante«.
«Me parece que Chomali ha hecho lo propio que está llamado a hacer no sólo un arzobispo de Santiago, sino que también un obispo, que está atento a la situación contextual que se vive, a dar algunas orientaciones, criterios u opiniones. Creo que la iglesia, por su rol social, tiene que dar palabra y voz; y si no la dio en este tiempo, fue por esas razones particulares que se vivieron en el pasado«, señala Juan Pablo Faúndez, teólogo PUCV
En esta etapa es ineludible revisar el rol del arzobispo de Santiago, Fernando Chomali, en reemplazo de Celestino Aós, quien también encarnaba un perfil más instropectivo, en sintonía con la «etapa» silenciosa.
El contraste ha sido evidente: Chomali, fiel al estilo que ya cultivaba en el arzobispado de Concepción, no ha tenido tapujos en enviar cartas y columnas donde opina sobre distintos temas de contingencia.
«Me parece que Chomali ha hecho lo propio que está llamado a hacer no sólo un arzobispo de Santiago, sino que también un obispo, que está atento a la situación contextual que se vive, a dar algunas orientaciones, criterios u opiniones. Creo que la iglesia, por su rol social, tiene que dar palabra y voz; y si no la dio en este tiempo, fue por esas razones particulares que se vivieron en el pasado», reflexionó Faúndez.
Una de los temas que recientemente abordó Chomali en su cuenta de X fue el cierre parcial de la siderúrgica Huachipato, donde advirtió que «este proceso sólo traerá desdicha y pobreza a miles de familias. Es un viaje sin retorno que empobrecerá Chile».
Antes, el arzobispo de Santiago también logró impactar en la opinión pública al reflotar un antiguo tuit de la delegada presidencial de la RM, Constanza Martínez, quien en 2018 tomó un extracto de una canción que apuntaba a quemar la iglesia.
Eso sí, el experto repara en que el capítulo de los abusos sexuales «no será tan rápido de recuperarse», considerando además la existencia de «fieles más empoderados que están en todo su derecho a reclamar frente a situaciones que no son de su gusto, como los casos que hoy vemos, que son más del tenor del abuso de poder o de autoridad».
LA DECLARACIÓN DE LAS IGLESIAS
La semana pasada, un conjunto de comunidades religiosas, encabezadas por Chomali, emitieron un comunicado donde expresan su «profunda preocupación» por la situación que atraviesa el país, en materia social, económico y político, y llaman a «construir un acuerdo nacional».
Tal como lo hizo en 2021, donde reunió a diez confesiones religiosas para defender la libertad religiosa en la Convención Constitucional, ahora ocho de ellas se plegaron a la elaboración de un diagnóstico de la situación de Chile. Hablan de un «deterioro de las relaciones cívicas», «crispación», «corrupción» y «falta de acuerdos».
La declaración fue comentada el domingo por el ex diputado UDI Gonzalo Ibáñez Santa María, quien afirmó que «ciertamente todo país requiere actuar sobre la base de algunos acuerdos fundamentales; de lo contrario, sobreviene la lucha y la disolución», pero critica que de acuerdo a lo expresado en la declaración, «queda la impresión que, con tal de llegar a esos acuerdos, su contenido pasa a ser secundario».
De esta manera, el ex parlamentario apunta a que «lo que Chile requiere es de la sabiduría para proponer un acuerdo cuyo contenido resuelva los efectivos problemas del país. Es en este punto donde esperamos la voz de nuestros pastores. Que no se haga esperar más».(Emol)